Después de las dos guerras del opio del siglo XIX, parecía que los Estados Unidos estaban listos para enfrentar una tercera guerra. Sin embargo, las autoridades nuevamente se encontraban dos pasos atrás de los narcotraficantes.
El uso de la cocaína no es reciente. Siempre ha estado presente ya sea para usos medicinales o recreativos. Las autoridades consideraron que esta era otra “droga recreativa” y mantuvieron esa clasificación no oficial prácticamente desde finales de los 70 hasta mediados de los 80.
Para 1981, la cocaína era la droga de moda en los Estados Unidos. La marihuana era para “hippies sucios” en áreas rurales y la heroína para yonquis de barrios urbanos marginales. La cocaína, en cambio, se estaba convirtiendo en la droga de los young urban professionals —yuppies— exitosos jóvenes profesionales con dinero que gastar. Era el primer año de la administración Reagan que inició una serie de cambios estructurales para liberalizar la economía y las finanzas. Se inició así una bonanza que duraría siete años. Durante este tiempo, la cocaína se convirtió en la droga del éxito, la droga de los ricos, en el combustible de Wall Street.
Reagan llegó a la presidencia con una plataforma de libertad económica pero de restricciones sociales. Los principios morales y religiosos de los nuevos funcionarios tendrían un fuerte impacto en la guerra contra las drogas. Un impacto que sigue aún presente.
Mientras las altas esferas políticas consideraban que la guerra contra la heroína estaba rindiendo sus frutos, la DEA observaba un cambio en el producto que se comercializaba. Las importaciones de cocaína aumentaban en los Estados Unidos, pero mientras esta se mantenía como la droga de la clase alta, su residuo cristalizado, “el crack”, empezó a reemplazar a la heroína como el principal fix de las clases media baja y baja.
Desde 1984, según la DEA, la importación de cocaína a los Estados Unidos se triplicaba cada año. Para 1986, el acceso a todos sus derivados era de fácil acceso en prácticamente todos los centros urbanos de aquel país. El narcotráfico superó con creces las ganancias de industrias legales como los cosméticos, la moda y a sus primos de las farmacéuticas. También superó otros mercados ilegales como el contrabando y el tráfico de personas.
La cocaína era un negocio redondo para los productores sudamericanos y los distribuidores estadounidenses. Parecía obvio para todos, menos para las flamantes autoridades en Washington DC. Incluso, Hollywood se daba cuenta de esto. Películas como Scarface (1983) y programas como Miami Vice (1984-1989) retrataban las vidas de narcos y agentes antinarcóticos de una forma a veces cruda, a veces romántica, pero siempre hollywoodesca.
Fue precisamente en medio de todo esto que la administración Reagan empezó a tomar una serie de decisiones a primera vista prácticas, algunas incluso mesiánicas, pero todas terriblemente equivocadas. En 1984 se decreta la Ley Criminal y la Ley de Control de Sentencias que endurece aún más las penalidades contra la posesión y uso de drogas ilícitas elevándolas a crímenes federales. Al mismo tiempo, elimina la posibilidad de libertad condicional para estos crímenes. En 1986 se inicia la campaña “Di no a las drogas” encabezada por la primera dama Nancy Reagan, a la vez que el Ejecutivo destina un presupuesto récord para financiar los esfuerzos antinarcóticos.
Estas son las bases para una política nacional antidrogas que luego se reflejan en la política exterior de la siguiente administración, la de George Bush (padre), que tiene un impacto directo en nuestra región. Como veremos la semana entrante, estas políticas no solo seguían dos pasos atrás de la evolución del narcotráfico, sino que serían las responsables de cobrar varias miles de vidas inocentes en nuestros países.
roberto.antonio.wagner@gmail.com
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