Al legalizarlas, se daría un efecto parecido a lo que sucedió durante los años 20 del siglo pasado en los Estados Unidos con la prohibición sobre las bebidas alcohólicas. Con la legalización, gradualmente se redujo la violencia entre contrabandistas (bootleggers) y se ejerció un control sanitario sobre las bebidas espirituosas, como los niveles de alcohol que se muestran en las etiquetas de estas. La legalización permitiría una competencia que eliminaría el valor agregado de la ilegalidad, reduciendo así los precios y consecuentemente las ganancias. Al mismo, tiempo permitiría un control sobre los niveles de pureza y modo de uso de las drogas, lo que a su vez reduciría los niveles de adicción. Obviamente, se podría abusar de las mismas, pero son precisamente esos casos de abuso los que deberían ser tratados como un problema de salud.
Sobre el tema de salud, muchos se preocupan por el costo de atender un alza en la adicción de muchas personas. Esto tomando en cuenta que aumentaría el consumo una vez exista un mayor acceso y más barato de las drogas. Pero sigamos pensando en términos de costos. Con lo que los Estados Unidos ha gastado en esta “guerra”, tanto internamente como en materia de cooperación internacional, fácilmente se pueden cubrir los gastos en materia de salud sobre el tema. Ahora bien, la decisión de legalizar no es algo que se hace de la noche a la mañana. Al igual que todas las decisiones de Estado, estas deben ser acompañadas de una estrategia bien formulada que permita aplicarlas eficientemente y darles un seguimiento apropiado. Lamentablemente, esto es algo que no siempre nos ha caracterizado a los centroamericanos, pero tampoco a los Estados Unidos, que, como hemos visto, siempre, siempre, siempre han estado dos pasos atrás en esta mal llamada guerra.
Tendemos a asociar el problema de las drogas precisamente al ya mencionado tema de la prohibición del alcohol en los EE. UU., pero existen dos elementos destacables que debemos tomar en cuenta en este caso. Primero, a pesar de que las bebidas alcohólicas son legales, aún nos enteramos de lamentables y trágicos casos de intoxicación y muerte por consumo de alcohol artesanal. Lo mismo pasa con las llamadas “drogas de diseñador”, que son aquellas cuyos principales ingredientes no son de origen orgánico sino químico. Ejemplos de estas son el éxtasis y las metanfetaminas. La primera es de alto consumo en Europa, mientras la segunda conquista almas día a día particularmente en el sur de los Estados Unidos. Debido a su popularidad y adicción, el control de las mismas no sería tan fácil.
El segundo elemento a tomar en cuenta es el de los carteles de las drogas como actores internacionales. Atrás debemos dejar la visión de estos como organizaciones delictivas dirigidas por personajes turbios ligados a estereotipos de mafioso. Desde hace mucho tiempo estas organizaciones funcionan como empresas transnacionales que se han apoderado de un nicho de mercado que opera y los enriquece por encontrarse al margen de la ley. Al contrario de lo que muchos gobiernos creen, en particular el estadounidense, estos no se dedican exclusivamente al narcotráfico. Si bien esta es su actividad más lucrativa, también operan en las millonarias transacciones de lavado de dinero, de tráfico de armas, de personas y de contrabando. O sea, en caso se les termine un negocio, tienen otros de los cuales pueden seguir lucrando. Es por esto que la legalización sería un paso adelante pero, no una solución integral.
¿Qué nos queda entonces? ¿Por qué seguimos estancados en la misma “guerra” que vomita millonadas de dólares y miles de cadáveres? Las propuestas y sus obstáculos, para la sexta y última entrega.
roberto.antonio.wagner@gmail.com
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