A algunos, incluso llegada la adultez, aún les preparan su comida, les planchan su ropa y les esperan despiertas en la madrugada para, por fin, dormir tranquilas porque sus retoños están a salvo. A otros, sus madrecitas aún les pagan la universidad, las salidas con las y los amigos y les aguantan los gritos y malas caras por haber tocado sus cosas. Y bueno, a varios más, no solo les sirven la comida y les lavan los platos, sino también, cuidan con devoción a sus nietos y jamás se olvidan de atender al esposo. Además de todo ese trabajo, hay otras madres que salen de casa para el empleo, ese que sí es remunerado, para poder mantener el hogar en pie. Ellas barren, limpian, encuentran las cosas perdidas, cocinan sabroso y se dedican a revisar las tareas de las y los hijos pequeños. Otras, se convierten en administradoras del trabajo doméstico que, la mayoría de las veces, llega a hacer otra madre que tuvo que dejar sus propias tareas para salir a ganarse un dinerito. Todas criando buenas hijas y buenos hijos. Esas madres, abnegadas, perfectas.
Vaya labor que les han impuesto sobre los hombros, todo deben hacerlo bien. Ninguna quiere ser mala madre, ni mala esposa, ni mala nuera. Ninguna quiere perder el trabajo. Ninguna quiere ser «la que se abandonó desde que quedó embarazada», hay que verse bien, y también las y los hijos tienen que verse bien, no vaya ser que alguien las señale de descuidadas. Hartas tareas que tienen encima, pero legalmente solo tienen 3 meses para cuidar a las y los bebés, luego, tendrán que arreglárselas para los próximos años. Cruzando los dedos para que la abuela pueda ayudarlas o para lograr pagar una guardería. Eso, además, de sonreír cada vez que alguien les dice «pero su esposo tan lindo, por lo menos la ayuda». Y cuando llega el Día de la madre, el descanso es para ir a la actividad de la escuela, o para salir a comer, claro, después de dejar todo listo en casa. O partir el pastel, donde habrá que lavar los platos y escuchar nuevamente el discurso de las madres perfectas y abnegadas.
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Esa idea de que las madres todo lo pueden es una concepción patriarcal que despolitiza a las mujeres, ninguna madre puede hacer todo lo que se le requiere si no tiene redes que permitan maternajes amorosos, crianzas desarrolladas en solidaridad y respeto, además de un sistema que les permita la salud y el bienestar de sus bebés mientras ella puede continuar, sin problemas (ni consecuencias), su trabajo, sus sueños, su vida en paralelo a su maternidad.
En un mundo ideal, todas las mujeres que son madres deberían contar con el apoyo de un Estado que garantice sus derechos laborales, permitiéndoles disfrutar y compartir mayor tiempo de calidad con sus hijas e hijos, a través de ofrecerles guarderías públicas en los barrios, universidades o en el trabajo, garantizándoles el acceso a una alimentación digna, así como a los cuidados pre y post natales y, sobre todo, la salud de ellas y de sus bebés.
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La maternidad es política y no debería ser asunto solamente de un día, porque no se puede criar ciudadanas y ciudadanos responsables si la madre y la familia está preocupada por sobrevivir. Son las y los hijos de las madres que reciben apoyo de sus amigas, familias o del Estado, quienes tendrán más oportunidades de ser personas saludables e íntegras. Una niña o un niño no puede depender únicamente de los esfuerzos y la abnegación de una sola persona (que como sabemos, ya está sobrecargada de trabajo y de expectativas derivadas de mandatos sociales que pesan sobre ella), educarles también es responsabilidad de la sociedad y del Estado, sobretodo en la salud física y mental de las y los hijos. Para esto, necesitamos cambios estructurales, paternidades comprometidas y responsables (no sólo que cambien un pañal al día, lleven a la escuela o paguen la leche) y comunidades involucradas para garantizar la dignidad durante la crianza.
Las madres son personas que muchas veces se han visto obligadas a anular sus sueños y deseos porque no tienen apoyo u opciones para criar y, muchas veces, a pesar de las opciones que pueden tener, esa idea de perfección se hace tan pesada que ni siquiera se pueden dar el lujo del cansancio, de la queja, del desespero o la agonía. Las maternidades no son solamente alegría, también son trabajo, aprendizaje, ternura y dolor. Las maternidades también despojan la intimidad y abren las puertas (sin invitación) a la opinión pública sobre lo que ellas hacen o dejan de hacer. Las maternidades deben ser responsabilidad de todas y todos, no solo de una persona, porque la historia y las evidencias demuestran que las colectividades, las redes y los Estados de bienestar son los que transforman la vida. A las madres no se les quita reconocimiento ninguno, porque nadie se atreve a dudar de su amor, pero yo quiero menos madres guerreras y más madres autónomas, felices, descansadas y con la posibilidad de vivir su vida de la forma en que deseen.
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