Reconocemos que lo que vivimos aquí, en este país de Centroamérica, lo viven en otros lugares. En el 2017 fueron las mujeres de los Estados Unidos y se unieron muchas otras mujeres organizadas alrededor del mundo. Hoy, de nuevo y con toda la razón. No ha parado la violencia. No han cesado ni el machismo violento ni el acoso callejero. No han terminado los salarios diferenciados. La situación sigue más o menos igual. Pero sí que hemos retomado el 8 de marzo como un día para nuestra reflexión, para dejar el lugar que ocupamos y que otros denigran.
En Guatemala la situación no es distinta. En estos últimos 12 meses hemos seguido viendo cómo mujeres son asesinadas y violentadas. Las denuncias cada vez son más públicas, y pasamos de #NiUnaMenos a #VivasNosQueremos hasta llegar al #MeToo. Las abuelas de Sepur Zarco han hablado y han apuntado con el índice de la verdad los delitos que muchas mujeres siguen viviendo en su realidad cotidiana. Y la olla nomás se abrió. Somos muchas las que hemos sufrido una actitud machista, un insulto, un golpe. Me atrevería a decir que somos todas. Y al saberlo, nos atrevemos a decir hasta aquí. Para muchos (mayoritariamente en masculino) parecerá poco, pero no lo es. Parece exagerado cuando levantamos la voz y nuestras luchas deben subordinarse a las grandes demandas populares. Pero no hay sujeto popular sin que las mujeres estén presentes. Por lo tanto, la realidad de agresión es una realidad por enfrentar. No, no es normal. No son normales los golpes que te dan ni los chistes que tenés que aguantar. No es normal tener miedo de salir a la calle y que eso determine qué te ponés.
Pero hay una razón muy sentida en Guatemala para que no pase desapercibido este día. Hace un año, 56 niñas vivieron un infierno, 41 de ellas murieron dentro de un aula llena de fuego y en 15 minutos todas sufrieron cuando podían no haberlo hecho. El paro en este país es en memoria de las niñas que se han mantenido vivas en nuestras conciencias. Es para exigir justicia, para que el Estado de Guatemala responda, para que los culpables sean enfrentados.
Mientras, el Estado de Guatemala, a través del Ministerio de Cultura, nos felicita en nuestro día. Nos llama «vasos frágiles». Rabia. Y no me importa que me llamen emocional. Eso es lo que siento. No somos frágiles. Somos mujeres, punto. Frágil es cualquiera frente al fuego. Cualquiera se quiebra cuando constantemente se tiene miedo de la pareja, o del tío, o del maestro. «Cualquier cosa nos afecta». Claro que sí: cuando nos tratan como animales, cuando reiteradamente estamos pensando en cómo quedar bien y no se logra, cuando somos lo suficientemente buenas y no aguantamos la violencia, que estorba nuestra paz emocional y nos mancha la piel. La fragilidad no viene de Dios: viene del macho. No es natural ni un regalo de Dios: es el resultado de los machos que creen que pueden hacer cualquier cosa con nosotras.
Las frágiles les demostramos cada día en qué ya no nos dejamos. Que tienen una idea errada de nosotras, que puede ser que nos la creímos alguna vez, pero que luchamos contra esa mentira que quiere ser impuesta como verdad, como manera de vivir. Al enfrentarnos a la idea nos enfrentamos a quien la mantiene viva. Así que nos abrimos camino sin pedir permiso, sin preguntar si les gusta y si están de acuerdo, porque eso significa que no cuestionamos sus privilegios. Eso es precisamente lo que hacemos: serles incómodas porque les hablamos de feminismo y, cuando hablamos de nuestro respaldo teórico y práctico para pensar una sociedad y el entramado de relaciones que esta significa, los interpelamos en lo más hondo de su ser. Ni modo. A hacerle ganas si no les gusta. Entendería por qué. Bienvenido quien se atreva. No cedemos más.
41, siempre 41.
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