Yo me lo gocé de principio a fin. Y hasta me ofrecí a llevarles quesitos.
Según las exponentes, ser oveja negra en Guatemala tiene que ver con la decisión de una mujer de vivir su sexualidad como quiere. Tiene que ver con su decisión de no casarse o de no tener hijos. Tiene que ver con su posicionamiento político diferente al de su familia. Tiene que ver con su opción de preferir hacer carrera profesional antes que construir un hogar. Tiene que ver con ser independientes. En resumen, tiene que ver con el ejercicio de su soberano derecho a ser personas, seres humanos autónomos, con aspiraciones, deseos y metas, y que además se atreven a decirlo en público.
Ellas, las ovejas negras de Guatemala, representan el futuro de las mujeres del siglo XXI. No deberían ser la excepción, sino la norma. Toda sociedad moderna debe darles garantía a las mujeres para que decidan libremente acerca de su sexualidad, su cuerpo, su carrera profesional, su opción a casarse o no, a tener hijos o no, a vivir su propia vida como les plazca.
Las historias de la prima que es dinamita porque ha tenido cuatro novios y con todos ha compartido cama deben dejar de ser el chisme del día del fiambre para pasar a ser la realidad ignorada o, a lo sumo, la envidia de algunos. Que a Ale Colom le escaneen los novios para conocerles el pedigrí debe ser un mal chiste familiar, no la anécdota de una oveja negra. Aunque cabe decir que esto de revisar el árbol genealógico de la pareja debe de ser lo más clasista que he escuchado.
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La guía para decepcionar a la familia es muy fácil: salga de su casa; viva sola o acompañada por ratos; vístase como le dé la gana; tenga las parejas del color, sabor y número que le llenen su corazón; viva sin máscaras; diga lo que piensa; defina sus proyectos y luche por alcanzarlos; estudie antropología en vez de derecho, como quieren sus padres; diga que no quiere ser ni madre ni esposa. Total, para qué va a comprar todo el toro si con un pedacito le sobra y le basta.
La lista es larga, pero el objetivo es el mismo: ser la oveja negra de la familia. Al final de la vida serán las ovejas felices y realizadas. Las que tendrán historias que contarles a otras generaciones, las que se acostarán despeinadas y se levantarán con una sonrisa de oreja a oreja. Las que habrán vivido y habrán dejado huella.
Desafortunadamente, ser la oveja negra de la familia es casi un lujo que la mayor parte de las mujeres de Guatemala no puede darse. La mayor parte de las niñas y jóvenes, indígenas y de zonas rurales, no tienen acceso a educación, son obligadas a ser madres desde los 10 años, son violadas por sus propios familiares, tienen que trabajar como mulas desde que sale el sol hasta el ocaso, no saben de placer ni pueden expresarlo. Ellas, aunque quisieran, no podrán salir de su casa a menos que se casen. Para ellas no existe la opción de ser la oveja negra de la casa.
Guatemala se parte entre las mujeres que optan por ser las ovejas negras y las otras que no tienen esa opción. El Estado tiene la obligación de garantizarles a ambas sus plenos derechos, a unas ofreciéndoles libertad y a las otras dándoles oportunidades.
Ninguna de las dos realidades debe obviarse.
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