El método científico o de Boscom, la escala de onda hawaiana, la ola de hombre y medio; dicen que los surfistas pueden pasar horas debatiendo sobre los métodos para medir una ola. Algo así empieza a pasar en las manifestaciones en Guatemala. Surge un contingente de asiduos, constantes y disciplinados seres que no faltan un día y que ahora, expertos, son capaces de medir los flujos de los asistentes, la cresta del barullo, de los gritos y las consignas; calculan cuántos miles llegaron esta vez, e incluso miden la temperatura del enojo o de la alegría de estas manifestaciones que surgieron por una inocente invitación en Facebook y por una grave acusación de corrupción. Hoy es la número 18.
La coreografía se repite, desde el 25 de abril de este año, con pocas variaciones: sábado a sábado la gente toma las plazas y grita su indignación. Van mutando las exigencias: de la renuncia de Roxana Baldetti y Otto Pérez Molina, a cambios en el sistema político. De un llamado a que se cancelen las elecciones a una advertencia a no votar por determinados candidatos (Manuel Baldizón de Lider, lidera la animadversión).
Este sábado 22 de agosto, hay unas 10 mil personas que vienen y van, que se renuevan conforme atardece. Hay leves variaciones de las manifestaciones de sus inicios, se ha multiplicado el repertorio de cánticos, las batucadas oficiales conocen el guion y van variando ritmos y consignas para mantener el ánimo en alto. Los drones ya no sobrevuelan frenéticos, las cámaras aquellas que causaron tanta indignación en los primeros días ya no están —como ya no está el que fuera ministro de Gobernación, Mauricio López Bonilla, a cargo de la vigilancia de las primeras marchas—, no están los antimotines, y ahora se apostan desgarbados los agentes de la Policía Nacional Civil. El comercio informal cada vez amplía la oferta de vuvuzelas, sombreros, cintas y camisetas. Ya no es la marejada de los sábados de mayo, en los que se calculó que llegaron a estar 60 mil personas, sólo en el parque central de la capital sin contar las cabeceras de la mayoría de municipios del país.
Pero en esta concentración hay un giro, una bomba en el agua, se acentúa lo que ya sucedía: la furia y la alegría hacen pulsos. Hoy el espíritu victorioso —la exvicepresidenta Roxana Baldetti entró a prisión el viernes y dos ministros renunciaron a las dos de la tarde, una hora antes de la convocatoria de la manifestación; se ensalza a la CICIG y al MP— se ablanda ante la incertidumbre de lo que sucede en Palacio: se espera la renuncia de Otto Pérez Molina. Y este es el grito más potente hoy, se pide la renuncia del Presidente.
Un brazo de los manifestantes se va con los tambores frente a Casa Presidencial, en la parte trasera del Palacio Nacional. Se escuchan los tambores tribales de cuando la magna escultura ecuestre está a punto de derrumbarse después de la derrota.
Pero no.
Este sábado los asistentes elevaron un trofeo imaginario: la exvicepresidenta en prisión, el lunes irá a su primera audiencia. Pero, también, esta noche acabó con el grito de gol atragantado, el presidente Otto Pérez Molina seguía en Casa Presidencial haciéndose el desentendido. Mientras tanto las estructuras estatales chirrían y se tambalean.