Marilyn Boror Bor ̶C̶a̶s̶t̶i̶l̶l̶o̶ ̶N̶o̶v̶e̶l̶l̶a̶
Marilyn Boror Bor ̶C̶a̶s̶t̶i̶l̶l̶o̶ ̶N̶o̶v̶e̶l̶l̶a̶
Al otro lado del océano, en el suelo de Berlín, un hombre coloca una lápida en la que consta que el Estado de Guatemala aprobó que Marilyn Elany Boror Bor dejara de existir para dar paso a su nueva identidad, Marilyn Elany Castillo Novella. Dos apellidos distintos, un abismo de diferencias. Esta es la historia de como Marilyn convirtió su nombre en una pieza de arte para indagar en el racismo y el clasismo en Guatemala, y cómo las reacciones a ella multiplicaron la fuerza de su reflexión.
[Transcripción]
La primera vez que escuché hablar de Marilyn Boror Bor fue el mismo día en que hizo público su deseo de llamarse Marilyn Castillo Novella. El 19 de agosto de 2018, tal y como lo manda la ley, su decisión se publicó en los diarios de mayor circulación.
El que una mujer índigena decida ponerse los apellidos de dos de las familias que dominan, respectivamente, la industria licorera y la cementera, no es algo que pase desapercibido.
Aquel edicto de cambio de nombre se viralizó en redes sociales. Todas las reacciones, memes y comentarios, estaban orientados a decirle que esos apellidos no le pertenecían, y que ese trámite legal no cambiaría su físico ni su condición en la sociedad.
Marilyn aún guarda uno de esos memes en el que la comparaban con María La del Barrio, un personaje de novela mexicana que pasa de mendigar en las calles a ser “la señora” de una gran mansión.
Entre broma y broma, la verdad se asoma, decía mi madre. Razón tenía. ¿Por qué los apellidos Boror Bor eran asociados con la pobreza? ¿Por qué los Castillo Novella debían indicar el ascenso social?
En realidad Marilyn no quería cambiarse los apellidos: Edicto Cambio de Nombre es una acción artística que invita a reflexionar sobre las dinámicas de racismo, clasismo y discriminación que hay detŕas de este proceso legal y de la decisión personal de alterar en tu nombre, aquello que te vincula con tu familia.
Marilyn Boror Bor es artista visual y nació en San Juan, Sacatepéquez. Su obra es una constante exploración de sí misma a través del lenguaje, de su historia y de su entorno. A pesar de nacer en un pueblo de mayoría maya-kaqchikel, Marilyn creció lejos del idioma y de la vestimenta de la cultura local.
Cuando sos chiquito no entendés y yo le eché la culpa mucho tiempo a mis papás y después dije no, no son mis papás. Ellos seguramente sufrieron mucho racismo y entonces no quieren que a sus hijos les pase lo mismo. Es un racismo estructural que no es culpa de las familias, no es culpa de la gente.
Yo no puedo hablar de la vida de los demás porque no sé lo que es estar en sus zapatos. Entonces empecé a hablar de mis procesos, de mi vida, de cómo ir conciliando, de cómo la falta que me hacía el idioma, la falta que me hacía volver y rescatar todas esas cosas que mis papás habían querido esconder un poco o negar.
Marilyn Elany no sabe por qué su padre y madre decidieron ponerle esos nombres. Ha investigado pero hasta ahora solo tiene algunos indicios:
Para serte honesta, exactamente no he encontrado el linaje. Lo que agradezco es que mis papás se hayan juntado porque Boror-Bor suena hermoso. Hasta el momento lo que he encontrado es que puede ser entre el sonido de una jarra que se quiebra y algodón.
Nombrar, vaya dilema.
El internet está lleno de páginas para ayudar a escoger un nombre. Según Google Trends, lo que más buscan los guatemaltecos son nombres bíblicos. Luego, en el caso de las niñas, buscan nombres italianos o japoneses. Para los niños, italianos o rusos.
El nombre dice más de nuestros padres que de nosotros. Habla de su época y de sus gustos; de la forma en que nos veían y de cómo querían que los demás nos percibieran. Con el tiempo vamos dotando de sustancia a ese nombre propio, y siempre podemos camuflarlo con un diminutivo o un apodo.
Los apellidos son otra cosa. Nos trascienden a nosotros mismos y a nuestros padres. Ni nosotros ni ellos los escogieron, quizás ni nuestros abuelos. El apellido se hereda como una madeja de lana que va trenzando a generaciones de generaciones. El apellido, históricamente, ha sido una forma de fijarnos a un lugar en la sociedad.
El nombre de los romanos, por ejemplo, se componía de un pronomen equivalente al nombre de pila; y un gentilicium que indicaba el nombre de la gens (el linaje) al que pertenecía. El gentilicium es el equivalente a nuestros apellidos y se completaba, para fines legales, aclarando si se era hijo de un hombre libre y a cuál tribu se pertenecía. A los héroes militares también se les permitía añadir algo que evocara sus proezas.
Así que tu presentación, en tiempos romanos, sería muy parecida a la famosa escena de Russel Crowe en la película Gladiador:
“Mi nombre es Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, general de las Legiones Fénix, fiel servidor del verdadero emperador Marco Aurelio”.
Y ahí dejémoslo. Regresemos al punto. Para la Edad Media los apellidos se diversificaron mucho más pero siguieron indicando nuestro lugar social.
De quiénes éramos hijos, cuáles eran los rasgos físicos predominantes en nuestras familias, los rasgos topográficos del lugar del que provenimos o qué oficio habíamos heredado. Así que los López eran hijos de Lope, los Calvo obviamente solían ser calvos, los Ávila eran originarios de dicho lugar y los Herrera eran miembros de una familia de Herreros.
Bajo esa lógica, a Marilyn Boror le habría tocado un apellido que correspondiera con su profesión y la de su padre: el magisterio.
Mi papá era: “bueno, te vas a casar entonces tenés que tener un trabajo de medio tiempo y seguro te vas a quedar aquí en el pueblo y vas a ser la profe de arte del pueblo. Que tengas una carrera de medio tiempo y podés cuidar a tus hijos.”
Mi papá fue de los primeros profesionales del pueblo. Entonces mi papá como que es el profesor del pueblo y todo mundo lo quiere y lo respeta, en el instituto, en las escuelas. Y sí, al final se mueve en un círculo social bastante mestizo y ladino. Y siempre era cómo no te pongas esa ropa, ponete otra, que no te miren con eso. Con mi mamá era como “no, no, voy a ir yo solo”. Vos te preguntás qué tiene de malo. Seguro porque a los hombres les toca enfrentarse mucho más a la sociedad que la mujer, porque es el hombre el que tuvo que salir a trabajar. También creo que es una de las razones por las cuales creo que los hombres dejaron de usar la indumentaria maya mucho más rápido que las mujeres.
¡Qué palabra tan fuerte es “ladino”! En América los españoles nombraron ladinos a todos aquellos que no eran parte de la élite criolla pero tampoco pertenecían a la población indígena. Una especie de limbo identitario. De paso también impusieron una forma de nombrarnos y de clasificarnos a través de los apellidos.
No existe mucha información para determinar cómo se construía el nombre en las culturas mesoamericanas. Lo más probable es que estuvieran relacionados con la fauna, la flora, los minerales o la cosmología. Para entender un poco más sobre ello conversé con el arqueólogo y antropólogo, Diego Vásquez Monterroso.
Algunos nombres actuales, mayahablantes del área norte de Quiché y del área norte de Huehuetenango, nos dan una idea de cómo pudo haberse estructurado el sistema de descendencia y de otorgamiento de patronímicos. Por ejemplo, en lo que ha sido un quebradero de cabeza racista por la incomprensión y por la falta de apertura en un principio a esto, como el RENAP o el gobierno mismo, ante nombres como Gabriel Pedro Mateo; donde Pedro y Mateo pueden ser los nombres de los abuelos o de los bisabuelos que se van otorgando en una secuencia sucesiva y que generan esta inicial confusión, para un hablante de castellano, al ver como los nombres que no se consideran apellidos en esta sociedad sí lo son.
La imposición de nombres siguió dos vías a partir del Siglo XVI, la vía de la cristianización y la vía de las poblaciones que estaban sujetas a tributar tanto a la Corona como a encomenderos u otro tipo de grandes terratenientes. En el primero de los casos los frailes y los religiosos católicos consideraban que muchos de los nombres, tanto personales como apellidos, hacían referencia a idolatrías, a prácticas idolátricas de diferente tipo, por lo tanto buscaron suprimirlas. En otros casos algunos patronímicos surgieron como una especie de conmemoración o de señal de propiedad de un determinado invasor europeo, de allí la profusión de apellidos como Alvarado en algunas regiones o Cortés, entre otros.
Esa transformación brusca de la forma en que nos nombramos y presentamos tuvo un efecto: hay un punto más allá de la historia inmediata en que las familias no pueden rastrear su historia, sus raíces. Su vínculo con esa cultura que muchos, bajo la lógica racista, prefieren considerar extinta.
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Más allá del linaje histórico, descubrir la identidad inmediata y lo que otros deciden que implica es un proceso que lleva tiempo y que quizás no descubrimos hasta que nos enfrentamos al primer golpe de racismo. Volvamos con Marilyn:
Es que es bien loco porque de niño no te das cuenta y si estás en el pueblo, menos. Igual en el pueblo está super marcado lo de los ladinos y los indígenas. Hasta la escuela y el colegio, todo te lo marcan como los ladinos por un lado y los indígenas. Y sí existe como este ladino de pueblo que pasa empujándote porque sos indígena, así literal, en el pueblo.
De chiquito te enamorás. Me gustaban los niños y no se qué, bla bla bla y salía. Tenía como un noviecito y de pronto íbamos en la calle y me soltaba la mano y yo como qué pasó. Y me decía que sus papás no nos podían ver juntos porque yo era indígena y yo intentaba entenderlo. "Sí sabes que vos y yo definitivamente no podemos estar juntos, verdad". Yo no lo entendía y me pasó muchas veces. “Sí, pero que no nos miren, que la sociedad no se entere”.
Entenderlo le llevó a Marilyn Boror mucho más tiempo y un largo camino. Su camino. Decidió dejar el trabajo heredado como maestra de arte, buscar becas y salir de San Juan Comalapa. En ese viaje, me cuenta, aún sentía la contradicción de su identidad:
Yo hace mucho tiempo decía “no soy ni la indígena del pueblo” porque no me consideraban eso, porque siempre me vestían distinto. Y yo como soy eso, salí de allí, sabés que sos indígena pero en el mismo pueblo no me sentía eso. Era como bien extraño, estaba como en un limbo.
La parte más problemática del racismo es que lo interiorizas sin darte cuenta. Desde su estudio Boror me contó cómo en cada viaje se iba percatando de la forma inconsciente en que había asimilado que lo indígnea era malo, que indígena era lo que no debía ser. Pero, me explica:
Es imposible, tu cuerpo tiene memoria y vas a recordar eso. No podés negarlo.
Yo creo que cuando digo que el cuerpo tiene memoria es porque en verdad tiene memoria. Yo me acordaba muchísimo de la escuela que te decían tata tata y no sé si te acordás de que en algún momento ordenaron indígnea, ladino, indígena, ladino y en algún momento ni te preguntaban: era como Marylin Boror, indígena. Pérez tata ta, ladino. Como que ya se asume que sos solo por los apellidos.
El sistema está tan metido en mi cabeza que siempre buscaba parejas como muy blancas, extranjeros o te digo que casi no tenía parejas en Guatemala porque era como: ”Ay no, son morenitos”.
En el fondo todo estaba tan interiorizado, me cuenta Marilyn, que ella sentía que también en sus relaciones estaba intentando “blanquearse”. En las lógicas racistas todo implica esta transformación que sucede en la vestimenta, en las relaciones sociales y por supuesto, en el terreno de las palabras, en la lógica de los apellidos que en vez de respetar su escritura y pronunciación original son castellanizados.
El caso más notorio de esta castellanización racista de los apellidos podemos encontrarlo en nuestro estado nacional. Hace más de 60 años, el gobierno de Carlos Castillo Armas, el hombre que dio rostro al movimiento contrarrevolucionario, decidió nombrar al estadio nacional como “Mateo Flores” en honor al guatemalteco que ganó la maratón de Boston en 1952.
Honor, es un decir. El verdadero nombre de aquel atleta, hijo de agricultores, era Doroteo Guamuch Flores. Sin embargo, para el cronista estadounidense que narró la maratón, el nombre era raro y el apellido impronunciable, así que su solución fue cambiarlo y llamarlo Mateo Flores.
En agosto de 2016, en el palacio legislativo, el artista Benvenuto Chavajay se quitó la camisa para mostrar el tatuaje que cubría su espalda: la cédula de vecindad con el nombre real del atleta. Aquello era una reivindicación de la identidad arrebatada por el capricho de un locutor. Ese mismo día, por decreto, al estadio, a las calles, las avenidas y las escuelas que alguna vez se llamaron Mateo Flores, les fue cambiado el nombre por el que siempre debieron llevar: Doroteo Guamuch Flores.
Para mí es un referente esa pieza, independientemente del artista, que está entre los más buscados por machista, sí es un referente esa pieza.
Ambas acciones artísticas reflejan la tensión social que aún existe frente a la forma en que nos llamamos o deciden llamarnos. Llamé a Carmen Alvarado, poeta, editora y gestora cultural, para reflexionar más sobre este hecho:
Todo se basa en un error, en una incapacidad de comprender el nombre y en decir “para mí es más fácil esto”. Eso es lo que pasa con el racismo: para mí es más fácil entender el mundo de esta forma. “Estas no son las mías”, dice el dominador, “entonces voy a pasar todo esto por el filtro para que yo lo pueda consumir”.
Nosotros tenemos muchos nudos en nuestra historia y cuando regresamos o sentimos esos nudos preferimos cortarlos. Por ejemplo, hay un nudo de ser un país colonizado, y que nuestra historia esté marcada por eso pero antes que desatarlos, preferimos cortarlos y el gesto de cortarlos es ser una sociedad racista. El racismo es una forma de cortar esos nudos y de tratar de ocultarlos.
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Edicto Cambio de Nombre es una pieza realizada por Marilyn Boror gracias a una beca otorgada por la Fundación Yax.
Un día un amigo traía los Diarios de Centroamérica de su oficina, los dejó allí y me puse a verlos y empecé a ver los edictos y dije yo: “tanta gente cambiándose los nombres y los apellidos”. Me puse a marcarlos para ver cuántos indígenas se cambiaban el nombre y eran un montón. Eso sin decir los mestizos que se blanqueaban más con un apellido más blanco. Si ya eran López, se ponen cualquiera que suene alemán o europeo. Un apellido Tomás era Thomas, me asusté un montón.
Luego no solo me encontré con familias completas. La primera semana se cambiaba el esposo, la siguiente semana la esposa, la siguiente semana los hijos, uno por uno. Me puse a hacer como árboles genealógicos y me iba dando cuenta de que era el papá y que toda la familia se había cambiado los apellidos.
En su primer trabajo de documentación Marilyn Boror encontró un promedio mensual de 40 edictos de cambio de nombre. Decidida a continuar con la obra la respuesta del primer bufete de abogados no fue la esperada:
Los abogados de la fundación eran una firma super fancy de las que defendían gente de poder en este país, oligarquía. Entonces llego al bufete y todo así, con los abogados todos entacuchados y explicándome. Yo contándoles el proyecto y ellos diciéndome que nunca habían hecho eso, quizás una Z que a alguien se le fue, entonces cambiamos solo el apellido. Cuando el abogado entendió me dijo: ”Jajaja, lo más chistoso es que fuera Castillo Novella y yo: ¿Castillo Novella? Gracias”.
Los Castillo Novella son dos apellidos de tan larga tradición que se remontan desde la misma época Colonial y que se convirtieron en referentes de dos grandes industrias, la licorera y la cementera, respectivamente.
Marta Elena Casaús, autora de Guatemala: Linaje y Racismo, es la principal referente en el estudio de las redes familiares y los mecanismos que han utilizado para mantener y aumentar sus privilegios. Mecanismos que, en palabras de la autora, se basan en:
“...Alianzas matrimoniales, relaciones endogámicas y estrategias de sus intelectuales orgánicos, con el fin de mantenerse en el bloque dominante configurándose una auténtica élite de poder y en muchas ocasiones confundiéndose con ella. Así, en diversos períodos de la historia latinoamericana, red familiar y élite de poder son sinónimos”.
Tras pensar en aquellos apellidos, Marilyn decidió dotarlos de su propio significado. El Castillo sería el recuerdo de cómo el alcohol fue utilizado para controlar a los pueblos; y la imposición del Novella sobre sus apellidos indígenas serían una metáfora de la imposición de una cementera pese al rechazo de los habitantes de San Juan Comalapa.
Como no logró entenderse con los abogados acudió a una opción más popular. Una abogada que trabajaba cerca de la Torre de Tribunales. Encontró allí a alguien que no solo entendía su obra sino que también había experimentado el racismo que te fuerza a borrar un apellido.
Un familiar de la abogada le había pedido que hiciera el trámite de cambio de apellidos para su hijo porque al niño lo molestaban mucho en la escuela. Lo hizo a escondidas del resto de la familia pero pensando no solo en que no lo molestaran, también en que el apellido indígena no le restara oportunidades laborales en el futuro.
El trámite dura cerca de tres meses y tiene un costo alrededor de los Q2500. Implica siempre la publicación del edicto en los diarios y un tiempo prudencial para que alguna persona pueda oponerse si se siente afectada. Marilyn no recibió ninguna oposición de parte de nadie con apellidos Castillo Novella.
No pasó nada. Fue más la reacción de las capas medias, aspiracional. Fue una reacción del tipo “hay no, a está cómo se le ocurre”. No eran sus apellidos ni su linaje ni sus familias pero allí estaban tirándome todos.
Hice una pieza supergrande que es como un gran rollo y este scroll que subís y subís y no se acaban los insultos. Tengo todo el archivo de todos los comentarios. El año pasado, que pasó esto del afrodescendiente en Estados Unidos que fue golpeado, la gente empezó a poner el hashtag #GuateRacista. Yo aproveché para subir el edicto otra vez y no, la gente seguía insultándome.
Ese racismo en las reacciones terminó por cerrar el círculo de su obra, porque cada insulto, cada chiste clasista que provocó fue una demostración de que el racismo y la lógica clasista asociada a los apellidos sigue tan vigente como si nuestra sociedad aún estuviera anclada a la Colonia. Tan vigente que los mismos apellidos que eran sinónimo de abolengo en el siglo XVI lo siguen siendo ahora.
Vigentes siguen también las razones por las que el padre de Marilyn Boror decidió privarla de su herencia cultural con el afán de protegerla. Es el costo que conlleva el racismo: la negación de nosotros mismos a cambio de la supervivencia y la integración en el mundo del otro. Me decía Carmen Alvarado:
El peso de los apellidos en Guatemala es importantísimo y también es la evidencia de una evacuación, una huída, una estampida que está huyendo de su nombre no por quererlo sino por una necesidad. A lo largo de los siglos la cuestión ya puede ser un gusto adquirido de decir “prefiero tener este nombre y no el otro” pero por supuesto que siempre está implícito el mecanismo de defensa ante una sociedad sumamente racista que se autoflagela y creo que el cambio de nombre es esa autoflagelación porque nos han enseñado a despreciarnos.
Y de alguna manera todos tenemos algún conflicto personal con nuestros apellidos, con la forma en que nos clasificamos o nos enfrentamos a nuestro linaje. Lo que hizo la obra de Marilyn fue ponernos frente al espejo, fue ver en ella y su cambio de nombre la posibilidad de hacerlo con el nuestro, o bien, la forma en que creemos que determinados apellidos solo pueden pertenecer a ciertas condiciones sociales.
Yo, por ejemplo, tomé la decisión desde pequeño de utilizar el apellido materno antes que el paterno. El Woltke de origen alemán antes que el Padilla. Lo hice para reconocer el esfuerzo de mi madre por criarnos completamente sola. Con los años también me di cuenta que el Woltke siempre provocaba otra actitud en las personas, siempre preguntaban por el origen de aquel apellido. El Padilla siempre pasaba desapercibido.
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Marilyn Boror Bor nunca terminó de convertirse en Marilyn Castillo Novella. Me cuenta que aquel año enfermó mucho y en parte creía que se debía a que su cuerpo estaba rechazando esos apellidos que no le pertenecían. Así que nunca dio el último paso, el de inscribir el cambio ante el Registro Nacional de las Personas.
La obra Edicto Cambio de Nombre ha seguido generando otras piezas. Entre ellas, la instalación de una lápida en la que está grabado el cambio de apellidos autorizado por el Estado. El colectivo Voces de Guatemala en Berlín también ha utilizado la obra para reflexionar sobre el ofrecimiento que hace el gobierno alemán, a los nacionalizados, de optar por un nuevo apellido para adaptarse mejor a la sociedad.
Tres años después, Marilyn Boror espera pasar página, dejar atrás Edicto Cambio de Nombre y continuar su exploración.
Lo que quiero con mi obra es como que esta memoria, volverla a traer. En Guatemala existe esta dualidad, los ladinos y los indígenas. No hay un entendimiento de los dos mundos, no existe ese abrazo porque los mestizos se niegan a entender a los indígenas porque así te enseñaron a ser. Para mí es siempre como ese abrazo. Yo sé que sos mestizo pero quiero que entiendas cómo soy. Intento abrazar porque también sé que es estar del otro lado.
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- Investigación y locución: Gabriel Woltke
- Idea original y edición: Enrique Naveda
- Producción: Diana Cóbar
- Dirección: Francisco Rodríguez
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