Hacía calor en la sede, unas oficinas muy bien decoradas y con mobiliario adecuado para realizar talleres y trabajo administrativo. Tras las preguntas que llevaba para mi investigación me invitaron a compartir con ellos un rato más para conocer a otros miembros y, de paso, comernos un tamal de arroz. Fue un tamal que llamé migrante porque estaba envuelto en aluminio y porque debajo de la masa y del recado asomaba solitaria una hoja de plátano, símbolo de nostalgia por nuestra cocina. Estaban hechos para recaudar fondos destinados a los proyectos de la organización. Y son tan cotizados que en muy poco tiempo se acabaron.
Aproveché para platicar un poco con una adolescente recién llegada a la ciudad, que viajó con su hermano menor para reunirse con sus padres, inmigrantes indocumentados a los cuales llevaba años sin ver. Ambos jóvenes habían atravesado el río Grande con el coyote y tuvieron mucha suerte de no ser detectados por la Migra y llevados a los centros de internamiento, en pleno auge de la migración de niños y niñas en agosto de 2014.
Tras la comida y la conversación, los representantes me invitaron a conocer el conjunto de marimba, que ese día ensayaba en el espacio que le prestaba la cercana iglesia de San Francisco, así que allá los acompañé. Desde la entrada al sótano se podía escuchar ese sonido inconfundible de las baquetas sobre la madera marcando un son del altiplano guatemalteco con batería y guitarra.
La marimba fue enviada a traer a Guatemala para mantener vivas las tradiciones de la comunidad inmigrante. La utilizan para amenizar fiestas y hacer presentaciones en eventos culturales de la organización. Esta tiene proyectos de apoyo a los migrantes en asuntos legales (apoyo en casos de detención, asesoría migratoria y otros), de traducción (muchos son monolingües q’anjob’al), educativos (para la inserción al sistema escolar de Nebraska y el aprendizaje del inglés) y de recepción de los recién llegados.
Pixan Ixim es una asociación sin ánimo de lucro, que recibe apoyo de la Universidad de Creighton (jesuita) y que tiene alianzas con otras instituciones de Omaha, la mayoría vinculadas a la Iglesia católica. Está integrada principalmente por mayas q’anjob’al, aunque hay algunos miembros k’iche’.
Los miembros de la marimba, siete hombres y una mujer, todos q’anjob’al, dejaron de tocar para saludarme e invitarme a escucharlos. Al fondo se podía ver el nombre de la organización y un dibujo de montañas y volcanes con un sol enorme, así como la representación de la iglesia de Santa Eulalia, Huehuetenango, como para no olvidar el terruño en medio de esas planicies gringas que en invierno borran hasta los recuerdos.
La marimba comenzó a tocar de nuevo y fue entonces cuando las hijas de la única mujer marimbista se acercaron para invitarme a bailar con ellas. Las sonrisas de ambas, con algunos dientes de leche ya ausentes, me cautivaron, y acepté unirme a ellas en un son. Son dos niñas de ocho y seis años, nacidas en Omaha, cuyo padre fue deportado hace año y medio y está buscando los medios para volver a emigrar y reunirse con su familia.
Mientras bailaba en círculos al compás de la música recordaba el tiempo cíclico de los mayas y reflexionaba sobre lo extraño de la ocasión. Marimba en Omaha y niñas q’anjob’al-estadounidenses que hablan inglés, q’anjob’al y español, que bailan sones y se presentan en eventos de la Universidad de Creighton vestidas con el traje ceremonial de Santa Eulalia, con padres que intentan a toda costa un proyecto migratorio en Nebraska, pero como parte de una asociación maya.
Esas niñas son parte de una nueva generación que tiene un pie en Omaha y otro en Guatemala. Son también un ejemplo más de hibridación al estilo de García Canclini, con referentes identitarios dobles. Pude verlas después en un evento de la Universidad de Creighton y quedé admirada por la soltura con que hacían un discurso en tres idiomas y por cómo ejecutaban un baile ceremonial, cómo lucían con garbo sus huipiles y tocoyales y cómo se aferraban a la mano de su madre y posaban en una foto para enviarla a su papá en Santa Eulalia.
Me pregunto cómo serán esas niñas cuando sean adultas. ¿Qué idioma preferirán? ¿A qué pertenencias se adscribirán? ¿Cómo conciliarán ser de aquí y de allá? ¿Qué efectos a largo plazo tendrán estas nuevas identidades migrantes en contextos globalizados? ¿Cómo podemos estudiar mejor estas nuevas configuraciones familiares? Más preguntas siguen surgiendo, pero de momento me conformo con recordarlas sonriéndome sholcas y tirando de mí para bailar un son.
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