A tan solo horas de asumir su cargo, el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos, Donald Trump, empezó a cumplir sus promesas de campaña. Las acciones en materia migratoria no tardaron en llegar: aumentar la seguridad fronteriza, acelerar deportaciones, frenar el envío de fondos federales a las ciudades santuario, restablecer el programa de comunidades seguras, reducir el número de refugiados y vetar a siete países musulmanes. Un balde de agua fría cayó sobre quienes se verían directamente afectados por estas medidas. Sin embargo, la indignación generalizada tampoco tardó en llegar.
Ante tanta hostilidad, estados, grandes corporaciones, organizaciones sociales, familias y ciudadanos han respondido rápidamente con los más diversos gestos de hospitalidad. Entre ellos, la pronta reacción del primer ministro canadiense, que publicó el 28 de enero el siguiente tuit: «A aquellos que huyen de la persecución, el terror y la guerra, los canadienses les damos la bienvenida independientemente de su religión. La diversidad es nuestra fortaleza. #Bienvenidos a Canadá». Y no es de extrañar esta actitud de Justin Trudeau, quien ha liderado un completo plan de acogida para refugiados. Hasta el 2 de enero de 2017, Canadá ya les había dado la bienvenida a 39 671 refugiados sirios. En una actitud similar, el Gobierno italiano recibió el 30 de enero a 41 refugiados sirios y afirmó que buscaba mostrar solidaridad mientras Estados Unidos ahuyentaba a los refugiados y levantaba muros.
Grandes corporaciones como Starbucks y Google tampoco tardaron en reaccionar. El CEO de Starbucks, Howard Schultz, anunció el 30 de enero que contratará a 10 000 refugiados en los próximos cinco años en los 75 países donde la empresa está presente. Google, por su parte, anunció que donará cuatro millones de dólares a cuatro organizaciones comprometidas con la defensa de los derechos de las personas migrantes, entre ellas la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles.
El 29 de enero, la Red Fronteriza para los Derechos Humanos organizó por tercera vez la iniciativa Hugs Not Walls, que permitió reunir por tres minutos en pleno río Bravo a más de un de centenar de familias mexicanas separadas por las deportaciones. También ha habido acciones espontáneas y de rápida convocatoria como las protestas del 28 de enero en el aeropuerto John F. Kennedy, en Nueva York, por parte de ciudadanos indignados ante la noticia de que refugiados iraquíes estaban siendo detenidos en el aeropuerto. La voz de la indignación exclamó ese día: «#NoBanNoWall».
Entre todas estas manifestaciones de hospitalidad vale la pena destacar las acciones más ordinarias y cotidianas, como la que narró el pasado 31 de enero The Washington Post. Según esta nota, una familia originaria de Libia recibió el 20 de enero en el buzón de su casa en Cincinnati una tarjeta en la cual se leía: «Queridos vecinos, hoy comienza una nueva etapa para nuestro país. No importa lo que suceda. Por favor sepan que todavía hay muchas personas que lucharán por su derecho a practicar su religión para que continúen sus vidas sin discriminación. Ustedes son bienvenidos en nuestro vecindario. Si necesitan cualquier cosa, por favor toquen nuestra puerta». Ante esta auténtica e inusual expresión de hospitalidad, una de las jóvenes de la familia expresó: «Nunca me sentí más bienvenida o más estadounidense que durante el ascenso de Trump». El mismo día que esta familia musulmana se sentía acogida, el nuevo presidente anunciaba en su discurso inaugural: «Debemos proteger nuestras fronteras de la devastación de otros países que fabrican nuestros productos, se roban nuestras industrias y acaban con nuestros empleos. La protección nos brindará una gran fuerza y prosperidad».
No cabe duda de que este es un buen momento para hablar de hospitalidad, un concepto que hace más de 200 años Immanuel Kant definía como «el derecho de un extranjero a no ser tratado hostilmente por el hecho de haber llegado al territorio de otro» (Sobre la paz perpetua, 1795). Leonardo Boff señala que la hospitalidad está en la base de nuestra humanidad y de la convivencia civilizada. «El problema no es únicamente personal, sino social y político. Son sociedades enteras y numerosos Estados los que se ven desafiados a mostrar unos mínimos sentimientos humanitarios y acoger a esa multitud de hijos e hijas inermes de la Tierra» (Virtudes para otro mundo posible. I Hospitalidad: derecho y deber de todos. Sal Terrae, 2005).
Y es que en la coyuntura actual es importante demostrar que, a mayor hostilidad, la respuesta no puede ser otra que mayor hospitalidad. Son estos momentos los que desafían nuestra humanidad. Son estos momentos los que nos obligan a voltear la mirada y hacer cada vez más visibles las acciones hospitalarias que se están realizando en todo el mundo desde estados, corporaciones, organizaciones sociales, familias y ciudadanos.
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P. D. Véanse la Campaña por la Hospitalidad que desde hace dos años viene implementando la Compañía de Jesús y el comunicado compartido el 2 de febrero por la Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús, la Comisión Provincial de Apostolado Social y la Red Jesuita con Migrantes Centroamérica Es tiempo de construir puentes, no muros.
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