El papa Francisco señala en el mensaje para la 105.a Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que no se trata solo de migrantes, sino también de nuestros miedos, de la caridad, de nuestra humanidad, de no excluir a nadie, de poner a los últimos en primer lugar; que se trata de la persona en su totalidad, de construir la ciudad de Dios y del ser humano. En su mensaje, Francisco es contundente al señalar que no se trata solo del miedo a las personas migrantes y refugiadas, sino también de nuestros miedos a los desconocidos, a los marginados y a los forasteros: «El problema no es el hecho de tener dudas y sentir miedo. El problema es cuando esas dudas y esos miedos condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizá, sin darnos cuenta, incluso racistas. El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro, con aquel que es diferente».
Y es justamente ese miedo el que ha exacerbado los nacionalismos y el racismo en el mundo. Uno de los casos más recientes ha sido el tiroteo de agosto pasado en El Paso, Texas, cuyas primeras hipótesis señalaban que este crimen fue una reacción ante la «invasión hispana de Texas». Es ese miedo el que también ha conducido a cerrar los puertos europeos a las embarcaciones que recorren el mar Mediterráneo cargadas de personas que buscan refugio. Vale la pena recordar el caso de la joven capitana alemana Carola Rackete, que en junio pasado fue criminalizada por rescatar a personas migrantes que estaban a la deriva en altamar y buscar llevarlas a puerto seguro en Italia.
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En Centroamérica asistimos a un momento crítico en el cual los Gobiernos están cerrando las fronteras a poblaciones vecinas a través de acuerdos migratorios con Estados Unidos. Estos «acuerdos de cooperación respecto al examen de solicitudes de protección» establecen que las personas que desean procurar asilo en ese país deben hacerlo primero en los países por los cuales transitan. Es así como Guatemala atenderá solicitudes de salvadoreños y hondureños; y El Salvador y Honduras, de nicaragüenses, cubanos y posiblemente de otras nacionalidades. Estados Unidos también había expresado su interés en que Panamá pudiera firmar un acuerdo similar para atender a ciudadanos de origen africano y asiático. Sin embargo, el Gobierno panameño aún no ha cedido a estas presiones. Como vemos, poco a poco cada país centroamericano se está convirtiendo en un tercer país seguro de facto, aunque las autoridades insistan en negar que los acuerdos suscritos conlleven a ello.
En Centroamérica, lejos están quedando los acuerdos de libre movilidad (CA-4) y más distantes aún la fraternidad y la hospitalidad. Se nos está imponiendo el miedo al vecino, al extranjero, a cualquier persona que transite por nuestro territorio. Se están construyendo nuevos muros entre los países centroamericanos en lugar de hacer esfuerzos por tender puentes entre países hermanos. Estos miedos son tan solo el primer paso hacia nuevos brotes de violencia en nuestra región. Vale la pena recordar los acontecimientos de enero de 2019 en Ayutla, San Marcos, cuando vecinos de esa localidad buscaron expulsar a personas que viajaban en una de las caravanas de migrantes, o de abril del mismo año en la capital, cuando cuatro jóvenes hondureños integrantes de otra caravana de migrantes fueron baleados.
Es este miedo creciente a nivel mundial el que nos impide darnos la oportunidad de conocer al otro, de encontrarnos con personas distintas y enriquecernos desde la diversidad. En estos momentos conviene recordar las palabras del gran pacifista Mahatma Gandhi: «La violencia es el miedo a los ideales de los demás».
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