Incrédulo con la respuesta, vuelve a preguntar, solo para terminar de salir de dudas de si él había escuchado mal la respuesta o ella mal la pregunta. Pero el «fijate que no me acuerdo» fue el mismo.
Al terminar de cenar, haciendo sobremesa con sus pocillos de café, conversan. «¿Y como qué edades tendrán? ¿Te acordás?». «Pues francamente no, pero más o menos creo que un par están chirices. Y los otros sí francamente no tengo idea. Ni siquiera me acuerdo de si todos están sanos o de si ...
Incrédulo con la respuesta, vuelve a preguntar, solo para terminar de salir de dudas de si él había escuchado mal la respuesta o ella mal la pregunta. Pero el «fijate que no me acuerdo» fue el mismo.
Al terminar de cenar, haciendo sobremesa con sus pocillos de café, conversan. «¿Y como qué edades tendrán? ¿Te acordás?». «Pues francamente no, pero más o menos creo que un par están chirices. Y los otros sí francamente no tengo idea. Ni siquiera me acuerdo de si todos están sanos o de si a alguno lo tenemos que atender con algún cuidado especial».
«Pero ¿qué vamos a hacer entonces? ¿Será que tenemos que seguir trabajando o será que ya podemos dejar de pagar el alquiler de esta casita y pasarnos a algo más chiquito? ¿Qué hacemos con los ahorros que tenemos para emergencias? ¿Será que vamos a poder invertirlos en algún negocito para nuestra vejez o mejor seguimos guardando por si alguno de los patojos lo necesita? ¡Ay, Dios! ¡Pero si ni siquiera sabemos si son patojos o si ya crecieron!».
«Esperate», le dijo ella. «Dejame ir a ver a sus cuartos ahorita que deberían estar todos en sus camas preparándose para ir a dormir. Voy a revisar cuántos son y, aprovechando, les voy a pedir que me digan cuántos años tiene cada uno. ¡Qué pena me da, pero me la aguanto! No podemos seguir en estas, sin saber por lo menos cuántos hijos hay todavía viviendo con nosotros, qué edades tienen y si son todas mujeres, todos hombres o mezclados. ¿Y qué vamos a hacer si ya no tenemos a nadie viviendo aquí con nosotros?», se preguntó ella un poco a sí misma y otro poco en voz alta para compartir la ignorancia con su marido.
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«¡Ni se te ocurra moverte de aquí!», vociferó él. «¿Qué te estás creyendo: que sos del INE o qué? ¿De dónde acá tan interesada en saber de qué tamaño es nuestro hogar? ¿A cuenta de qué? ¿Vos qué te traés entre manos? Ahorita mismo les grito a todos desde el corredor que no abran sus puertas, que no te dejen entrar y que no te respondan cuando toqués».
Ella, doblemente confundida, solo atina a decirle: «¡Pero si acabamos de hablar del tema y vos mismo me dijiste que sería bueno saberlo para ver qué hacíamos! ¿Qué tal que nos está haciendo falta trabajar más y juntar más plata para apoyarlos para que terminen la escuela y se vayan a la universidad? ¿Y qué tal si alguno de ellos ya se nos fue de mojado y nosotros aquí en gallo? ¡Mirá que la cosa allá en los Estados Unidos no está color de rosa para los latinos! No seás tan necio y dejame ir a sacar rapidito la lista. Así por lo menos salimos de la duda y nos sentamos a hacer cuentas».
Él la miró con desconfianza y, después de pensarlo y repensarlo, respiró profundo, la siguió mirando un rato más y le dijo: «Vaya, pues. Tenés razón. Vamos juntos a revisar los cuartos. Hace ya muchos años desde la última vez que hicimos algo así. Mucho nos hemos tardado».
Nota al pie. ¿Le parece increíble esta historia? Es una caricatura inspirada en el boicot que se está haciendo contra el censo de población en Guatemala. La desinformación es como la oscuridad: hace más difícil el movimiento, el avance, el desarrollo.
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