Los franceses supieron aprovechar la ventaja que siempre les fue inherente. ¿Cuál de los ejércitos aliados podría hacer de cada soldado una unidad independiente, oculta en el bosque y con un arma lista para disparar al enemigo? La vieja Europa jamás confiaría así en sus hombres, que ante tal situación bien habrían hecho en huir de una guerra que no era de ellos. Pero los 30 000 hombres de Grouchy no peleaban obligados. Lo hacían, en cambio, por la libertad y la igualdad.
De esta manera, cuando los generales prusianos atravesaron el bosque, fueron recibidos con una lluvia de fuego que venía de todas partes y de ningún lado al mismo tiempo. No había línea enemiga ni oficiales dictando órdenes, solo prusianos que caían más rápido de lo que las unidades de la retaguardia podían remplazarlos. La destrucción total se convirtió en una posibilidad ante la cual Ziethen dio marcha atrás, seguido poco después por Bülow.
Es lo que se debía hacer, pero ambos generales tendrían de qué lamentarse el resto de sus días. Dos millas más y habrían conseguido unirse a Wellington para alcanzar —quizá— un resultado completamente diferente. Pero es como dice el emperador: las batallas frecuentemente son decididas por el detalle más insignificante. En este caso, el detalle fue, sin duda, la astucia del mariscal Grouchy, luego elevado a príncipe.
A diferencia de hacía 10 años en Austerlitz, el emperador sabía bien que el mérito de esta victoria no era solamente suyo. Había errado en ceder el mando a Ney para que llevara a cabo esas cargas de caballería que fueron tan espectaculares como infructuosas. Al final fue como en otras ocasiones: la acción combinada de la artillería y la vieja guardia logró evacuar a Wellington de esa loma, que acabó dándole nombre a la batalla. La persecución habría sido mejor de no ser por el estado en que acabó la caballería.
Hay quienes dicen que el emperador será, de ahora en más, un mejor gobernante. No que no lo fuera antes, pero en sus últimos 10 años estuvimos siempre en guerra. El pueblo de París, que se volcó a sus pies hace unos meses, añora en su corazón al primer cónsul, el que trajo la paz y las escuelas. Él lo sabe, y la prueba es que firmó el tratado de paz con Austria, aun con la capacidad de lanzarse a recuperar Alemania.
La expresión que veo en los soldados de la guardia es la de una satisfacción melancólica. Por un lado, van a extrañar la gloria, que tan dulce les ha sabido. Pero, por el otro, nunca los había visto tan seguros de conservar todo aquello por lo que ellos y sus padres han luchado. La paz en Europa significa mantener las tierras que ganaron hace 25 años, tener un patrimonio que cuidar y un sueño que acariciar con sus hijos.
Yo creo que la paz también va a significar otras cosas. El mundo va a cambiar mucho en las próximas décadas. Hay nuevos descubrimientos e inventos todos los meses. Con los nuevos métodos, las telas se producen por una fracción de su costo. Y no está lejos el día en que ya no necesitemos más caballos para los coches. Dentro de 100 años alguien escribirá la historia y notará que todos estos avances ocurrieron justamente en la sociedad donde reinan los ideales de la Revolución —la libertad y la igualdad—, y no en las viejas sociedades estamentales.
Es posible, incluso, que Francia recupere su esfera de influencia. Ya no por la espada, sino por las voluntades que mirarán en ella una tierra donde los hombres son libres —libres para elevarse por encima de su condición de nacimiento y para hacer lo que gusten en su dormitorio—.
El emperador reinará hasta el final de su vida. De eso estoy seguro. Francia le debe mucho. Pero las cosas tratarán en el futuro cada vez menos sobre él. Si el resultado de la batalla hubiera sido diferente, todo su reinado se habría visto envuelto en un manto de nostalgia por la posibilidad perdida. En cambio, lo que recordarán las generaciones de esta época son los valores tan peligrosos a los que este mismo corso —durante su breve exilio en Elba— atribuyó todas sus conquistas y persecuciones: el poder igualador de la libertad y la audacia de la juventud.
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