La pregunta que me vino a la mente al saber la noticia fue ¿por qué a un cura octogenario que, lejos de haberse retirado para gozar de su jubilación, ejercía como auxiliar en una iglesia de una pequeña población del distrito de Ruan? Un tanto aturdido, comencé a revisar hechos y noticias similares. En menos de 10 minutos encontré las siguientes:
Del 2 de octubre de 2015: «En un nuevo ejemplo de que los sanguinarios extremistas de Boko Haram usan niñas como bombas humanas, entre cuatro y cinco nenas, algunas de ellas de no más de nueve años, se detonaron en una mezquita y en la casa de un funcionario, en la ciudad de Maiduguri (noreste), lo que provocó un baño de sangre de 14 muertos y casi 40 heridos».
Del 2 de mayo de 2016: «El FBI ha evitado que un convertido al islam culminara su objetivo de atentar en Estados Unidos. Aunque nunca estuvo cerca, por falta de armas para llevarlo a cabo, su determinación parecía clara. Un hombre de 40 años, James Medina, también conocido como James Muhammad, tenía planeado atacar con bombas una sinagoga en la localidad de Aventura, en el área de Miami».
Del 10 de junio de 2016: «Un ataque incendiario terminó con la destrucción de una iglesia evangélica ubicada en el sector rural de Tres Cerros, en la comuna de Padre Las Casas, luego de que cinco encapuchados ingresaron hasta el templo [y atacaron] cuando los feligreses se encontraban en pleno culto».
Y la más reciente, del 26 de julio de 2016: «Dos hombres armados con cuchillos han sido abatidos por la Policía tras tomar cinco rehenes en una iglesia católica de la localidad francesa de Saint-Étienne-du-Rouvray, en la región de la Alta Normandía, cerca de Ruan. Uno de los rehenes, un cura, ha muerto degollado con un cuchillo. Se trata de Jacques Hamel, el párroco auxiliar de esta iglesia, de 86 años».
Y se multiplicaron los sentires. En muchas columnas de opinión se arguyó acerca de una guerra de religiones. En otras, de una guerra religiosa. Otros autores deliberan sobre la lucha por la hegemonía mundial. Y el papa Francisco dijo: «No es una guerra de religiones porque todas las religiones quieren la paz».
El papa habló acerca de la guerra de intereses por el dinero, por los recursos naturales y por el dominio de los pueblos, causas que pueden compendiarse dentro de las esferas de dominio de los tres ídolos actuales: el poder, el placer y el tener. A toda costa, sobre toda persona. Deidades estas a las cuales reverencian y ante las cuales se inclina mucha gente de todo credo, de toda condición socioeconómica.
Y no debemos rasgarnos las vestiduras ni acusar farisaicamente. Antes, bien haríamos si revisásemos cómo está nuestra paz interior. Porque son esos ídolos los que, a pequeña o gran escala, roban la paz del corazón.
No mucho tiempo atrás platiqué con dos personas que profesan el cristianismo, ciertamente, en diferente iglesia. Y ambas coincidían, muy doctamente según ellas, en que los escuadrones (de la muerte) para limpieza social eran necesarios. Aseguraban que, ante la ineficacia de la Policía (decían ellos), era mejor matar al delincuente. Yo les objeté: «Supuesto delincuente». Y mi argumento les vino huango.
Comprendí entonces que tenían obnubilado el intelecto. Y que cualquier palabra se estrellaría contra el muro de la sinrazón pese a que ambas personas eran destacados profesionales.
Y mientras me alejaba de ellas imaginaba el mundo en su secuencia de desastres históricos. Desde las provocadas por las filosofías colectivistas hasta aquellas imposiciones imperialistas que apuntalaban y apuntalan temporales dictaduras. En el entretanto, los patrones de la droga haciendo de las suyas.
Pensé que de pronto este podría ser el momento de mejor utilizar la globalización. No es posible que ante un mundo altamente interconectado no podamos globalizar el respeto, la solidaridad y la esperanza. Y devolvernos mutuamente la paz del corazón, la cual hoy por hoy percibo muy lejana.
¿Comenzamos por recobrar la nuestra?
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