Pero los atentados también nos plantean nuevos retos respecto a la forma de gobierno de los países occidentales y a su capacidad de responder ante amenazas tan complejas.
No digo que debamos caer en la trampa de ISIS y ver el Estado teocrático como una opción de sistema para los países europeos. Más bien planteo la interrogante de si la democracia actual sigue siendo un sistema efectivo para canalizar el pluralismo de la sociedad francesa e impedir el crecimiento de un extremismo que ha empezado a gestarse dentro de su propio país.
Reconsiderar la vigencia de la democracia no debería verse como un planteamiento tan alocado si consideramos que en los últimos diez años Francia ha pasado de ser una democracia completa a ser una democracia defectuosa y ha llegado a ocupar el vigésimo séptimo lugar en el último ranking del 2014, según el índice de democracia de The Economist. Además, solo el 14 % de los ciudadanos confían en el Gobierno nacional y solo el 7 % en los partidos políticos, como lo señala la encuesta de Eurobarómetro del 2013.
Está claro que solo la baja percepción de los ciudadanos no puede poner en riesgo una democracia que lleva más de dos siglos funcionando. Pero ¿qué sucede si se le agrega un problema de seguridad nacional de múltiples aristas como el terrorismo?
En una sociedad en la cual las autoridades no necesariamente representan la pluralidad del país y en la cual los ciudadanos tienen mucho que decir sobre temas políticos —y que ahora lo pueden hacer gracias a las tecnologías de la información—, ¿cuál debería ser la forma más democrática para abordar temas sensibles como los refugiados y los bombardeos en Siria? ¿Debería continuar el actual sistema, en el cual el presidente puede tomar las decisiones más importantes en torno a política exterior? ¿O acaso Francia debería reformar la manera como se toman las decisiones de seguridad nacional?
¿No sería justo que los ciudadanos pudieran decidir sobre quién debería entrar a su país y bajo qué términos? ¿No es justo que los ciudadanos puedan decidir si quieren bombardear un país o no? Al fin y al cabo son ellos, los ciudadanos, quienes sufren las consecuencias de las decisiones de su Estado y de sus estadistas.
Tal vez, y solo tal vez, si los ciudadanos encontraran nuevos mecanismos para sentirse más representados y tuvieran más acceso a la toma de decisiones, lo que haga el Estado podría ser mejor recibido. Si, en lugar de que la Unión Europea y el presidente François Hollande decidieran sobre el futuro de los 120 000 sirios, lo hiciera el pueblo europeo a través de referendos, ¿qué pasaría entonces?
Aquí entran en juego otras complicaciones como la emergencia de la situación y el mucho tiempo que podría tomarse para recurrir al mecanismo de referendo. Pero, ¿y si encontráramos una forma más rápida, más tecnológica?
Entonces, en lugar de sentir que se les está imponiendo una medida de manera arbitraria, los ciudadanos ya estarían más informados y más concientizados sobre el tema y habría una mayor oportunidad de romper con la exclusión de los migrantes en Europa.
¿Y si la respuesta fuese negativa? Bueno, sería un buen momento para preguntarnos qué están haciendo mal el Estado, los partidos políticos, los medios de comunicación o quien sea para que el rechazo a los refugiados sea un sentimiento mayor que el de aceptarlos.
Estas preguntas son algunas a las cuales se estará enfrentado Francia en los próximos años. Porque, en un mundo más evolucionado, en donde los conflictos y las amenazas también son más complejos, es necesario que nos replanteemos cómo desarrollar una democracia que sí pueda responder las múltiples demandas de los ciudadanos.
La sociedad que inició la democracia como la conocemos hoy en día será la misma que resolverá las dudas sobre los cambios a los que esta deberá exponerse.
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