Esas declaraciones y publicaciones me hicieron recordar que el ex presidente y mal comediante Jimmy Morales, terminaba cada mensaje enviándonos «bendiciones», pero tras bambalinas, orquestaba (o le orquestaban) los planes para acabar con cualquier posibilidad que nos permitiera conseguir un país más digno; así como ahora, Alejandro Giammattei se cura los pecados autonombrando a Guatemala como capital pro-vida ante miles de fieles cristianos, mientras, como ya todos sabemos, se sigue impunemente llenando los bolsillos.
Hace unas semanas también leíamos en Twitter cómo Álvaro Arzú se asustaba con un libro que decía que el color rosa también lo pueden usar los varones, a lo que su medio hermano, de nombre Diego, respondía que lo que debería asustarles a las personas son los diputados de doble moral con el tipo de pornografía que ven en sus teléfonos. Otro caso es el de la diputada Patricia Sandoval que, con tan solo un breve recorrido por sus redes sociales, no hace más que pedirle a dios que no se olvide de los pobres, mientras posa para sus fotografías con ropa y zapatos que cuestan miles de dólares. Es cierto, cada quien hace con su dinero lo que se le venga en gana, pero a mí no me salen las cuentas. Y es que estos servidores públicos y fieles devotos evangélicos, lo son sólo de dientes para afuera.
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Mientras ellas y ellos levantan las palmas al cielo, se llenan la boca adorando a dios y recibiendo sus cheques mensuales, miles de personas sufren por su perversidad. Usar a dios para salirse con la suya no es nada novedoso, pero sí una herramienta efectiva, lo vivimos en carne propia con Ríos Montt, lo hemos observado en Nicaragua con la dictadura Ortega-Murillo, en Brasil con Bolsonaro y en Estados Unidos con Trump. Cada vez más escuchamos a servidores públicos dejar los problemas de un país en las manos del señor, porque si se hace de esta manera, no hay forma de cuestionar el destino de un pueblo, ¿quién se atreve a contradecir el camino que nos ha trazado un ser sobrenatural, omnipresente y omnipotente? Él tendrá sus razones para tantas desgracias.
Estos funcionarios han podido utilizar tan bien a dios que, con esto, avalan su ignorancia. Si orar fuera la solución, quizá, hace mucho tiempo las personas devotas nos hubieran salvado. Estoy segura que más de alguno de los millones de dioses ya hubiese respondido. Constantemente se insiste en que sus creencias y su religión no pueden mezclarse con su oficio público, precisamente porque con ellas legitiman su incapacidad y ponen en riesgo los derechos de la gente. A las y los guatemaltecos nos debe interesar un comino su vida espiritual, porque lo que necesitamos es que trabajen, así como todos nosotros lo hacemos a diario. No nos interesan cuántos amigos pastores o monseñores tengan o si quieren comprar el camino al cielo, nos interesa que la población pueda acceder a una vida digna. No es posible vivir manteniéndonos con el miedo de que el próximo agujero sea debajo de nuestra casa o el próximo deslizamiento sea sobre nuestro transporte.
Para las y los políticos qué fácil es pedir públicamente que dios haga su trabajo, cualquiera puede hacerlo. De qué nos sirve tener un grupo de funcionarios que le aclaman mientras hunden a todo un país. Ese dios que tanto mencionan no va a salvar a Guatemala, como no ha salvado ningún otro lugar en el mundo. Podrán ser todas las diosas y los dioses, individualmente, guías espirituales para quienes así lo quieran, pero los servidores públicos a quienes le tienen que rendir cuentas con verdadero trabajo es a nosotros, al pueblo.
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