Ha sido la lluvia la que ha hecho más evidente cómo la corrupción mata y cuán desprotegidos estamos en este país. La lluvia ha venido a lavar la hipocresía de aquellos que se llenan la boca con las supuestas grandes obras que realizan, mientras se roban descaradamente el dinero de los fondos públicos.
Javier Gramajo, alcalde de Villa Nueva, es un ejemplo clarísimo de esta situación. Cuando recién aconteció el primer agujero en Villa Nueva, fue él quien, primero, salió públicamente a pedirle a su dios que resolviera el problema. Segundo, aseguró que en Guatemala no había profesionales para resolverlo y, tercero, aprobó el uso de lodocreto que, no solo pudo tener efectos nefastos en el área, sino también, hay señalamientos de que la empresa a la cual se adjudicó esa compra es de familiares suyos y de la actual presidenta del Congreso, Shirley Rivera.
Ahora que la tormenta Julia llegó al país, escuchamos las declaraciones de Alejandro Giammattei en conferencia de prensa diciendo que «si dios nos quiere mucho esperaría que el ciclón tienda a bajar y no agarre fuerza cuando entre a las aguas del pacífico» y concluyó la ronda de preguntas insistiendo en que «esperaba en dios que fuera la última del año (…) y que ninguno (de los posibles próximos huracanes) pegue aquí”. Reitero que como persona individual Alejandro Giammattei está en el pleno derecho de creer y practicar su religión, también comprendo que la jerga común guatemalteca incluya a dios a cada poco. «Gracias a dios», «primero dios», «si dios lo quiere», «que dios le bendiga», etc., es parte de la idiosincrasia. Mi crítica no es en absoluto en este sentido. Sino en la lógica perversa del discurso religioso del presidente de la República.
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Insisto en que la perversidad de su discurso, así como en el de las y los legisladores y otros servidores públicos, está sobretodo en el uso de dios para desligarse de sus obligaciones y responsabilidades. No es cuestión de si dios quiere o no a Guatemala. En la lógica de Giammattei, si esto así fuera, con tantas inundaciones en el mundo, pareciera que ese dios no quiere a nadie. No quiere a Pakistán, ni a Estados Unidos, ni a Nicaragua, ni a Brasil ni a El Salvador. El dios de su discurso le sirve para no afrontar su incapacidad. Si en todo caso él fuera un feligrés entregado a la causa religiosa, sus acciones debieron estar enfocadas en todo aquello que hiciera falta para causar el bien al prójimo. Pero no.
Ha sido en el gobierno de Giammattei que se ha protegido a mineras que arrasan con los ecosistemas que podrían ayudar con el exceso de lluvia. Ha sido en su gobierno que se decidió ignorar la disposición del pueblo de Asunción Mita que dijo no a la minería y que, ahora, su ministerio de Energía y Minas, quiere imponer bajo circunstancias corruptas, pues la licencia otorgada en 2007 para la explotación subterránea de oro y plata ha sido sustituida por una a cielo abierto que utilizará grandes cantidades de cianuro, mercurio y ácido sulfúrico, componentes nocivos y letales para todo ser vivo.
Ha sido en su gobierno que los casos de corrupción que involucran infraestructura se han ido olvidando en el Ministerio Público. Fueron periodistas independientes que comprobaron que una de las mansiones de Giammattei resultó favorecida con la construcción de un tramo de 11km de carretera por un costo absurdo de Q58 millones, mientras vemos las escenas de agujeros gigantescos en las vías públicas, puentes destruidos, carreteras derrumbadas y grandes hoyos por las lluvias que ni siquiera tenían la potencia y la ferocidad de Julia.
Desde su lugar de poder, Alejandro Giammattei podría trabajar en prevenir, en establecer las condiciones materiales para disminuir los riesgos que se pueden enfrentar ante una situación como la de esta tormenta. Se pudo trabajar mejor en desalojar a las familias y animales que estaban en riesgo, en contar con una infraestructura adecuada para movilizarse y en brindar todo lo necesario para pasar los desastres de la tormenta, pero también para superar los estragos de la misma en su salud, sus hogares, sus siembras o diversas formas de trabajo. Sin embargo, para él, es cuestión de cuánto dios quiere al país y no de cuánta corrupción emana de su administración.
Para el presidente de la república y su equipo de trabajo, los beneficios de vivir en un país al borde del colapso son muchos. La prevención no trae cuentas. Para prevenir, el presupuesto de la nación no se convierte en una piñata, sin embargo, en un Estado de Calamidad, sí. Parece ser que repetir una y otra vez a dios en sus discursos, de alguna u otra manera libra a todos estos aprovechados de que la ciudadanía exija que trabajen y actúen o se vayan, porque los puestos les quedaron grandes.
Seguramente para el momento en que esta columna sea publicada, veremos la solidaridad y amor de las y los guatemaltecos organizándose para llevar comida, ropa, cobertores y otros enseres básicos a las personas que están siendo afectadas, pero también, ya habrá salido a la luz la terrible inoperancia de un gobierno que deja al pueblo a su suerte, mientras se desata una especie de amnesia colectiva cada vez que repiten que dios bendiga a Guatemala.
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