Somos pocas las personas en el país que tenemos el privilegio de tener una columna de opinión en un medio de comunicación y así compartir pensamientos, experiencias y opiniones con una audiencia que, por pequeña que sea, se toma el tiempo para leer lo que tengo para decir. A cambio, dedico muchas horas de mi tiempo, de manera gratuita, a producir estos pequeños textos. Ha sido, a mi juicio, una experiencia de ganar-ganar, de esas poco frecuentes en nuestro país.
Detrás de cada columna, está la convicción de que lo que expreso, basado en evidencia, argumentos y experiencia acumulada, de alguna manera contribuye a que otras personas puedan ver otras aristas o dimensiones de un hecho o situación que está afectando el devenir de este colectivo que llamamos Guatemala. Y, si me han invitado a escribir, pues seguro que al menos la dirección de la Plaza así lo ha pensado también.
Quiero dejar constancia aquí que en mi caso particular, jamás ha sido censurada una sola de mis columnas. Pero repruebo tajantemente que ello haya ocurrido a la columna de "La Vida (parcialmente) Examinada" y sobre todo, rechazo rotundamente la posibilidad que ahora se abrió de que la censura se convierta en una herramienta para que determinadas fronteras editoriales que tiene este medio, como cualquier otro, no sean franqueadas. Para mí, la única frontera infranqueable es la censura.
No obstante, no quiero "partir por la primera"; es decir, actuar en forma precipitada, sin tener suficiente información y claridad de lo que realmente está ocurriendo en una situación particularmente sensible. En este caso, me lo aplico, pero de manera prospectiva.
Por consiguiente, solicito al Consejo Editorial de Plaza Pública, pronunciarse a la brevedad posible respecto a la situación ocurrida y sobre todo, sobre la manera en que potenciales situaciones similares serán manejadas a futuro. Discutir en abstracto acerca de "Libertad de Expresión" o "Censura" es poco relevante en este momento en que la credibilidad del medio se ha puesto en cuestionamiento.
Concretamente solicito que, como mínimo, se establezcan con mayor nivel de precisión y formalidad los límites concretos y operativos, de la relación entre la Plaza y los y las columnistas de opinión a partir de ahora. Ya no alcanza el manejo informal y coloquial de la advertencia sobre la frontera eclesial. Creo que hasta ahora, nos percatamos todos –o la mayoría al menos– de cuán significativa era la misma para la viabilidad de nuestra participación en la Plaza.
Indudablemente, el balance de dos años tiene muchísimo más de positivo que de negativo para la construcción de la democracia en Guatemala. Pero Plaza tiene ya, indudablemente, las rodillas raspadas, por no decir otra cosa. Lo que ya pasó no se puede borrar; la herida provocada sangró, desgarró tejido y ha dejado sus marcas profundas en la piel.
Sin embargo, no hay un solo niño pequeño que, aprendiendo a caminar, no se haya tropezado, caído y hecho cicatrices que le acompañarán toda la vida. Lo que resta determinar, es si en la caída, no se lesionó también el corazón. Esa tarea reitero, le toca al Consejo Editorial de la Plaza y a su Director. En la medida que, en esta nueva etapa, post-virginal, las reglas queden claras y se formalicen para todos los columnistas así la Plaza podrá llegar a ser ese espacio imperfecto e incompleto, que se debate entre "lo público" y "lo púdico" si quieren, pero crecientemente abierto a la pluralidad de voces y diferentes formas de pensamiento que existen en el país. Me parece que lo que hemos podido entender y ver en estos dos años, sobre el país que somos (los reportajes, crónicas, entrevistas y artículos de fondo) bien que merecen esa oportunidad.
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