Arzú le arrebató la batuta del movimiento proimpunidad al ambivalente Jimmy Morales, quien no ha salido de su tacuche de cómico y cree que sonreírles a los poderosos lo salvará de cualquier delito presente o futuro. Ignora que, cuando deje de serles útil, lo desecharán como un cheque gastado.
La dinámica social cambió un poco con el caso Caja de Pandora, ya que cierta élite política y económica (que ha crecido aprovechándose del Estado), a pesar de haber odiado a Arzú por acaparar tanto poder a su alrededor, ya no le dará la espalda. Y es que las relaciones de negocios son tan cercanas que se percibe una lógica clara: «Si cae Arzú, caemos todos».
El mensaje a los demás alcaldes y políticos es claro, pues, al saberse impunes en sus propios feudos, ahora no pueden sentirse omnipotentes. Si el mismo rey tiene una acusación penal y los investigadores poseen archivos que van a desnudar sus fideicomisos corruptos, eso significa que no hay persona que pueda salvarse de la justicia.
El sistema de corrupción, que ha mantenido en la pobreza a la mayoría de los habitantes, se tambalea. Y eso preocupa a quienes han dominado este país, ya que se lucha por reconocer la verdad: que hay privilegios, que el Estado les sirve a muy pocos.
Por eso en estos momentos la ciudadanía debe asumir con valentía el rol trascendental que ha jugado en este par de años, el de ser la reserva moral de un país agujereado por las redes de corrupción. Hay una alternativa para ganar esta batalla: salir a las calles y organizarnos localmente, en asambleas, en los distintos departamentos, apoyados por las universidades, los estudiantes y colectivos locales.
La gente puede forzar a que las macrorredes de impunidad se quiebren y a que, desde una nueva cultura de ajuste de las normas, se construya una visión a largo plazo, con un modelo sostenible, en el que realmente existan instituciones y un Estado de derecho que represente esta nación diversa.
En estos momentos Guatemala es ejemplo a nivel mundial de la lucha contra la corrupción, y por eso debemos sentirnos orgullosos, porque como población hemos acuerpado este trabajo de construcción de un nuevo régimen basado en la transparencia y la justicia.
Tenemos el derecho y la posibilidad de soñar con un país justo, un país donde se pueda caminar en la calle sin ser asaltado, un país donde haya trabajo para personas de más de 40 años, donde la gente no se muera en los hospitales y tenga acceso a la educación: un modelo a seguir a nivel mundial. Que por fin nos reconozcan por cosas buenas, y no solo por los crímenes y la miseria que han acaparado las portadas de los periódicos en todos los continentes.
Pero este lugar no va a llegar mágicamente. Para ir allí debemos esforzarnos en las plazas, en las discusiones, creando propuestas que realmente mejoren, que no solo maquillen el sistema. Entregarnos a construirlo. Es ahora cuando por fin llegamos al punto de quiebre. Porque la clase política está aterrorizada y unida y por eso habla de recuperar Guatemala para evitar que la justicia continúe.
Es muy probable que esta tensión dure hasta la elección de fiscal general, en mayo próximo. Las mafias quieren nombrar a alguien dócil como próximo jefe del Ministerio Público para regresar al mundo en el que cualquier presidente se sube el salario, se saquean las aduanas, se gasta en aguas mágicas para dizque limpiar lagos o se financian millonariamente partidos políticos para recibir contratos y en este lugar idílico para la impunidad no pasa nada y nadie dice nada.
Por eso será indispensable la vigilancia ciudadana: para asegurar que los seis candidatos a fiscal general que le lleguen a Jimmy Morales de la comisión de postulación sean idóneos y para que, aunque quiera elegir al que considere menos independiente, no pueda seguir boicoteando la verdadera lucha por liberar el país de las mafias.
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