Los espacios donde se resguarda la memoria histórica de un país o de una región no son solo eso: lugares, museos, o placas. Son sitios vivos que contienen las voces de las personas que les fueron arrebatadas a una sociedad, los rastros de las violencias negadas, las cicatrices —a veces, heridas abiertas— de comunidades enteras. Constituyen una pedagogía de lo que no se debe repetir, donde las generaciones presentes y futuras pueden aprender sobre el peligro de los autoritarismos, el militarismo y la deshumanización. Atravesar estos espacios es dejarse interpelar, conmover, transformar por lo que en sus paredes se denuncia. Y por esa misma labor educativa, allí anidan las semillas de un futuro diferente.
Su existencia incomoda a quienes han elegido el olvido como forma de control o para extender su poder. Lo que ellos no saben —o prefieren obviar— es que la memoria es tenaz y se abre camino, aunque la quieran clausurar con sus armas, sus artilugios, sus leyes a medida y su prepotencia.
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Cerrar o destruir los sitios de la memoria no es solo censura histórica: es una forma brutal de violencia que perpetúa el silencio. Las sociedades tienen derecho a la verdad, a saber qué pasó, por qué sucedió y quiénes fueron los responsables de tanta muerte durante la guerra o los tiempos de terrorismo de Estado. Conocer se traduce en lugares, palabras, fotografías, exhumaciones, placas y paredes que denuncian. Sin estos elementos gana el silencio, la impunidad y el olvido.
Desmantelar esos espacios es revictimizar a las víctimas pretendiendo olvidarlas y decirle a las personas sobrevivientes —y a la sociedad— que el objetivo es claro: escupir sobre la memoria. Cerrarlos no elimina los hechos que ocurrieron, pero sí obtura la posibilidad de hablar de ellos en voz alta. Y tiene graves consecuencias sociales porque los traumas se heredan, los silencios se enquistan, la confianza en la justicia se rompe, el tejido social se resiente. Hasta que se rompe. En sociedades rotas y obligadas al silencio, el terror fácilmente puede repetirse.
Cerrar estos espacios no es un hecho neutro. Es una muestra clara de que ciertas fuerzas políticas buscan imponer una narrativa única del pasado, minimizar responsabilidades o rehabilitar símbolos de represión en contextos donde los perpetradores o sus cómplices tienen poder y aún caminan por las mismas calles que las víctimas y sus familiares.
Por el contrario, cuando se construye sobre fosas clandestinas se resignifica el horror, se impulsan proyectos para potenciar la vida en sitios que pretendieron dejar en el abandono y, consumidos por el tiempo, se instaura la lucha por la verdad, la justicia y la posibilidad de un país distinto. Se crean las condiciones para evitar repeticiones y se repara. Invertir en estos sitios no es un gasto, es una inversión en prevención, en convicción democrática, en el fortalecimiento de la paz. Defenderlos no es un capricho nostálgico, no es un «problema» que solo deban resolver las asociaciones de víctimas y sobrevivientes de la violencia estatal, es un imperativo ético y profundamente humano de defensa de la vida.
Hoy, el Museo de la Memoria del Parque Intercultural en Quetzaltenango, erigido sobre el horror y resignificado por la dignidad, está en inminente riesgo. Allí funcionó la zona militar 17 – 15 «Manuel Lisandro Barillas», en sus instalaciones se cometieron delitos de lesa humanidad durante el Conflicto Armado Interno. Desde su inauguración, en 2024, quienes administran el lugar son personas de la sociedad civil que han logrado impulsar propuestas artísticas, culturales y deportivas para promover la cultura de paz, la justicia social, la preservación de la memoria. Y por esta labor han sido objeto del embate de aquellos que escupen sobre la memoria.
Aún estamos a tiempo. Defender el Museo de la Memoria es un acto de justicia para el pasado y una declaración de principios para el presente y el futuro. La pregunta no es si hay que defenderlo, o no, sino ¿Quién está dispuesto a quedarse callado? O, como dice en las paredes del Museo: ¿Usted también se resiste a olvidar? ¿Usted también se pregunta por qué?
Si la respuesta es sí, este es el momento de resistir el cierre.
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