Ella se define a sí misma como libertaria —pero en su acepción americana liberal clásica, y no como el anarcosindicalismo hizo que se entendiera el término en España y en varios países latinoamericanos—. La politóloga se dio a conocer hace varios años como conductora de una radio juvenil en la ciudad de Guatemala. Popular en Facebook a partir de entonces, dio el salto a la fama internacional con una ponencia en el Parlamento Iberoamericano de la Juventud de 2014 en Zaragoza, España.
Ahora Guatemala le queda pequeña a Álvarez. Recorre Iberoamérica para denunciar el populismo, lidia con diputados del PSUV en la Universidad Central de Venezuela, denuncia a Pablo Iglesias y a Podemos en ABC, debate con legisladores kirchneristas en Argentina, escribe libros, da conferencias, etc.
Pero estos últimos días a la pobre le ha llovido sobre mojado. Su papá se lanzó a proferir insultos en redes sociales contra el difunto cantautor mexicano Juan Gabriel. Lo describió como un «exagerado y pomposo maricón», que además resultaba «desagradable de ver». «El mundo está más cuerdo», dijo el día de su fallecimiento, pues «hay una loca menos». Ahí no quedó la cosa. La página Cangrejos de Guatemala —un portal contestatario en Facebook, irreverente pero venido a menos en los últimos años y necesitado de tráfico— tomó los comentarios del señor y los publicó.
La que se armó. En cualquier curso básico de relaciones públicas te dirían que lo último que te conviene hacer en esa situación es escalar el conflicto. Pero el hígado le jugó mal al caballero Álvarez. Olvidó que la fama de su hija ha aumentado en los últimos años en la misma proporción en que «la asquerosa página» ha decaído. Imaginándose en aquellos días en que los escarnios crustáceos hacían mella en la piel de su retoño —lo de Gloria y Cangrejos viene de años—, el caballero se lanzó a defender el honor familiar.
Emitió sendos correos —vía el servicio de mensajes de Facebook— dirigidos a quienes él supone que administran el portal. Su texto fue así: «Ya sé quiénes son por lo menos cuatro de ustedes. Si vuelven a publicar algo mencionando nombre [sic] de mi hija o diciendo algo en contra de ellos [sic], ustedes, hijos de puta, van a rendir cuentas uno por uno». La cosa ya no era un chiste. Pero además Álvarez incluyó en la lista a Andrés Zepeda, destacado columnista de prensa que niega rotundamente tener algo que ver con el asunto.
Coincidentemente, pocos días después se filtró en Internet una conversación privada de la politóloga, la cual le ha generado una tormenta aún mayor. Digo «coincidencia» porque esas cosas siempre tienden a suceder en el mejor momento posible (o en el peor, dependiendo de por dónde se mire). Como las declaraciones de impuestos que se filtran días antes de una elección o las maravillosas conclusiones de procesos administrativos muy largos faltando cinco minutos para el cierre. Pero hay que asumirlas de esa manera y culpar a los astros en tanto no se tengan otros indicios. Y es muy difícil tenerlos, pues obras así de perfectas —aunque guste atribuirlas a los rivales— son habitualmente secuela de fuego amigo con gran conocimiento de su objetivo.
Y no existiendo por ahora ninguna sospecha de conexión entre exabrupto paterno y filtración —más allá, por supuesto, de la que hiciera parecer el corto espacio de atención facebookero, donde todo se mezcla con todo—, hay que analizar ambas cosas por separado. Procedamos así.
Lo del papá está bastante claro. Alguna ambigüedad podrá reclamar el señor en lo que quiso decir con «ustedes, hijos de puta, van a rendir cuentas uno por uno». Pero lo que hizo es rayano en lo criminal y bien le podría valer por lo menos una orden de restricción. Debería agradecer la gracia con la que Zepeda se lo tomó en la columna en la que le responde ofreciéndole trompadas en lugar de un proceso judicial. Gracia que —agárrese bien de su silla— le está saliendo cara a Zepeda, pues empiezan a decir de él que promueve la violencia. Lo dicen algunas de esas personas que uno imagina abanderando causas nobles —la paz, la justicia, el entendimiento entre los pueblos—, pero que están tan empapadas en los conceptos occidentales que irreflexivamente juzgan menos cruel dejar pudrirse a una persona en una cárcel y destruir por completo su reputación que invitarla a protagonizar una entretención de recreo de escuela primaria. Qué cosas.
Pero eso solo es más razón para que el señor Álvarez vea cuán generoso es Zepeda con él. Debería disculparse.
Lo del audio filtrado de Álvarez —la hija— es diferente. Se trata de una comunicación de más de un año de antigüedad en la que Álvarez se dirige a Rigo Torón, alguien de quien, por el tono del asunto, solo cabe suponer que es bastante cercano a ella. Es, pues, una comunicación privada entre amigos que ha salido a luz pública.
Desde un punto de vista legal, lo más relevante de la filtración (además de dilucidar si es legal su origen —pienso que no—) es la frase con la que Álvarez sella su mensaje: «… Dejá de meterte conmigo y con el Movimiento Cívico porque, si no, cerote, sí que me vas a conocer, maldito». ¿Es una amenaza la que Álvarez le hace a Torón? Cabe la discusión. Pero no sin contexto. Escuchar el mensaje completo —y vale la pena cada segundo de su minuto y medio— es sumergirse —le robo el término a Andrés Zepeda— en un lodazal de bajas pasiones. Es una novela de Televisa, con traiciones, envidias y pobres que se casan con un galán acaudalado. Así que estoy seguro de que las doctrinas jurídicas más moderadas no pecarán de ingenuas al ignorar que lo que quepa de amenaza en lo dicho por Álvarez habrá de ser cuarteado con la informalidad general de su mensaje.
Lo que ha causado escándalo, sin embargo, no es eso, sino otra cosa que viene de muy atrás. Específicamente, 30 segundos antes en el audio. La república de Guatemala es «ese tu país de mierda», en las palabras de Álvarez. ¡Cuánto ha dolido!
La reacción del público ha sido de una magnitud tal que ha obligado a Álvarez a emitir una disculpa pública en un video en el que aparece al borde del llanto y promete nunca más repetir la infracción. Vaya cosa. Álvarez es famosa por intransigente. Se ha equivocado muchas veces en sus cruzadas mediáticas a favor de la lectura y contra las transferencias condicionadas, la Iglesia católica y el sindicato de maestros. A veces de forma hilarante, como cuando atribuyó erróneamente la autoría de un libro seminal de la izquierda guatemalteca —un libro que hace un relato de cómo la sociedad centroamericana ha estado configurada desde la Colonia para proteger los privilegios de los criollos descendientes de europeos— a uno de los intelectuales más destacados de la derecha guatemalteca, uno que es un ejemplo casi perfecto de lo que es un criollo si es que aceptamos el término. Y nunca se ha disculpado ni admitido error (ni digo yo que habría tenido que hacerlo).
Gloria Álvarez se granjeó por muchos años muchos aplausos y likes por emitir comentarios bastante negativos y controversiales respecto a sectores muy grandes de la población guatemalteca —como las mujeres del interior del país o las personas que siguen una religión— o sobre personajes muy influyentes —como el millonario excandidato presidencial que lideraba todas las encuestas hasta una semana antes de las elecciones—. Sostenía sus comentarios contra toda razón hasta el final e incluso estaba dispuesta —ya siendo famosa— a jugarse por ellos el nombre contra cualquier trol de poca monta en Internet.
¿Qué fue distinto esta vez?
Quizá es que la turba sedienta de sangre del Facebook que se la ha tirado encima tiene ahora más autoestima luego de haber metido a todo el aparato estatal a la cárcel el año pasado.
O quizá es que Jesucristo, tras la crucifixión, verdaderamente ascendió a los cielos para sentarse a la derecha no del Padre, sino de la república de Guatemala.
Pero también cabe una tercera posibilidad. Quizá es que Álvarez ha dejado de ser libertaria en la acepción americana del término, claro está. Porque defender —y hasta las últimas consecuencias de ser necesario— la libertad de un individuo a usar —¡y en una conversación privada, además!— cualquier término que pueda ofender las sensiblerías de un colectivo mayoritario —y frente a la peor de todas: ¡el nacionalismo!— sí que habría sido una batalla que un libertario americano habría estado dispuesto a dar. Y la posibilidad de perder unas elecciones, una preocupación que no le quitaría el sueño.
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