A las cinco de la tarde, las urnas se cerraron a pesar de muchas solicitudes, especialmente de la región nordeste del país, de extender el horario, pues en esos territorios la policía federal encargada de las autopistas había colocado 154 puntos de requisas a autobuses del servicio público que realizaban viajes a los centros de votación. El nordeste es el territorio del partido de los trabajadores. Fueron sus votantes quienes le dieron 6 millones de sufragios de ventaja a Lula en la primera vuelta de estas elecciones. Ayer, por algún tiempo, el miedo se esparcía en las redes sociales y en las avenidas más importantes de la ciudad de São Paulo, pues existía la posibilidad de un golpe de Estado que truncara el sueño colectivo de la vuelta a la silla presidencial del carismático líder sindical. Sin embargo, a las 7:30 de la noche, cuando el Tribual Supremo Electoral ya estaba contabilizando los votos, se empezaron a escuchar los gritos de celebración porque Lula remontaba con solidez a Bolsonaro en el porcentaje de votos obtenidos.
Lula, un obrero, que no ostenta ningún título universitario, logró entre el 2002 y 2010, durante sus primeros dos períodos de gobierno, que Brasil llegara a ser la sexta mejor economía del mundo, desbancando incluso a Gran Bretaña. Su administración también consiguió que la nota del índice de desarrollo humano (IDH), que contempla indicadores sobre esperanza de vida al nacer, expectativa de años de estudio, renta per cápita, entre otros, pasara de 0.649 en el año 2000 a 0.718 en 2011, (para tener un ejemplo de la mejora, el IDH para Guatemala es de 0.560). Fue él también quien, junto a su equipo de trabajo, implementó el programa Bolsa Familia, que sacó a más de cinco millones de brasileros de la extrema pobreza y para el 2009, el programa había reducido la taza de pobreza en ocho puntos porcentuales. Ese programa aún continúa siendo un ejemplo de política pública exitosa. Otro indicador favorable de los primeros gobiernos de Lula fue la reducción del GINI. Este coeficiente mide la concentración de la riqueza en determinados grupos sociales, lo que el indicador hace es señalar la diferencia entre los ingresos de los más pobres y los más ricos mediante el cálculo de un valor entre cero y uno. Mientras más cercano esté este valor al cero denota mayor grado de igualdad y, al contrario, mientras más cercano al uno esté indica un mayor grado de desigualdad. Siendo Brasil uno de los países más desiguales del mundo, Lula consiguió bajar el coeficiente de 0,586 a 0,529 para el 2013. Aunque la diferencia parezca mínima, estos resultados son sumamente difíciles de obtener.
La Organización de Naciones Unidas reconoció el efecto del gobierno de Lula sobre la desigualdad por el aumento de un 80 % en el salario mínimo del 2003 al 2010. Otro de los factores relevantes para reducir la desigualdad fue la enmienda constitucional para que las y los trabajadores domésticos contaran con todos los derechos laborales. Otra cuestión importante es que Brasil pasó del puesto 45 sobre percepción de la corrupción al puesto 76, mejorando así su modelo de transparencia. Lula creó 214 escuelas técnicas y 14 universidades, además cuadruplicó el presupuesto del Ministerio de Educación, con lo que garantizó la construcción de 178 campos universitarios y, muy importante, que las Universidades Federales llegaran a más de 295 municipios del país. Acciones que permitieron que casi se duplicara el número de estudiantes universitarios, que pasó de 505 mil en 2003 a 932 mil para el 2014. También durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), la inversión en salud creció en un 86 % y duplicó la cobertura gratuita y especializada, esto en un país con más de 213 millones de personas. Finalmente, durante esos dos períodos de gobierno, Brasil se convirtió en un país que era reconocido por su competitividad, infraestructura, transporte, educación y salud. Lula, tal y como muchos brasileros me cuentan, gobernó para todos, pero sobretodo, para los pobres.
Miles de relatos de familias que salieron de la pobreza, de jóvenes que consiguieron ser los primeros en llegar a la universidad, de pacientes que tuvieron sus tratamientos médicos completamente gratuitos, son historias que, como algo que para Guatemala parece imposible, demuestran cómo con políticas progresistas, lograron cambiar sus vidas ya que un gobierno se preocupó por sus necesidades. Aunque, como en toda organización, hay críticas al PT y a las decisiones tomadas por Lula, sobretodo por su alianza con el ex gobernador de São Paulo, Geraldo Alckim, es importante tener en claro las palabras que él mismo utilizó citando a Paulo Freire: «de vez en cuando nosotros precisamos estar junto a los divergentes para luchar contra los antagonistas», haciendo énfasis en la necesidad de crear alianzas cuando el monstruo contra el que luchamos parece muy grande y fuerte.
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Aunque la victoria se dio durante esta segunda vuelta, Lula no tuvo la ventaja de los seis millones como en la primera. Bolsonaro perdió las elecciones por una diferencia de apenas 2 millones de electores (tal vez, en comparación, una cantidad enorme para un padrón electoral pequeño como el guatemalteco). Muy parecido al asombro con las elecciones estadounidenses, es imposible no asustarse con el hecho de que más de 58 millones de personas se han apropiado de las ideas fascistas, negacionistas, misóginas y racistas de Jair Bolsonaro. Con el uso oportunista de la religión, del eslogan «dios, patria, familia y libertad» (sí, muy cercano al eslogan del anacrónico partido Unionista de la familia Arzú allá en Guatemala), de figuras famosas de la música Sertanejo y de futbolistas como Neymar, Rivaldo, Robinho o Romario, pudo acercarse a la población de clase media que aprendió que los logros son triunfo únicamente del esfuerzo individual. Grandes empresarios de los sectores de la tecnología, la industria militar y la agroindustria fueron grabados tratando de obligar a sus trabajadores a votar por Bolsonaro, quien les ha concedido muchos beneficios e incluso les ha perdonado el pago de impuestos. Esa polarización se agudizó durante los últimos días, donde se percibió el aumento de uso de armas, golpes y amenazas para amedrentar a seguidores del PT.
Sin embargo, la esperanza por regresar a vivir dignamente está puesta en este próximo gobierno, que en su discurso oficial, minutos después de ser electo presidente de Brasil, se enfocó únicamente en hablar sobre el Brasil que se desea construir, apaciguando los ánimos molestos de algunos, Lula dijo: «Llegamos al final de una de las más importantes elecciones de nuestra historia, una elección que colocó frente a frente dos proyectos opuestos de país y que hoy tiene un único y grande vencedor: el pueblo brasilero, (…) esta es la victoria de un inmenso movimiento democrático que se formó por encima de los partidos políticos, los intereses personales y las ideologías, para que la democracia saliera vencedora. (…) La mayoría del pueblo brasilero dejó en claro que desea más y no menos democracia, más y no menos inclusión social y oportunidades para todos, desea más y no menos respeto y entendimiento, en resumen, desea más y no menos libertad, igualdad y fraternidad en nuestro país. (…) El pueblo brasilero mostró hoy que desea más que protestar que está con hambre, que no hay empleo, que su salario es insuficiente para vivir con dignidad, para tener acceso a la salud, a la educación, que le falta un techo para vivir y criar a sus hijos con seguridad, que no hay ninguna perspectiva de futuro. El pueblo brasilero quiere vivir bien, comer bien, tener vivienda digna, tener empleo con un salario justo (…) tener políticas públicas de calidad, tener libertad religiosa, tener libros en lugar de armas, ir a un teatro, al cine, hacer fiesta y todos los bienes culturales porque la cultura alimenta nuestra alma. El pueblo brasilero quiere tener de regreso la esperanza. Es así como yo entiendo la democracia, no como algo escrito en la ley, pero como algo palpable, que sentimos en la piel y que se construye día a día (…). Brasil no puede convivir más con ese inmenso pozo sin fondo, ese muro de concreto y desigualdad que separa al país en partes desiguales que no se reconocen. Este país necesita reconocerse, necesita reencontrarse consigo mismo. (…) Vamos a retomar el diálogo entre el gobierno y el pueblo (…) para que se elijan las prioridades y se le presente al gobierno sugestiones de políticas públicas para cada área (…) no interesa el partido al cuál pertenecen cada gobernador o alcalde, nuestro compromiso será siempre con mejorar la vida de la población (…)”
La decisión está tomada, y hay un largo camino por recorrer, sobretodo, en un país sumamente grande y diverso como Brasil. Si aquí es posible, ¿por qué no lo sería para Guatemala? Para mí, Lula en su paso por el gobierno ha hecho algo que parecía imposible, construir un país donde todas las personas cuenten con lo necesario para vivir con dignidad, y, ahora, parece estar dispuesto a ello, además incluyendo a un movimiento que no se ajusta completamente a la izquierda, pero que tiene ganas de otorgarle sentido ético al habitar de este mundo.
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