Los pleitos, rencillas o cualquier problema no son parte de las “peleas a puño limpio” que se realizan cada Viernes Santo en Chivarreto, aldea de San Francisco El Alto, Totonicapán.
Se trata de una practica ancestral, explican los mayores del pueblo. “Nuestro antepasados lo hacían", cuenta Cristobal, conductor de un mototaxi que no termina de decidirse si peleará de nuevo. La última vez que lo hizo le costó una lesión en la mano de la que aún no se recupera.
No hay quién de razón del origen exacto de las peleas. Unos aseguran que en algún momento tuvieron un sentido religioso. El dolor y los golpes que recibían los participantes los relacionaban con la pasión de Cristo. Otros afirman que es una tradición que proviene de los abuelos, y que inició como una diversión.
El evento cuenta con el apoyo de las autoridades locales, pero, a decir de Jairo López, secretario de la Alcaldía Comunitaria, “si las autoridades no organizan la actividad, la comunidad lo hace. Es una tradición que pertenece al pueblo".
Por no ser algo oficial, no hay quien se responsabilice de lo que pueda ocurrirle a los participantes. Son peleas a puño limpio, y quienes participan están advertidos de que lo hacen por su cuenta y riesgo.
El referi, Malaquiades Hernández, anuncia las siete normas de la tradicional pelea:
1. Nadie es obligado a participar.
2. No menores de edad.
3. No ebrios.
4. No agarrarse los unos a los otros.
5. No patadas.
6. Pesos equilibrados.
7. No acercarse en la malla o tarima.
De no cumplirse algún punto del reglamento se suspende el evento.
En el pasado, las peleas se realizaban en el campo de fútbol de la localidad, sin ninguna demarcación, solamente la que hacían los espectadores. En 2012 instalaron un cuadrilátero artesanal.
A partir de las 14:30 horas del Viernes Santo empieza la narración. “Agilicen sus pasos para presenciar este evento único en el país y el mundo. Bienvenidos a la pequeña Hollywood". “Hay alegría y orden para resguardar el desorden”, grita Alberto Maldonado, quien se hace llamar "La voz del pueblo".
Se une otro narrador, Alberto Hernández, quien saluda a los inmigrantes que residen en Estados Unidos, que ven en directo la transmisión del evento.
El alcalde Jerónimo Hernández hace una breve reseña de la actividad ancestral, y ante la inquietud de los asistentes que quieren ver las peleas, se despide: “mejor ya no hablo porque no me quieren escuchar”.
Sube el primer atrevido a la lona e invita a subir a un oponente. La tradición es que los hombres de Chivarreto se colocan de espaldas a su aldea, y los visitantes escogen a su contrincante.
Uno, dos, tres, muchos golpes se escuchan abajo del cuadrilátero. El narrador asegura que esos manotazos se sintieron en todos los rincones del pueblo. No ha terminado la primera pelea y ya están en guardia los siguientes rivales.
Algunos sangran, otros caen noqueados. Otros alzan los brazos y hacen piruetas como señal de victoria.
Uno de los narradores se sorprende de ver que su hermano menor está en el cuadrilátero. Se pregunta quién le dio permiso. Al tiempo que una mujer sube al escenario a detener la pelea protagonizada por su hijo.
Dos horas y media más tarde concluye la pelea ancestral. Los rivales se despiden, algunos con un abrazo...