En una región en la que aproximadamente el 75% de la población habita en espacios urbanos, se supone que estas ciudades intermedias de rápido crecimiento —con poblaciones de entre cien mil y dos millones de habitantes— poseen las condiciones necesarias para mejorar su calidad de vida, planificar su crecimiento de manera eficiente y ordenada y adaptarse a los actuales desafíos urbanos.
Tengo entendido que el equipo de consultores guatemaltecos del BID ya ha completado una primera fase del proceso (es decir, la evaluación de la calidad de vida y la identificación de prioridades) y que ya ha desarrollado un plan de acción. Ahora vendría la segunda etapa, en la cual la ICES facilitaría la implementación de acciones e intervenciones urbanas específicas, acompañadas por iniciativas de monitoreo ciudadano.
Hasta aquí, todo bien. La identificación de necesidades y de condiciones de riesgo, que implica una comprensión profunda de la manera como el desarrollo social, histórico y físico se ha dado en determinado espacio, es difícil, pero posible. El desarrollo de un plan de acción aterrizado que tenga en cuenta la participación ciudadana también es algo que un equipo profesional y sensible puede llevar a cabo.
Donde todo parece entramparse siempre es en la implementación de estas propuestas. Uno, porque precisan de la voluntad política del gobierno local. Y dos, porque necesitan del compromiso de la iniciativa privada. Un recorrido por Quetzaltenango evidencia un desinterés por mejorar las condiciones de la ciudad. Dos mínimos ejemplos nos hablan de esto.
Durante estas vacaciones nos dedicamos a buscar cuanto espacio recreativo público fuera posible para que mi hijo pudiera aprovechar de mejor manera sus vacaciones. Dada la ausencia de parques con espacios verdes y condiciones mínimas a los cuales ir, dos de los lugares que visitamos fueron el cerro El Baúl y el zoológico.
El camino que lleva a El Baúl se encuentra en el mismo pésimo estado en el que estaba cuando llegué a Xela hace casi diez años, al igual que sus instalaciones y servicios. En el zoológico, por otro lado, aparte de las condiciones en las que viven esos solitarios animales de caras tristes, la infraestructura del lugar apenas si provee las condiciones necesarias para que algunas parejas encuentren un lugar para su íntima convivencia. Basureros, contados con los dedos de una mano. Mucho polvo y basura, eso sí. Y los juegos infantiles representan un peligro para los niños.
La pregunta, entonces, es si Quetzaltenango, como ciudad emergente y sostenible del BID, se quedará como un elemento más de un proyecto interesante. En sus informes, el BID puede incluir, como resultados de su iniciativa, un documento de evaluación y un plan de acción, pero esto no nos lleva muy lejos ni mejora la calidad de vida de nadie. Como siempre, dependemos de un Estado irresponsable y de empresarios que, en general, no apuestan por un futuro mejor para la población.
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