Lo fue para las cinco familias que en 1984 huyeron de la guerra y se instalaron en ese lugar. Pero Laguna Larga es la comunidad de carne y hueso que vive ahora en la frontera con México desde mediados de 2017. Es cada uno de los hombres que fueron desplazados del territorio habitable en el área protegida de Laguna del Tigre. Es el sufrimiento de las mujeres —impotentes al ver a sus hijos enfermos—. Es la desilusión de los niños y las niñas de no tener su escuela.
El desalojo ocurrió en junio de 2017. Una vez más en tiempo de paz y de democracia, a la manera como se hacían las cosas durante la guerra, recordó la fuerte presencia de la fuerza pública, la quema de las casas y de lo cultivado, la violencia y el descaro. Volver a migrar, asentarse y recibir el apoyo de México y la indiferencia del Estado guatemalteco. Ciento once familias comparten seis letrinas, el agua está contaminada y escasea la comida. No se puede trabajar y abunda la desesperación. La escuela es hoy, luego del desalojo, el lugar donde viven los militares. Quitemos el pupitre y apoyemos el rifle y las botas para descansar.
El argumento para el desalojo fue la conservación de un área protegida, respaldada en una legislación que empezó a existir cinco años después de que llegaran las familias a Laguna Larga y que, en todo caso, daba cabida en el mapa a comunidades como estas. Además, el desalojo contradice el reconocimiento hecho por el Consejo de Áreas Protegidas en 2008, así como el del Ministerio de Educación, que validó la escuela de la comunidad, o bien el de la Municipalidad de San Andrés, Petén, de la población a través de la presencia de esta en el Comité Comunitario de Desarrollo. Es decir, el Estado acepta su presencia, su territorio, su legitimidad en el lugar, y un día, sin más, se le dice ilegal.
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¿Por qué? Se habla de exploraciones para encontrar petróleo. Dicen que hay intereses por su posición estratégica, por el narcotráfico. Se asocia a bonos de carbono. Cualquiera de las opciones puede ser y todo tiene sentido otra vez.
La verdad es que el Estado de Guatemala desalojó a las familias y las hizo caminar días para estar en un lugar que no tiene las condiciones mínimas para sobrevivir. No hay respuesta para poder regresar al lugar donde las familias dejaron sus casas, su escuela, sus cultivos, su vida. Es de nuevo un Estado inhumano, violento, injusto. Solo que no debería ser así.
Es posible que, entre los discursos de quienes quieren llegar a Casa Presidencial o a una curul este año, no se escuche nombrar a Laguna Larga. Puede ser que no interese o que no se conozca. Pero la tragedia de Laguna Larga es la que le da sentido a la política que busca transformar realidades y darles presentes más dignos: es por esas personas olvidadas, por esos niños que no tienen qué comer ni con qué curarse y a quienes día a día se les arrebata su dignidad, por los hombres que siguen recordando la guerra y quieren tener otras posibilidades. Es por quien quiere regresar a casa.
Así que, mientras estamos a la espera de las campañas electorales, pensemos en Laguna Larga, en la injusticia que se hilvana con la historia de la guerra, con los problemas más profundos de este país, con la injusticia que deja de ser noticia rápidamente, pero que se mantiene silenciosa y doliente. No perdamos la razón de que la política exista.
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