Una de las polémicas más fuertes fue la de la economista mexicana Paola Schietekat quien, trabajando en la organización del mundial, denunció que fue violada por un colega colombiano en territorio catarí. Ella fue condenada a 7 años de prisión y 100 latigazos, pues fue acusada de sexo extraconyugal, penado en la ley islámica. Para librarse de la pena, le ofrecieron casarse con su agresor. Paola no recibió apoyo del consulado mexicano y su caso no fue tratado con justicia a pesar de trabajar para el gobierno de Catar. Debido a la visibilidad que tomó su situación, ella consiguió salir del país, sin embargo, su violador sigue libre e impune. Una de sus últimas declaraciones al respecto, buscaba alertar a la comunidad internacional sobre los peligros que podrían correr en este territorio.
Asimismo, la contaminación que esta copa está produciendo, es equivalente a 10,000 carros tirando smog sin filtro por hora, todo, para mantener el aire acondicionado que permite a las personas y equipos permanecer en los estadios y en las áridas calles de ese país. A esto deben sumarse los rumores sobre sobornos pagados por el gobierno catarí, para convertirse en la sede del mundial de 2022, pues, como ya sabemos, la FIFA es una organización no gubernamental líder en corrupción. Esta parte está muy bien explicada en el documental de Netflix «FIFA uncovered», donde se señala a varios de sus funcionarios por fraude, lavado de dinero, evasión de impuestos, entre otras actividades criminales.
Es así como a Catar, no solo se le criticaba su elección como sede (por actos de corrupción), las violaciones a los derechos laborales de migrantes y su capacidad logística para llevar a cabo tan gigantesco espectáculo, sino que también se le criticaba que, al igual que el resto de países árabes, no es un país de tradición futbolera. Esta copa del mundo, por tanto, se convirtió en una ostentosa demostración por parte de la familia Al Thani (multimillonaria gracias a las grandes reservas petroleras y a las políticas británicas y del imperio otomano), por montar en tiempo récord, instalaciones para el desarrollo de los juegos y para recibir a los cientos de miles de turistas. Sin embargo, a pesar de tener todo el escenario montado, casi como la película «The Truman Show», ellos rentaron su porra, ¿pues quiénes más llenarían sus estadios cuando Catar jugara? La respuesta, estaba en importar a los fanáticos ultras de la región.
[frasepzp1]
El New York Times satiriza la contratación de estos ultras por su carácter antagonista, pues han sido ellos, sobre todos los ultras de Egipto, quienes con una cultura anti-autoridad y en constante conflicto con la policía, tuvieron protagonismo durante la primavera árabe que en 2011 derrocó a Hosni Mubarak como presidente. Tal era el poder de los ultras que, cuando Abdel Fattah el-Sisi llegó al poder egipcio, tras un golpe de Estado, los prohibió en su país.
Asimismo, los ultras de Túnez, Argelia, Marruecos y Líbano también han conformado varias protestas antigubernamentales. Lo que Catar tenía muy claro, era que, a pesar de su rebeldía, eran ellos los únicos que podrían llenar sus estadios con pasión, color y gritos. Así que, en abril de este año, cientos de estudiantes libaneses y fanáticos de fútbol fueron reclutados para grabar un video recreando la atmósfera de un grupo ultra. Ese video impresionó en Doha, y se les ofreció vuelos gratis, alojamiento, boletos para los partidos, alimentación y un pequeño estipendio, todo esto a costa de llegar desde octubre y ensayar sus coreografías y cánticos que realizaron desde el primer encuentro Catar-Ecuador. Allí, se montó una de las mayores farsas del fútbol, 1,500 fans alquilados estaban apoyando el berrinche de una familia poderosa.
Sin embargo, es innegable que la copa del mundo es una de las celebraciones más grandes de esta época. Los partidos de fútbol reúnen a familias y amigos para gritar los goles o desaciertos de los equipos, es, entonces, cuando el fútbol parecería un deporte de todos y todas. Pero no lo es. El libro de interseccionalidad de Patricia Collins y Sirma Bilge, incluye un texto titulado «Juegos de poder: Copa del mundo de la FIFA», y en él se puede comprender cómo el fútbol es el perfecto escenario para analizar las diferentes dimensiones de poder que se intercalan con este deporte. Por ejemplo, para el 2014, la sede de la copa fue Brasil, marcando la entrada de este país a la escena global como un importante actor económico. El país gastó millones de dólares en preparativos para el evento. Los planes iniciales que fueron presentados a la población enfatizaban que la mayoría de los gastos con infraestructura privilegiaría el transporte, la seguridad y las comunicaciones en general. Menos del 25 % del gasto total sería destinado a la construcción o reforma de los estadios. Sin embargo, a medida que los juegos se aproximaban, los gastos en los estadios se excedieron por lo menos en un 75% y muchos recursos públicos fueron retirados para los proyectos prometidos de infraestructura general. En varias ciudades brasileñas, esos gastos provocaron manifestaciones públicas contra el aumento de tarifas en transporte público y contra una más que presumible corrupción política. El 20 de junio de 2013, 1,5 millones de personas se manifestaron en São Paulo contra los gastos excesivos, el desplazamiento de comunidades y el desvío de recursos públicos. La copa del mundo inició y los brasileros salían a las calles con carteles de: «FIFA go home!» (¡FIFA, vete a casa!). Un reportaje en The Guardian relataba al mismo tiempo: La copa del mundo roba dinero de salud, educación y de la gente pobre.
[frasepzp2]
Así es como el mundial, por años, a través de la FIFA, ha beneficiado a empresas patrocinadoras, apoyadores ricos y medios de comunicación global. Estos últimos actualmente son dueños de los derechos de las transmisiones de los partidos. Joseph Blatter, ex presidente de la FIFA, fue el codicioso líder que entendió que privatizar las transmisiones les dejaría a ellos más ricos. Convertir en exclusivo algo que siempre se sintió de todos fue un negocio excelente para sus bolsillos. Por eso, ahora, son los canales nacionales quienes deben pagar por re-transmitir la copa. Si en el país de residencia no fuera el caso, toca a las y los aficionados recurrir a canales exclusivos que, por una cuota mensual, otorgan la posibilidad de ver todos los juegos. Ante esto, la lucha y resistencia por colectivizar la televisión y el internet son cada vez más defendidas.
Muchas demandas se hicieron, apelando al compromiso humano, la responsabilidad social y la culpa, para no ver este mundial, que, así como muchos otros, ha demostrado cómo hacer del deporte un negocio empresarial; que, además de entretenimiento, también significa muerte, violaciones y saqueo. Aunque reconozco la alegría (la propia y la de todas las personas) que esta copa nos trae, también me siento sumamente incomodada por tantas desigualdades y dolores expuestos. Personalmente, no tengo una respuesta correcta sobre lo que hay o no hay que hacer, si ver o no ver el mundial. Pienso que hay que re-verlo, y esta columna contribuye a eso. Finalmente, traigo a la reflexión las palabras de Rita Laura Segato, en aquellos momentos críticos de la pandemia: «el mundo va a cambiar en cuanto tengamos acceso a otras formas de felicidad y realización, en otras palabras, cuando deseemos otras cosas». Para ella, mientras el ocio continúe siendo mercancía, algo adquirible y vendible, nunca se podrá liberar del rigor productivista que se traduce en algo muy lejano al placer, el disfrute y la libertad.
************************
Fuentes:
https://www.nytimes.com/2022/11/28/sports/soccer/world-cup-fans-qatar-ultras.html
https://bazardotempo.com.br/a-verdadeira-liberdade-esta-na-incerteza-entrevista-com-rita-segato/
Collins, P. y Blige, S. Interseccionalidade. São Paulo. Boitempo, 2020.
Más de este autor