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Rodrigo Abd, el porteño que siempre vuelve

La clave de su trabajo es que siempre falta y siempre hay que volver, aunque no sea necesariamente para sacar más fotos sino para llevar unas empanadas a los mineros de la basura muertos de frío.
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Rodrigo Abd, el porteño que siempre vuelve

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Son las seis de la tarde de un viernes de invierno y trabajamos hundidos en el fondo de un barranco en plena zona 3 de Guatemala. Comienza a llover y un torrente de agua amenaza con ablandar y arrastrar toneladas de basura hasta el lugar en el que conversamos con los mineros que sacan metales preciosos de entre la mierda y el barro.

Tengo frío y se me ha acabado la libreta, la curiosidad y la paciencia.Rodrigo está de pie sobre toneladas de desechos que tiemblan, siempre a punto de desplomarse. Sostiene un paraguas en una mano y la cámara en la otra. Cada tanto deja de sacar fotos para preguntar si se viene el derrumbe. Mientras le digan que no, él seguirá girando sobre sí mismo y sacando fotos.

Me acerco por detrás. “Ché, ¿qué tal, tú cómo vas? Yo ya estoy”. Poco original en su respuestas, cuando trabaja sólo hay dos alternativas, me devolverá un “falta, falta” si aún no le he insistido lo suficiente o un piadoso “sí, ya vamos” totalmente al pedo y que no piensa cumplir pero le sirve para que me calle y le deje un rato en paz. Esta vez ha tocado el “falta, falta” que tanto me exaspera. “Pues sigue sacando fotos y deja de boludear”, le espeto.

Rodrigo no hace ni caso a las prisas ni a la falta de paciencia de los plumillas, que tardan en entender la naturaleza de su trabajo. Batalla con el verso para ganar tiempo y continúa apretando el disparador en una escena, que se repetirá en muchas ocasiones a lo largo de varios meses en Petén, en la mosquitia hondureña o una aldea de Chiquimula.

Mire, seño, ¿y usted sabe bailar punta?, ¿le va al Olimpia o al Motagua?, ¿no tendrá manera de calentarme un poco de agua caliente para el mate?, ¿ha probado el mate alguna vez?

Ché, que dejes de boludear y sigas sacando fotos….

Tardé en entender que Rodrigo Abd saca fotos boludeando, deshaciendo muros, disparando, esperando, disparando, y regresando a disparar de nuevo. Que todos esos gerundios son sinónimo de su fotografía y su cámara pico y pala de la imagen.

Si algún día lo entendí fue sólo porque además de fotógrafo es maestro. Me explico, Rodrigo pierde tiempo en explicarle didácticamente al redactor, y a ser posible con ejemplos concretos, nada teóricos, extraídos de los 9 años que lleva sacando foto en Centroamérica, que siempre hizo falta más. Que siempre le faltaron un par de días para conseguir “algo que sea excepcional”, acompañando hasta su casa a alguien a quien le dijo adiós demasiado pronto como para conseguir que el público pase frío con él en los Cuchumatanes, regresando a la noche para tratar de cerrar la historia de una jornada laboral en la zafra del azúcar, mal comida y mal dormida, esperando a que su hijo se sumase a la escena y dibujase un futuro sin oportunidades o, simplemente, pensándola más sin tanta prisa por enviar.

En Rodrigo hay mucho de cadena de montaje, de repetición de esfuerzos, de ensayo-error, de jornada laboral en la que nadie comprende de horas extras. Hay mucho de compañero del metal que invierte, insiste y regresa una y otra vez a sacar más fotos. Pero sin obsesionarse por la productividad. Artesano rebelde en época de maquila periodística. Ahorrando tiempo para recordar quela hora del bocadillo y el descanso son, cuando salimos de viaje, las de las mejores fotos, las que nunca sacó, las que sólo existen en nuestra memoria.

Rodrigo acompaña los años en Guatemala con el esfuerzo. Cuando cualquier otro ya habría bajado la guardia, acomodado sobre el ego o agotado por esa racionalidad económica que pretende que produzcamos sin comprender, él nunca tiró la toalla, se aburrió o dejó de ocupar las tardes libres en buscar a un cargador en el mercado con cuyo retrato mostrarle al mundo, inspirado por unas fotos francesas de hace un siglo, que por algunos lugares, el progreso y la justicia suenan más a mito que a realidad.

Por eso, Rodrigo rechaza que alguien se atreva a llamarle artista, que utilicen la palabra arte para referirse a su trabajo. No lo es. Fotoperiodismo. Documentación de la realidad, información. Nada es innato, casual, inspirado ni espontáneo en la fotografía de Rodrigo. Sólo hay que verle trabajar, obligando al redactor a levantarse alas 5 de la mañana, un día tras otro, escapando de las luces blancas que aplanan América Central entre las 10 de la mañana y las 3 de la tarde. 

La clave de su trabajo es que siempre falta y siempre hay que volver, aunque no sea necesariamente para sacar más fotos sino para llevar unas empanadas a los mineros de la basura muertos de frío a los que ha estado retratando durante días o dejarle suficientes pesos al protagonista de una historia del que sabe no tiene dinero para llamar por teléfono y arreglar la siguiente cita.

Rodrigo es todo lo contrario del fotógrafo ladrón y con prisas. Su mayor delito, jugar al infiltrado por un rato. Cuando disfruta de verdad es cuando corre la cortina tras la que se mete y que, al contrario que el fotógrafo artista y ladrón, él no usa para disfrazarse o parecer nada sino, al contrario, para emerger sin la parafernalia del tipo importante deagencia internacional. Convertido de nuevo en lo que quiere ser, el porteño insistente que pega con todo el mundo mientras saca las mejores fotos de la semana.

Algo que él, por supuesto, negará, porque siempre le faltó volver un par de días más. 

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