El militar español y actual profesor universitario Federico Aznar Fernández Montesinos enseña que esta actividad, el terrorismo, tiene orígenes revolucionarios en la Francia jacobina y que reaparece como tal después de la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la Guerra Fría. Pero también enseña que el terrorismo se volvió una actividad estatal con la ley francesa de sospechosos de 1793, con la cual se dotó de un poder ilimitado a las autoridades para actuar contra personas precisamente sospechosas.
Entonces, el terrorismo, como actividad post Segunda Guerra Mundial, retornó no solo a sus orígenes revolucionarios, sino también a sus prácticas desde el Estado. El contexto de la Guerra Fría dio paso a situaciones que pueden convertir el terrorismo en una actividad política y mediática, no solo proveniente de un actor social ilegítimo, sino con posibilidad de ser practicada también por actores sociales y políticos legítimos e incluso legales.
De tal manera, cabe preguntarse: ¿son las pandillas grupos terroristas? La respuesta dependerá de si usted asocia terrorismo con miedo o zozobra. Probablemente responderá que sí lo son. Sin embargo, desde un ejercicio político del poder estatal, las pandillas no podrían ser terroristas, puesto que sus actividades son meramente crímenes que tienen como objetivo la subsistencia de los miembros que la integran, y no la obtención, mediante medios revolucionarios o actividades antisistema, del poder político del Estado.
[frasepzp1]
Con esta diferenciación hecha, es entonces imprescindible responder qué hacer o cómo hacer para que las pandillas pierdan fuerza y, en el mejor de los casos, desaparezcan como grupos criminales. A mi parecer, es increíble que los pensadores del modelo capitalista no propongan soluciones en la economía y en el mercado.
Las pandillas son el resultado de una economía estatal encaminada a la acumulación de satisfactores de vida en pocas manos y a la mala redistribución de servicios mínimos de desarrollo vital. En ese sentido, son resultado de un deficiente mercado laboral, ya sea en su acceso a él o en la retribución por los servicios que se prestan. Esta construcción capitalista de una pandilla debe resolverse entonces por esa misma vía o apostando a modelos sociales que brinden mayores accesos a necesidades básicas, como la educación a todo nivel y gratuita. En la columna ¿Pandillas terroristas o juventudes excluidas? hago referencia a más elementos.
Es aquí donde el discurso presidencial de pandillas terroristas, meramente de una economía penal, fracasaría rotundamente sin cambios en el modelo de la economía estatal y en el mercado laboral, sin medios de satisfacción social y sin acceso a servicios vitales que permitan el desarrollo de las personas sin necesidad de acceder a grupos criminales que acorten el camino a la subsistencia o a la acumulación de bienes.
El mayor riesgo político de la propuesta descansa en el rompimiento del mandato constitucional de la seguridad de las personas, puesto que se construye una ficción: elimino al malo para que tú estés bien. ¿Quién decide quién es el malo y quién el bueno? Si la respuesta es la policía, entonces tenemos una policía a punto de convertirse en un grupo terrorista. Si la respuesta es las leyes, entonces hemos cerrado el camino de la democracia y retornado al Estado totalitario, que irrumpe en la libertad de la persona y que por sospecha puede sancionarla.
Más de este autor