Los rebeldes libios han tomado el control de la capital de Libia. Algunos cables de noticias señalan que han sido capturados los hijos de Muammar el Gadafi, pero que este sigue sin aparecer.
Este es el tercer régimen que cae como consecuencia de la “primavera árabe” después de Túnez, en enero, y Egipto, en febrero. Sin embargo, es el primer caso en donde se dio una intervención directa de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Libia es en sí una federación compuesta por tres grandes regiones: Fezzan, Cirenaica y Tripolitania. Después de la revolución de 1969, el general Gadafi hábilmente logró mantener las tres unidas. En ocasiones se valió de la fuerza militar, pero en términos generales logró sus objetivos a través de una negociación política, una habilidad que le ha permitido mantenerse en el poder por más de 40 años, hasta estos días.
Libia comparte fronteras con Túnez al noroeste y con Egipto al este, lo que en un principio refleja un efecto dominó. A pesar de esto, vemos movimientos no sólo en los países del Magreb, sino también en el Oriente Próximo como Siria y Bahréin (de este último ha escrito una excelente columna Felipe Valenzuela). Libia seguramente se fraccionará en dos o tres, permitiendo que sean otros, ya no Gadafi, que saquen provecho de su riqueza petrolera.
Al contrario de Túnez y Egipto, la reacción del gobierno de Libia ha sido brutal y deplorable, al igual que lo está siendo la de Siria y, en cierta medida, la de Bahréin. Como dijo Barack Obama, no podemos quedarnos de brazos cruzados ante las graves violaciones que un gobierno comete contra su gente. Es el clásico dilema de seguridad. Pero más allá de la constante sobre por qué se mide con una vara distinta a cada país, la interrogante que me preocupa es quién interviene—en este caso la OTAN—y por qué lo hace.
La OTAN vio la luz en 1949, como una alianza política militar con el fin de proteger a Europa occidental de cualquier ataque de parte de la Unión Soviética. Con el fin de la Guerra Fría en 1989, podríamos decir que la alianza enfrentó cierta crisis de identidad. Sin la amenaza soviética dejó de existir la razón de ser de dicha alianza. Sin embargo, la desaparición de la OTAN también implicaba la ausencia de una estructura militar definida para Europa, que se encontraba muy ocupada en su proceso de integración. Inmediatamente después del fin del conflicto bipolar, Europa enfrentó el conflicto interno en Yugoslavia, que vio también cómo desaparecía aquel país para dar lugar después de un terrible derramamiento de sangre, a la creación de media docena de nuevos estados.
Fueron precisamente los europeos quienes solicitaron una reforma en la carta constitutiva del tratado que dio vida a la OTAN, para que sea esta la encargada de velar por estas cuestiones espinosas propias de la alta política, particularmente la guerra. Fue así como inició una metamorfosis de la alianza militar occidental. Configuró su política de membresía al invitar a varios países que en un momento pertenecieron al bloque soviético. Además, inició una relación más estrecha con las Naciones Unidas, en particular, con el Consejo de Seguridad con el fin solapado para algunos, y muy claro para otros, de convertirse en el brazo militar de la ONU. Este es un papel que en la práctica parece desempeñar con la excepción de dos grandes obstáculos: Rusia y China. Ambos son parte del Consejo de Seguridad, pero no pertenecen a la OTAN. Sí pertenecen, en cambio, sus otros tres colegas en el Consejo: Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos, quienes más aportan también.
Ante la ausencia de un gobierno mundial, el orden internacional es dictado por las potencias. Estas se valen de diversos factores para regir ese orden como lo hacen con la economía, el comercio, el conocimiento y el poderío militar. Oficialmente el Consejo de Seguridad representa a las cinco superpotencias encargadas de velar por dicho orden, pero este ha quedado en manos de quienes descansa el poderío militar internacional. Son las potencias occidentales quienes deciden en dónde intervenir y quién interviene. Son ellos los dueños de la pelota, los que deciden, a quién se la pasan y a quién no, cuándo empieza y cuándo termina el partido.
El caso de Libia puede ser un triunfo de la gente contra una dictadura, pero tristemente es también un precedente que busca legitimar el accionar de la OTAN y de aquellos que la controlan—para mantener su status quo, ampliar su poderío internacional, o satisfacer cualquier capricho que puedan tener.
Más de este autor