¿Ya para qué? Si de todas formas, cada tanto, y cada vez más seguido, nos ven (siguen viendo) la cara de pendejos. Si de todas maneras lo único que cambia son los nombres, no los vicios ni las mañas ni el descaro.
¿No sería mejor hacer un enorme cuchubal y largarnos todos por tandas cada dos o tres meses? Imagíneselo por un momento: usted aporta una cantidad al mes y tiene la certeza de que, como máximo, en dos años está afuera, intentando salir adelante en otro lugar donde lo respeten un poco más como ciudadano, donde le garanticen la vida y servicios básicos a su familia, donde su hijos crezcan y se desarrollen en paz. ¡Ahí sí que pasaría a mejor vida! Mejor así, ¿no? Y no esa ruleta rusa en la que se ha convertido Guatemala.
¿Para qué joderse tanto por un país que no agradece? Peor aún, ¿para qué dejarse la vida por un país donde todo ya parece estar cabal: los ricos, los pobres, las oportunidades, la movilidad, la esperanza?
¿Sabe por qué? Porque no se vale que unos pocos rateros, incapaces de pensar en el bien común, despeniquen, como ametralladora de cohetes en diciembre, a todo un país y lo dejen en chirajos. Porque, el día que dejemos de soñar con una Guatemala en paz y progresando, la siguiente vergüenza que tendremos que pasar es enfrentar a nuestros hijos y decirles, a calzón quitado, que fuimos incapaces de ponernos de acuerdo, de hacer montón y de devolverle el rumbo a un país que en su gran mayoría quiere salir adelante. Por eso es que vale la pena seguir protestando y exigiendo una conducta decente de la clase política.
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Así que no se deje amedrentar por un par de imbéciles que necesitan salir en televisión acuerpados por botas, boinas y metralletas, como queriendo recordarnos que siempre se puede regresar a nuestra triste y larga noche de los pollos blancos. ¡No es así! ¡Ya no es así! Los guatemaltecos no queremos eso ni lo vamos a aceptar.
Al contrario, a esos insolentes incapaces, a esos sí que hay que decirles claro y fuerte, a grito pelado si hace falta, que son ellos los que se tienen que largar. Y si para eso hay que hacer cooperacha, estoy seguro de que no faltarán aportes para mandarlos a la esquina más lejana y oscura del planeta.
O mejor nos ahorramos la plata y dejamos que se queden en Guatemala padeciendo la infinita vergüenza de tener que seguir viéndonos la cara a todos los demás cuando ellos ya no estén revestidos de esa frágil hojalata que hoy los hace sentir intocables. Ese día después, cuando entreguen el poder, nos habrá llegado el momento de poder abuchearlos en la calle, de retirarles el menú de cualquier restaurante, de no darles nunca más la palabra en ningún acto público, de mirarlos de arriba abajo como lo que son: una farsa.
Porque una cosa es cierta: ellos, los insolentes incapaces, los imbéciles autoritarios, esos sí que tienen ya sus días contados. Porque así es la democracia y ellos lo saben bien. Por eso hoy les tiemblan las canillas.
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