Sabemos que la historia no es lo que uno desea o hubiera deseado sino lo que fue, y la historia de Guatemala, me decía una amiga, gira en torno al adverbio «casi». Como si de pronto un impedimento, una coyuntura o una paradoja rompieran el rumbo propicio.
La elección de Bernardo Arévalo hay que recordarla con la foto y el nombre de Sandra Torres como alternativa. Esa era la disyuntiva y creo que la cruz sobre el candidato del partido Semilla evitó un derrumbe definitivo y abrió nuevas perspectivas. A partir de allí, las condiciones de gobernanza han sido brutales porque, en ningún país con cierta mínima normalidad democrática, se puede trabajar con una Corte de Constitucionalidad cooptada por la corrupción y en alianza con narcojueces y un Ministerio Público dispuesto a la ilegalidad y a la crueldad.
Desde lo dicho anteriormente, es evidente que construir un futuro colectivo implica también revisar errores. Caminar hacia atrás también significa dejar la seguridad y recontar pasos fallidos. Como aquel saludo efusivo del recién nombrado Ministro de Gobernación, Francisco Jiménez, a la fiscal general Consuelo Porras. Un saludo que abría la puerta a la condescendencia, y era indiferente hacia los pueblos indígenas que mantuvieron la protesta enérgica y continua frente a la sede del Ministerio Público durante tres meses. Se inauguraba entonces un gabinete en cuya conformación inicial uno se preguntaba ¿dónde están los representantes de estos pueblos?. Salvo excepciones, se extrañó en ese entonces ministras y ministros comprometidos con las resistencias y los sueños de quienes defendieron la democracia.
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Un país no puede estar completo cuando ciudadanos y ciudadanas están en el exilio y en la cárcel. Son ausencias que marcan el estado de ánimo de la patria/matria. Decía la poeta uruguaya Cristina Peri Rossi que «partir es partirse en dos» y eso es lo que han experimentado quienes han debido irse para evitar la persecución. El listado de quienes han sido encarcelados interpela diariamente. Son esas ausencias las que deben llenar el discurso gubernamental. Dejar la palabra escondida en la diplomacia y sacarla a la plaza pública. Hacer realidad aquello de que un policía no debería seguir una orden ilegal cuando el Ministerio Público se lanza de cacería.
Las personas de sectores populares viven en el riesgo constante. Las personas de clases medias urbanas están exhaustas de atravesar una ciudad invivible. Son ellas y ellos los que esperan, en medio de las evidentes limitaciones, gestos claros del presidente, direcciones menos erráticas, atrevimientos frente a quienes se empecinan en contra de un futuro menos violento y desigual. De allí que uno no se explique, cómo se nombra a quien se opuso a la CICIG como embajador en España, amparándose en la razón endeble de la carrera diplomática. Queremos que nos representen quienes entiendan los afectos que han sostenido la energía popular en contra de la impunidad, no quienes conspiraron contra ella. Queremos, como ha hecho la ministra de Educación en contra de Joviel Acevedo, acciones decididas que marquen un rumbo.
El 2026 se viene como un año crucial. La elección de magistrados de la Corte de Constitucionalidad, del Tribunal Supremo Electoral y del nuevo o de la nueva Fiscal. Serán procesos difíciles porque el pacto de corruptos para nada ha muerto, es fruto de una historia que se remonta varias décadas atrás.
Considero que a nosotras, ciudadanos y ciudadanos, nos corresponde informarnos, deslindarnos de los algoritmos y las noticias falsas y sobreponernos a la volatilidad de las emociones de las redes sociales. En definitiva, hacer memoria e imaginar un futuro colectivo que, por supuesto, trasciende a Arévalo, pero que implica no echar por la borda las luchas ganadas. Con base en la experiencia construir esperanzas. El mejor regalo que podemos entregar al pacto de corruptos es la resignación.
Una de las mayores inspiraciones en este proceso será, como un mantra, pronunciar los nombres de Luis Pacheco, Héctor Chaclán, José Rubén Zamora, Stuardo Campos, Juan Francisco Sandoval, Ericka Aifán, Virginia Laparra, Miguel Ángel Gálvez, y tantos otros que, con radicalidad y con entereza, dieron testimonio de justicia.
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