Rendijas, que se presenta en FILGUA 2025 y es editado por La Pepita Editorial, reúne varios textos escritos por Lucrecia en distintos momentos, como ella aclara, sin orden cronológico. Algunos fueron pensados como ponencias, otros como artículos periodísticos, algunos funcionaron a manera de reseñas y discursos. Esta variedad recuerda las reflexiones de Doris Meyer sobre el género del ensayo, especialmente en mujeres, que adopta formas dúctiles y sin fronteras fijas: carta-ensayo, conferencia-ensayo, diario de viaje-ensayo, etc.
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Las razones de estas escrituras dinámicas van más allá de lo propiamente literario, y deben buscarse, creo yo, en las variadas tareas que han tenido a su cargo las mujeres en sociedades en donde la división de trabajo ha sido patriarcal y en donde los campos literarios son limitados. De ahí que en la escritura del ensayo radique una capacidad de resiliencia y de resistencia, o como sostienen Lourdes Rojas y Nancy Soporta, una voz «intrusa y usurpadora». No deja de sorprender que, todavía en el siglo XXI, programas de curso, lecturas colectivas o selecciones bibliográficas sigan centrándose en autores masculinos, como depositarios del conocimiento y la argumentación. La mujer que escribe ensayo parece una excepcionalidad, y no lo es.
Lo que especifica al ensayo es una poética de pensamiento: se argumenta con el lenguaje. Y es lo que hace Lucrecia. A través de una prosa rebelde, precisa y sonora, irónica también, va planteando sus puntos de vista sobre asuntos y textos múltiples. Quienes la conocemos sabemos su incapacidad para encerrarse en un autor, o en una época, o en una corriente de pensamiento. Antidogmática y curiosa, esas son dos características que definen la subjetividad de Lucrecia y que se filtran en Rendijas. Imposible abarcar, entonces, sus objetos de reflexión, pero para darse una idea, ella escribe sobre la llamada literatura de posguerra en Guatemala al final de la década de 1990, sobre el testimonio Mujeres en la alborada de Yolanda Colom, sobre la novela de Dante Liano, Pequeña historia de viajes, amores e italianos y también profesa una memoria justa y agradecida a amigos y colegas de la literatura. Tal es el caso de Luis Aceituno, quien no ha muerto «porque los adolescentes de corazón no mueren» o Mario Roberto Morales, «quien se tiró de cabeza y buceó en lo recóndito para salir como pez volador iconoclasta». Por supuesto, el libro está dedicado a quienes fueron sus maestras y amigas, Luz Méndez de la Vega –«una diva caída del Olimpo extraviada en una aldea»– y Margarita Carrera. A ellas también consagra sus reflexiones.
A pesar de la pluralidad que define a Rendijas, me atrevo a distinguir un hilo conductor: la pasión por atravesar fronteras. Lucrecia, que ha vivido en tantos lugares y ha ejercido distintos trabajos, sabe las implicaciones afectivas y simbólicas del exiliado, del nómada, del migrante, del inconforme, del que se sale de la norma. Así aparece un Asturias «siempre de paso» como rezan las Letanías del desterrado o los personajes nómadas de Eduardo Halfon en la deslumbrante novela Tarántula, situados entre distintas culturas y creencias. Ya lo dice el protagonista, que siempre lleva consigo la Torá y el Popol Vuh. También Lucrecia detecta a una Yolanda Colom ladina, pero conviviente con el mundo indígena en una época de clandestinidad, donde se rompieron todas las contenciones. Cito también a los personajes de Pequeña historia de viajes y amores italianos, «nunca enraizados» o los del mundo cuentístico de Gloria Hernández «al borde del precipicio».
Tuve la suerte de haber conocido a Lucrecia desde muy temprano en la vida. Ella dedicó un entrañable artículo sobre mi papá, del cual, por pudor, no me extenderé, pero que evidencia la relación permanente con alguien que ha sido maestra y amiga. Hace algunos años nos reunimos un grupo de exalumnos para homenajearla y comentábamos la capacidad que tuvo, en medio de un mundo derruido por el Conflicto Armado Interno, de despertar la pasión por la lectura y la crítica literaria. Odiaba los lugares comunes. Esperaba de nosotros siempre más. Impregnaba de humor las clases. Contrastaba juicios. Buscaba formas creativas para acercarnos al cine, al teatro, a la historia de la literatura. Interpeló en el mejor sentido y tuvo presente que nada éramos sin la memoria de aquellos años terribles de tantos despojos.
Animo a leer Rendijas y a usted, Lucrecia, gracias maestra, una vez más.
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