Más recientemente compite por mi atención Tan/Gente, podcast de una asociación entre periodistas y analistas, que rota una variedad de entrevistados y comentaristas. Hablan cada vez sobre un tópico de política, arte o sociedad, generalmente de actualidad.
Los formatos satisfacen fines distintos. ConCriterio cubre muchas noticias pero sacrifica profundidad. Tan/Gente se zambulle largamente en un solo tema, a veces demasiado largamente.
El contraste me hizo comentar una mañana en la red: debiendo escoger entre el noticiero del día o el podcast de la jornada anterior, preferí Tan/Gente, pues aprendo más. Sé qué esperar de ConCriterio, pero el otro programa me sorprende con información nueva. Siendo irónico, diría que los nombres están al revés.
El asunto tocó un nervio. Mi cuenta apenas se mueve, pero abundaron respuestas a favor y en contra. Quizá sea bueno que la gente saque en redes su yo más desaforado, pues muy pronto llegaron a los límites del debate.
Un primer bloque concordó conmigo. No sorprende, pues mis contactos probablemente se parecen a mi. Luego estaban quienes opinaron que yo menospreciaba la información en ConCriterio, distinta de la opinión sesgada que —justificaban— promueve el podcast, y que en el radiodiario es función secundaria. Un investigador de Plaza Pública sentenció: quien busca puntos de vista distintos escucha ConCriterio, mientras que Tan/Gente valida la propia perspectiva (refiriéndose a la mía, asumo). Finalmente estuvieron los insultos, tanto contra uno u otro medio, como los que me atacaron personalmente.
Pero quizá lo más curioso fue la respuesta de uno de los conductores de ConCriterio. El periodista juzgó oportuno explicar mi pérdida de interés en su programa lanzando un ad hominem: lo calificó como consecuencia de mi apoyo financiero a Movimiento Semilla. Aquí la cosa se puso interesante, porque mostró que esta polémica no era como debatir si nos gustan más los gatos que los perros.
Más allá de las diferencias de formato, su comentario destaca que el relativo éxito de Tan/Gente —15.5 mil suscriptores de YouTube en 8 meses, bastante para Guatemala— podría evidenciar que la conversación de la clase media urbana está cambiando. Como miembro de esta categoría mi interés apenas lo ejemplifica.
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Ilustro tal cambio con el concepto de «opinión». Con frecuencia quienes opinan —aún cuando reportan hechos— practican (¿practicamos?) la opinión con un sentido particular: habiendo fijado a priori un punto de llegada (digamos, confirmar que toda izquierda es comunista), se movilizan los datos principalmente con fines retóricos, para ganar. Esto no exige argumentos completos. De hecho, el periodista que se distrajo en denostarme como oyente ejerce con sofisticación tal retórica. Más que analizar los datos, muchas veces le basta con usarlos para sembrar en su audiencia una duda razonable sobre los argumentos de sus colegas/contrincantes en debate. Es una dinámica que depende de las emociones para apoyar el rating, como cuando Laura Bozzo nos crispaba expectantes: «¡que pase el desgraciado!»
Y, como ilustra el caso, funciona bien. Pero solo hasta que otros no se conforman con datos usados para conseguir resultados retóricos, sino que construyen cadenas de inducción y deducción, comparación y contraste, para extraer interpretaciones en un contexto particular. Este es el tipo de comentario que Tan/Gente ensaya y que algunos, desacostumbrados, aún no diferencian de la opinión como arma arrojadiza.
Pero crece la proporción de la audiencia clasemediera urbana que parece apreciarlo, particularmente cuando, como ahora en la política guatemalteca, enfrentamos un constante asalto a las emociones. Quizá subraya un recambio generacional: disminuye la proporción de gente marcada por la intransigencia del enfrentamiento armado interno, mientras aumenta la fracción de sus hijos, mejor formados, que valoran argumentos más sofisticados.
En clave sociológica el asunto resuena con el descreimiento que llevó a los clasemedieros urbanos a votar por Semilla, y que reacciona contra el servilismo impensante que mueve al Ministerio Público. Explica también por qué el periodista asoció mi interés por Tan/Gente con mi apoyo a Semilla, aunque cometiera el antiguo error de confundir correlación con causalidad. No es que por apoyar a Semilla las personas se interesen en Tan/Gente. Es que ambos —política progresista y periodismo analítico— responden a la articulación de una clase media urbana —aún preponderantemente ladina y profesional— a la que no le basta la corrupción servil como proyecto ni el uso del periodismo de opinión como excusa.
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