Según el comunicado de la entidad estadounidense, dicha ley «señala a los perpetradores de graves abusos contra los derechos humanos y corrupción en todo el mundo», donde «el objetivo final de las sanciones no es castigar, sino provocar un cambio positivo de comportamiento» imponiendo «consecuencias tangibles y significativas a quienes cometen graves abusos contra los derechos humanos o participan en corrupción».[1]
Esto subraya que no es una acción judicial. Los EE. UU. no señalan a Martínez por demostrar que es —en español cervantino— un hideputa. La sanción se concentra en que pudiera ser un hideputa mal portado, que depreda el erario público y —aquí el acabose— atenta contra las formas democráticas al estorbar el resultado legítimo de las elecciones.
La aclaración importa, porque subraya la naturaleza política, no jurídica, de lo que ocurre desde que Arévalo, Herrera y Semilla se colaron en la elección del 25 de junio, más aún cuando ganaron la presidencia y vicepresidencia el 20 de agosto[2]. Pero es fácil perderlo de vista, porque el Ministerio Público casi semanalmente defeca aberraciones jurídicas que obligan a sus víctimas —un auténtico quién es quién de personas destacadas— a perder tiempo en defensas legales[3].
Dejando de lado ese llevar y traer de abogados, reflexionemos sobre Martínez. No por su persona, sino por su papel político. Porque no son excepcionales su origen provincial, la tesis plagiada, su sexualidad ni el ascenso desproporcionado para su edad y experiencia; tampoco su salida precipitada del gobierno, la riqueza repentina e inexplicable, su transformación en el favorito para odiar de la población, su revanchismo, ni la sanción estadounidense. Eso apenas describe a un joven arribista, atrevido y peligroso, pero excepcional solo en su falta de escrúpulos.
Martínez cobra significado en un tinglado más amplio de relaciones de clase, en un país-finca donde el Estado tiene dueños y la economía y el gobierno funcionan principalmente para atender a esos dueños. Es aquí que Martínez resulta el más reciente miembro de la lista de quienes ensayan la ruta del vende patrias para subir en la escala social. Trepadores, inescrupulosos, incluso violentos, pero sobre todo dispuestos a servir a quien llegue al precio de su ambición.
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No basta denostar a Martínez por codicioso. Usted y yo también queremos más ingresos y hasta más poder. Su situación no se explica por esa ambición, sino porque está dispuesto a satisfacerla traicionando su propia identidad social y de clase. Hace cosas que, por escrúpulo, la mayoría de gente no emprende. Más aún —todos conocemos a más de alguna persona sin escrúpulos— en algún momento entró en contacto con quienes no solo apañan y recompensan esas traiciones, sino que las usan para afianzar un statu quo de depredación que necesita gente ruin a cargo del Estado.
Martínez pertenece a la categoría de quienes descubrieron que, en una sociedad sin oportunidades, ser ruin ofrece movilidad social: allí caben los fiscales que desprecian la ley, un fantoche «ni corrupto ni ladrón» que fue ambas cosas, y hasta un presidente que persigue la homosexualidad mientras la vive.
Es una estirpe contrariada, que entronca con Rafael Carrera, Manuel Estrada Cabrera y más allá, de quienes para subir no dudan en pararse sobre la cabeza de sus pares. Pero solo a condición de que alguien pague la traición. Y aquí está lo importante: porque todos descubrieron que los dueños de la finca-país los premiarán, mientras se pinchan la nariz por el olor de podredumbre de sus sirvientes de ocasión; pero también que los abandonarán apenas dejen de servir.
Martínez es execrable en sus conductas y merece toda sanción moral, política y económica. Pero reflexionemos —en Washington tanto como en Guatemala— porque a la vez que él es denostado, otros admiten en conferencia de prensa sus actos corruptos y antidemocráticos, pero no son señalados ni reciben un solo día de prisión, y desmontan la maquinaria de justicia del país. Y encima quieren ser llamados grandes y dignos.
Mientras abucheamos a Martínez recordemos que él no tiene ni siquiera el beneficio de importar. No es sino la excusa para olvidar que hay quienes se benefician de tener funcionarios corruptos, de entregar el poder público a la peor gente disponible. Washington, muy dada a buscar raíces, haría bien en cortar más cerca del tronco, no solo entretenerse podando frutos podridos.
Ilustración: ¡Cuidado! (2023, con elementos de Adobe Firefly)
[2] Recuerde que soy militante de Movimiento Semilla. Aquí no hay inocentes, pero tampoco malicia.
[3] Al respecto, recomiendo enfáticamente la lectura del Escrito de amicus curiae presentado ante la Corte de Constitucionalidad el 30 de noviembre de 2023 por Stephen McFarland Amrit Singh. No solo resume la hilera de abusos jurídicos perpetrados por el MP y algunos jueces, sino que expone con lucidez los argumentos legales que los descalifican.
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