Que esto suceda en nuestro país supone la vigorosa incorporación del pensamiento indígena centroamericano, especialmente el maya, al movimiento reflexivo que a nivel latinoamericano ha ido generando una serie de contribuciones dentro de la cual se ubican las diversas visiones del buen vivir y las diferentes maneras de gobierno local que se han desarrollado en México.
Uno de los pilares sobre los que descansa esta vigorosa afirmación del pensamiento indígena radica en la creciente conciencia de que el orden económico y político neoliberal solo representa, como lo ha hecho ver Franz Hinkelammert, la opción por el suicidio colectivo. Y es que una ideología que reduce el sentido de futuro a los reportes trimestrales de ganancias no puede tener una concepción con sentido del mañana. Frente a la crisis global que ha puesto de rodillas a la otrora orgullosa Europa, las culturas indígenas nos persuaden a buscar el futuro en un sentido de comunidad que, expandiéndose desde el prójimo hasta el Universo, puede acomodar nuevos sentidos para el trabajo y la actividad política.
Me parece ver, no obstante, que la reemergencia del pensamiento indígena no solo cuestiona el individualismo ramplón del neoliberalismo, sino también las perspectivas igualitarias que han vertebrado las democracias liberales como las que ahora están siendo desmanteladas en Europa. La creciente conciencia de la red de vínculos que conectan a los seres humanos entre sí y a estos con la naturaleza, nos hace ver la urgente necesidad de replantear nuestros modelos de desarrollo que suelen estar fundados en una presunción de continuo crecimiento. Es lícito preguntarse hasta qué punto el mismo sistema capitalista —domesticado o no— constituye el único modelo a seguir por una humanidad que se plantea cada vez más en serio la cuestión de su sobrevivencia.
La fisonomía del futuro, del mundo que queremos, demanda diálogos profundos que, sin embargo, son urgentes dada la perentoriedad de los desafíos que se nos plantean. Con respecto al problema del acceso al agua, por ejemplo, la activista canadiense Maude Barlow considera que de seguir con las mismas políticas cortoplacistas, por el año 2025 dos terceras partes de la población mundial enfrentarán problemas con la escasez del vital líquido. En el 2050, con el aumento de la población, se necesitará un 80% más de agua solo para usos de alimentación. Frente a tal escenario, el objetivo de desarrollar, de manera rigurosa, el pensamiento indígena se reviste de un cariz vital.
El pensamiento indígena, sin embargo, debe proceder con precisión para poder reconocer los logros normativos alcanzados por otras perspectivas culturales del mundo. De este modo, la nueva etapa de desarrollo del pensamiento indígena demanda eludir esencialismos reaccionarios y tendencias identitarias que no cuestionan de manera radical el sistema de opresión en sí mismo. Es aún más importante no caer en el provincialismo conceptual que durante tanto tiempo ha afectado al pensamiento occidental; no se puede identificar lo indígena con lo bueno y lo occidental con lo malo.
En nuestro país, una tarea fundamental es transformar los núcleos valorativos del pensamiento indígena en propuestas políticas que se muestren como alternativas reales para la transformación de nuestra vida en común. Alcanzar este objetivo demanda, no obstante, un diálogo con otros movimientos intelectuales críticos que se desplazan a lo largo y ancho del mundo. Y es que detrás de la ofensiva contra los intereses de sobrevivencia de la humanidad se encuentran las fuerzas de un capital que, después de establecer una ominosa servidumbre financiera, va perfeccionando sus métodos de expoliación de los recursos naturales.
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