Sentirse parte de algo (una causa —social, artística, religiosa, deportiva, política) es una necesidad humana escrita con cromosomas. Eso dijimos en la columna anterior.
También dijimos, sin entrar mucho en materia, que no es nada nuevo que, con tal de experimentar la sensación de pertenencia, podemos terminar en grupos y actividades que quizá ni nos gusten, o que representen algo malo para la sociedad. Además, por razones de exclusión o segregación en los grupos de nuestras aspiraciones, podemos terminar donde no queríamos, pero resulta ser donde sí nos aceptaron.
¿Recuerdan la «Primavera árabe» de hace algunos años? Hubo guerra en Libia, en Argelia,...
También dijimos, sin entrar mucho en materia, que no es nada nuevo que, con tal de experimentar la sensación de pertenencia, podemos terminar en grupos y actividades que quizá ni nos gusten, o que representen algo malo para la sociedad. Además, por razones de exclusión o segregación en los grupos de nuestras aspiraciones, podemos terminar donde no queríamos, pero resulta ser donde sí nos aceptaron.
¿Recuerdan la «Primavera árabe» de hace algunos años? Hubo guerra en Libia, en Argelia, conflictos en Egipto y cruenta guerra en Siria (hasta la fecha), entre otros. Las causas no vienen al caso hoy, pero sí algunos resultados. Conocí casos de combatientes sirios, que de prósperos agricultores, artesanos y comerciantes pasaron a ser desarraigados combatientes. El efecto de la pertenencia religiosa o política fue tan fuerte que terminaron combatiendo a sus vecinos de toda la vida, a personas que ni conocían, a inocentes y a otros tan forzados al conflicto como ellos. Un joven combatiente decía que estaba ahí para luchar por la democracia, pero no sabía definirla. Fue la pertenencia la que creó olas destructoras en todas direcciones, cambiando a las personas.
Hasta aquí hemos caminado por el lado negativo de la pertenencia. Pero también existe un lado brillante y fue la promesa de la anterior columna: pertenencia y ciudadanía.
Simplificando para nuestro propósito la definición de ciudadanía propuesta por Thomas Marshall, «La ciudadanía… es aquel estatus que se concede a los miembros de pleno derecho de una comunidad». Su visión es desde los derechos (económicos, políticos y sociales). Su llamado es a ejercerlos plenamente, y podemos decir que al hacerlo estamos construyendo ciudadanía. Nuestra ciudadanía personal. Puede decirse también que cimentar ciudadanía es exigir el respeto y debida realización de nuestros derechos. Si a ello agregamos las obligaciones (el pelo en la sopa, dirán muchos) estaremos perfeccionando el ejercicio de la ciudadanía.
Cuando inculcamos valores, estamos construyendo ciudadanía. También cuando educamos, cuando respetamos la ley, cuando ofrecemos en el tráfico la cortesía que exigimos y cuando no nos sentimos de inteligencia superior porque nos colamos hasta el inicio de la fila. Ejercer ciudadanía es exigir respeto y ofrecerlo dadivosamente.
Y qué mejor que construir ciudadanía al tiempo que saciamos nuestra necesidad de pertenencia.
Una barra brava futbolera (atención, rojillos y cremosos) crea pertenencia, pero destruye ciudadanía porque atropella derechos de otros. Dirán que es ingenuidad e idealismo, pero pienso que, si todos cultiváramos ciudadanía, resultarían sobrando hasta las ideologías políticas.
Lo hermoso del caso es que todas las personas podemos construir ciudadanía y fomentar la pertenencia. Estas cosas no deben solo practicarse sino, además, promoverse.
Hay muchas cosas que pueden unir a las familias, a las comunidades, a los grupos sociales. Guatemala tiene buenos ejemplos.
Pensemos en los barriletes gigantes del Día de los Santos.
Para llegar a ese día las comunidades se agrupan, se reúnen, planifican, distribuyen tareas y aportan recursos voluntarios desde meses antes. Seguramente también discuten y a veces se enfadan, pero no pierden la vista del objetivo. Al final, el barrilete se eleva. Para algunos se cumplió un propósito espiritual o místico, para otros se disfrutó de un espectáculo visual. Pero la comunidad sale fortalecida porque tuvieron éxito en un objetivo común. Hay pertenencia y ciudadanía.
Lo mismo sucede con las comparsas carnavalescas, en los desfiles de la Huelga de Dolores (sin abusos) y, claro que sí, en las manifestaciones ciudadanas tipo 2015. Viene a la memoria la «Operación panito», una actividad voluntaria y desinteresada de algunos jóvenes que aparecen en hospitales con cajas y canastos de alimentos para ofrecer a las personas que están en las salas de espera. También ofrecen alimentos a los empleados. ¿Por qué? Porque ejercen ciudadanía y se sienten parte de algo bonito.
Reorganicemos nuestro tiempo. Preocupémonos por crear, animar y participar en grupos de pertenencia (arte, deporte, ciencia, apoyo mutuo, servicio social) y estaremos al mismo tiempo ejerciendo y fomentando ciudadanía. Además, le estaremos restando miembros a la pertenencia negativa.
Ciudadano del mundo con nacionalidad guatemalteca e identidad latinoamericana. Cambia un asiento VIP por una buena compañía en la fila de atrás. Piensa que quien se cree amigo de todos no tiene ni un solo amigo y que la revolución es un acto perenne de empatía.
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva del autor. Plaza Pública ofrece este espacio como una contribución al debate inteligente y sosegado de los asuntos que nos afectan como sociedad. La publicación de un artículo no supone que el medio valide una argumentación o una opinión como cierta, ni que ratifique sus premisas de partida, las teorías en las que se apoya, o la verdad de las conclusiones. De acuerdo con la intención de favorecer el debate y el entendimiento de nuestra sociedad, ningún artículo que satisfaga esas especificaciones será descartado por su contenido ideológico. Plaza Pública no acepta columnas que hagan apología de la violencia o discriminen por motivos de raza, sexo o religión
Byron Ponce Segura
Autor
Byron Ponce Segura
/ Autor
Ciudadano del mundo con nacionalidad guatemalteca e identidad latinoamericana. Cambia un asiento VIP por una buena compañía en la fila de atrás. Piensa que quien se cree amigo de todos no tiene ni un solo amigo y que la revolución es un acto perenne de empatía.
Más de este autor