La independencia de criterio para sus columnistas ha sido propia de este medio y debe ser correspondida con toda la objetividad que a uno le sea posible.
Por decisión propia finalicé la misión en el Ejecutivo y hoy estoy de vuelta. Para reencajar he leído la última columna y noto lo que el editor decidió destacar de ella: «Espero volver con más experiencias y reflexiones para compartir».
Vaya si hay cosas que contar, e intentaré hacerlo poco a poco. Decidí que no se trata de divulgar hechos y opiniones que, por picantes que puedan resultar, no pasarían de lo anecdótico o de la entretención morbosa. Intentaré darle estructura a las cosas para que también sean motivo de reflexión y de mejoramiento, tal es el espíritu o la intención de esta columna que desde su inicio en 2012 no ha variado de nombre: Mentalmorfosis.
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No era mi primera experiencia de trabajo en el gobierno. El primer empleo formal que tuve fue en el Ministerio de Agricultura y ahí recorrí varias dependencias por doce años, haciendo una carrera que interrumpí voluntariamente cuando el siguiente nivel era político. Salí espantado y sin intenciones de volver, porque tomé en serio lo de servidor público, y me asqueaban quienes llegaban para medrar con los recursos públicos. Con el gobierno de Bernardo Arévalo regresaba al ministerio dispuesto a contribuir mi experiencia como trabajador del Estado y la de socio y cooperante desde el sector no gubernamental y de la cooperación internacional en una veintena de países.
Con esta introducción, iniciemos un paneo sobre las cosas que cualquier analista o crítico debería conocer (sí, expresado como deseo). Para empezar: uno de los rasgos más arraigados y difíciles de controlar para cualquier funcionario, cuya caracterización requerirá escribir más de una columna. Se trata de las redes adversas. Las hay que son como nubes tormentosas: se forman, se descargan y se dispersan. Las hay pansectoriales, algunas son migratorias (vienen y van); existen las tumorosas metastásicas y todas ellas pueden cambian de actores, pero nunca dejar de causar daño. Hay visibles e invisibles, abiertamente hostiles o como unidades de sabotaje inactivas hasta nueva orden.
Principiemos con una tempestuosa muy focalizada. Recuerdo el caso de la importación de un contenedor lleno con un producto alimenticio empacado. El sistema le negó la entrada (el diagnóstico técnico fue que el importador tenía razón en su queja. Al final ganó el caso, pero con un altísimo e injusto costo económico), pero el desarrollo del caso es un ejemplo de lo que debe enfrentarse más a menudo de lo deseado. En el asunto intervino el Ministerio (en tres niveles), la Presidencia, una Secretaría de la Presidencia, al menos una embajada, la cooperación internacional, amigos de los afectados que podían influir en la decisión, un organismo internacional y no sé cuántos más porque no estuve en el ojo del huracán. Pienso que arriesgo poco sospechando que al menos dos partidos políticos del Legislativo participaron en la remezón. Es inverosímil, pero cierto, sencillo de resolver, pero convertido en despliegue de influencias que trajo algún desgaste político. Cuantos más actores aparecían, más inmovilidad afectaba al caso, porque en mandos medios y bajos nadie quiere meter las manos donde ya la metieron sus superiores, no sea que se ganen el premio gordo. Se mantendrán en tensa alerta, pero sin tomar decisiones.
Estas situaciones hacen difícil enfocarse en el cumplimiento de las grandes metas de cualquier institución. Son contingencias ordinarias —ojalá fueran extraordinarias— que distraen, desconcentran, consumen tiempo valioso y terminan por lastrar la función pública. La impaciencia de unos termina dándose topes contra una bien orquestada ralentización defensiva.
En el espacio que resta debe mencionarse que, al nivel de la ciudadanía de a pie, cosas como la anterior resultan en juicios apresurados y fulminantes: los funcionarios son incompetentes, llegaron a improvisar irresponsablemente, su falta de acción es corrupta y otros más. Y lo peor es que muchos formadores de opinión se comportan de igual manera, siendo la realidad que nunca se han aposentado en una silla caliente.
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