A falta de una investigación profunda sobre el tema, uno puede utilizar las variables que tiene a la mano. La diferencia entre los años en los que subía la violencia y los años que bajaba son pocas: cabezas distintas en los ministerios de Gobernación y Público, programas sociales en las áreas más olvidadas y con más violencia, y menos militarización de la seguridad. Esto botaría la hipótesis de una colega periodista sobre que los militares en las calles asustan, pero no por mucho tiempo. No es verdad. Los militares regresaron a las calles a patrullar desde el año 2000, que fue el año que empezó a subir la violencia. Y no son un factor para que baje la violencia.
Y una diferencia es cómo desde que asumieron el poder el presidente Otto Pérez y la vicepresidente Roxana Baldetti, hubo una disminución en los programas sociales en áreas marginales. Y se implementó una estrategia militar con fuerzas de tarea, que como demostró Rodrigo Baires en Plaza Pública con el reportaje Sísifo en El Mezquital, es una estrategia tan fracasada como la guerra contra las drogas, pues crea un efecto globo, y cuando se llena de soldados un barrio, las muertes violentas suben en otro. Y luego, cuando se van los soldados, las muertes suben en ese barrio.
A esto se suma esa falta de aprecio por la vida que tenemos todos en la Ciudad. Desde la Municipalidad que se negó –por berrinche– a multar a quienes no cumplieran con la regla de dos pasajeros en una misma moto. O que todos los que usan una moto tengan que usar el casco. O que todos los que conducen un carro tengan que usar cinturón de seguridad. O que incluso los policías nacionales tengan que usar casco cuando montan moto.
La Municipalidad, en cambio, prefiere seguir con su política de que sólo los bien-peinados usen los parques y los patinetos (skaters) tengan que saltar sobre tierra para que sientan que esta no es su Ciudad. Porque al final yo, como ciudadano, sigo sin sentir que hay algo en la Ciudad –además de tres avenidas del Centro Histórico y los pasos y pedales de los domingos– que me haga pensar que es mía.
Y la propiedad de los espacios públicos, las plataformas para que nos conozcamos y nos confiemos entre los vecinos, así como los programas sociales que luchan contra la desigualdad que producen países como los nuestros, y la coordinación para reducir la impunidad, son la única receta sostenible para que disminuya la violencia. Una receta que habíamos empezado a ensayar, pero que abandonamos sin ni siquiera apreciarla.
¿Vamos a tener que esperar hasta 2016 para que cambien los gobiernos nacional y municipales para notar los cambios?
* Publicado en elPeriódico, 30 de julio.
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