De pequeños, aprendimos a comer con nuestras madres, que nos daban variedad de platos para comer sano y crecer fuertes. Ahora de mayores, parece que estamos desaprendiendo muchas de esas enseñanzas.
Los cantos de sirena que nos atraen a la comida basura y a los alimentos ricos en grasas, calorías y sal son muy poderosos y mucho más cautivadores que las advertencias para llevar una dieta sana. La comida basura es más barata, pues está subvencionada. Las so...
De pequeños, aprendimos a comer con nuestras madres, que nos daban variedad de platos para comer sano y crecer fuertes. Ahora de mayores, parece que estamos desaprendiendo muchas de esas enseñanzas.
Los cantos de sirena que nos atraen a la comida basura y a los alimentos ricos en grasas, calorías y sal son muy poderosos y mucho más cautivadores que las advertencias para llevar una dieta sana. La comida basura es más barata, pues está subvencionada. Las soluciones comúnmente planteadas para luchar contra el hambre y la obesidad suelen ser exclusivamente técnicas. Como muy bien señala Olivier de Schutter, Relator de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, en su reciente informe, seguimos empeñados en “medicalizar” la malnutrición, aplicando exclusivamente recetas médicas y productos terapéuticos (siempre bajo patentes privadas como la Incaparina o el Plumpy Nut), cuando el problema alimentario procede de un desequilibrio estructural de nuestro sistema económico y de consumo que no permite producir sosteniblemente y distribuir esos alimentos racionalmente. El 70% de los pequeños productores de alimentos pasa hambre. ¿Tiene esto algún sentido? ¿La mano invisible del mercado no podría echarles una mano? ¿Cuál es la racionalidad económica de esta situación?
Les comento de pasada alguna de las recomendaciones del Relator, para que reflexionen sobre su posible implementación en Guatemala, un país donde el sector agroalimentario es extremadamente poderoso, siendo el poder detrás del poder. En primer lugar, impuestos adicionales a los productos poco saludables. ¿Creen que sería posible que un cuarto de pollo extra-crispy fuera más caro que una ensalada completa? Al día de hoy no lo es, y por eso se vende más el pollo. Al poderosísimo sector agro-alimentario mundial y nacional no creo que esto les suene bien. El Relator también propone una normativa más estricta para los alimentos ricos en grasas saturadas, azúcar y sal, como la mayoría de los que se encuentran en una abarrotería de aldea o barrio. ¿Creen que se debería vender bolsitas de Tortrix solamente a los mayores de 18 años o menores acompañados?
Se debe regular más la publicidad de la comida basura, tal y como se hace con la pornografía, las películas violentas y los anuncios de tabaco. Este podría ser otro ángulo diferente para analizar la polémica sobre el anuncio de Pepsi de Ricardo Arjona. Este anuncio está dirigido a los consumidores, que no a los ciudadanos, y su objetivo es vender más gaseosas y no promover la creación de un Pacto de Estado por el Desarrollo. Finalmente, se debe respaldar con políticas y fondos la producción local de alimentos, de manera que los consumidores tengan acceso a alimentos frescos, saludables y nutritivos. Esto se traduce en volver a comer productos de temporada, valorizar los productos nacionales (el puyazo nacional y la gallina de patio) o diversificar la oferta de manzanas y tomates en nuestros supermercados y tiendas (desde hace años estoy buscando tomates que sepan a tomates, como los de antes, pero no los encuentro).
Ojalá el Programa Hambre Cero que impulsa el Gobierno y la SESAN tenga en cuenta estos aspectos relacionados con la malnutrición por exceso y con la obesidad en la pobreza, ya que comer no es sólo nutrirse, ni ingerir alimentos terapéuticos, sino un acto cultural, y uno de los más importantes por cierto a la hora de definir una cultura nacional y una identidad como pueblo. ¿Se imaginan un chapín al que no le gusten los frijoles volteados o el caldo de res? El hambre y la obesidad requieren de un enfoque cultural para entender sus causas estructurales y poder plantear soluciones ajustadas al modus operandi alimentario de cada cultura, pueblo o grupo étnico. Debemos reaprender a comer bien, que parece que lo estamos olvidando a pasos agigantados. Todo el saber milenario de la cultura alimentaria chapina está despareciendo en una generación. El por qué comemos lo que comemos determina el por qué estamos como estamos: gordos y flacos. Lo peor de todo es que, en ambos casos, estamos infelices e insanos.
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