Para empezar, creo que es lo mejor que ha hecho cualquier Gobierno para luchar contra el hambre desde que conozco el país, tanto por el diseño del programa como por su ejecución, todavía manifiestamente mejorable en su apartado presupuestario. Eso no quiere decir que el Hambre Cero esté funcionando maravillosamente, pero sí que la acción de Gobierno está ahora mucho mejor que las dos décadas anteriores. No obstante, los resultados de ese accionar todavía no están claros y el informe de Gobierno no arrojó mucha luz sobre el tema.
Durante su discurso, el Presidente otorgó un papel estelar al Pacto Hambre Cero, con el que comenzó el análisis del programa gubernamental y al que dedicó más de cinco minutos. Es lógico que comience con el único programa social que existe en el imaginario colectivo de los ciudadanos y en la cabeza de los líderes de Gobierno, pues más allá del Hambre Cero −y de los militares que patrullan− pareciera que el Gobierno no se deja ver mucho. Hace tiempo que vengo diciendo que el Pacto Hambre Cero será la vara de medir gubernamental, y eso es algo positivo y peligroso a la vez. Como le pasó al Brasil de Lula, Pérez Molina y Baldetti serán recordados y honrados por la historia si consiguen mejorar el estado nutricional de la población y ese (posible) éxito será su único aliado para conseguir frenar la marea roja del partido Líder, que ya se sienten ganadores en las próximas elecciones. Si el Hambre Cero funciona, y los millones de pobres lo sienten así, se podría pensar en una competición reñida entre rojos y naranjas. Si fallan en la lucha contra el hambre, todo se teñirá inevitablemente de rojo.
Siguiendo con esa línea argumental, un buen monitoreo, un análisis certero y una comunicación eficaz se convierten en herramientas clave del Gobierno para contarle al pueblo los avances del Pacto. Y digo todo esto porque precisamente esos tres elementos son los que he echado de menos en el segundo informe de Gobierno: buenos datos, correctamente analizados y bien contados. Los datos relativos al Pacto Hambre Cero han sido escasos, centrados en cifras absolutas de acciones y familias participantes y con comparaciones notablemente ausentes. Las cifras absolutas sólo son útiles para impresionar pero no para analizar, ya que no se pueden comparar con años anteriores o con el total poblacional.
Es decir, que 2.3 millones de mujeres y niños menores de cinco años se hayan beneficiado de las acciones nutricionales del Pacto Hambre Cero suena bastante bonito, pero quedaría mejor si supiéramos qué porcentaje representa de la población de los 166 municipios priorizados, o qué significa exactamente ser atendidos −¿regularmente o una sola vez?− o qué porcentaje de los más de 1.3 millones de niños y niñas guatemaltecos desnutridos ha sido atendido por el programa en los primeros dos años de Gobierno. Es evidente que todavía estamos en la fase de Gobierno del “Y yo más…” o “Pues la mía es más grande…” (en alusión a la política social, claro está…), pero para comparar tenemos que saber cómo de grande y buena era la política social anterior, y qué resultados obtuvo. Sólo así podremos juzgar si avanzamos o retrocedemos.
En cualquier caso, un vistazo a las cifras absolutas del Pacto refleja un claro interés en llegar a cientos de miles y en integrar en los programas sociales a aquéllos a quienes nunca les llegaba nada. Este esfuerzo por ampliar la red del Estado es muy loable y muestra una continuidad positiva de las políticas sociales del anterior Gobierno, lo cual es justo reconocer. Al César lo que es del César y a Luis Enrique Monterroso los datos que le avalan tras dos años coordinando el Pacto: 2.3 millones de mujeres e infantes suplementados con micro-nutrientes, 1.2 millones de niños y niñas monitoreados en su crecimiento y estado de salud, casi un millón de familias que recibieron asistencia alimentaria, 1.2 millones de pequeños agricultores con asistencia técnica y fertilizantes, 2.7 millones de escolares que comieron la refacción y medio millón de familias que recibieron el bono de salud.
El Estado llega a más gente desnutrida porque hay un programa de extensión de cobertura y cada vez hay más personal de los ministerios de Salud, Agricultura y Desarrollo Social en el terreno, cerca de las necesidades y de los focos de desnutrición. Hay más conocimiento y más supervisión y por eso se detectan más casos que antes pasaban por alto o no se referían a los centros de salud. Conviene señalar que en los últimos 10 años hay una tendencia decreciente y marcada de reducción de la desnutrición aguda, el hambre que mata, aunque desde el 2011 el número de casos detectados no ha dejado de crecer (11,000 en 2011, 14,000 en 2012 y 17,168 en 2013), con un aumento del 56% en tres años. Las causas de ese aumento de casos detectados se atribuye al aumento de la red de vigilancia nutricional, al impacto que está teniendo la incipiente sequía este año y a la reducción de jornales que está ocasionando la enfermedad de la roya del café, jornales de los que dependen miles de familias que sobreviven en el umbral del hambre y la pobreza extrema. Jornales, por cierto, que suelen ser mucho menores que el costo de la canasta básica alimentaria, con lo que ni trabajando 30 días al mes, un honrado jornalero de Huehuetenango podría alimentar correctamente a su familia.
Sin embargo, aunque la morbilidad ha aumentado, la mortalidad ha descendido notablemente tanto en cifras absolutas como porcentuales, siendo éste el único éxito real que puede ser atribuido hasta ahora al Pacto. Uno de sus dos objetivos estratégicos era eliminar las muertes por desnutrición en Guatemala y van camino de conseguirlo. Según la fuente oficial del MSPAS, el sistema SIGSA-18, en 2013 ha habido 116 menores fallecidos por desnutrición aguda, lo que representa una reducción del 52% en solo dos años (en 2011 hubo 241 y 2012 se bajó a 146). Usando los porcentajes a los que me refería anteriormente, en 2011 morían 22 menores por cada 1,000 que nacían vivos mientras que a la fecha fallecen ocho por cada 1,000. Eso es un éxito, se mire por donde se mire, y refleja la prioridad absoluta centrada en evitar muertes de infantes, prioridad que desde la SESAN se lleva a rajatabla. Como dicen los norteamericanos: “First things, first” y evitar que los niños se mueran de hambre es claramente una prioridad indiscutible.
Si buceamos un poco más en los datos podremos ver que el problema del hambre que mata está bastante restringido geográficamente, ya que la mitad de los fallecidos proceden únicamente de 18 municipios (5% del total) y en 255 (75%) no se ha reportado ninguna muerte. ¿Y dónde se mueren estos niños y niñas? Pues sobre todo en Huehuetenango y en el departamento de la capital, con casi un tercio de las muertes. Esto no deja de ser curioso pues Huehuetenango es de los municipios que mejor gastaron su presupuesto y mejor informaron. Las enormes distancias, las comunicaciones difíciles y la falta de cobertura estatal en muchas áreas puede explicar esta elevada morbilidad infantil. Por otro lado, nos damos cuenta que la muerte por hambre ocurre también muy cerca de la capital y no tanto en caseríos incomunicados e inhóspitos allende los Cuchumatanes o las selvas peteneras. El hambre está a la vuelta de la esquina, muy cerca de los Wallmarts que rebosan mercaderías, en lugares como San Juan Sacatepéquez o Barberena.
Países que han logrado reducir notablemente sus cifras de desnutrición −como Perú o Tailandia− tuvieron también unos comienzos poco exitosos, pero la confianza en los programas y el apoyo político y financiero fueron claves para conseguir resultados en el medio plazo. Estoy convencido que en Guatemala empezaremos a ver los frutos del mejor (y casi único) programa social del Gobierno muy pronto. ¿Cuándo? En cuanto salgan los datos de seguimiento de la desnutrición crónica previstos para el mes que viene. Espero no equivocarme…por el bien del país.
* http://www.plazapublica.com.gt/content/segundo-informe-de-gobierno-una-invitacion-sonar
** http://www.elperiodico.com.gt/es/20140115/pais/240983
*** http://www.prensalibre.com/noticias/politica/en_directo-gobierno-perez_m...
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