Sentados en unos banquitos muy pequeños para su tamaño, 30 maestros de la escuela María Raymunda Estrada del municipio de Patzicía, en Chimaltenango, aguardan callados, como niños bien portados, a que el profesor empiece su plática. El doctor colombiano Fabio Jurado Valencia, es una eminencia de la pedagogía en su país. Profesor de la Universidad Nacional de Colombia, fue asesor de Unesco y participó en el Segundo Estudio Regional Comparativo y Explicativo (SERCE) publicado en 2008, uno de esos grandes estudios que miden la calidad de la enseñanza a nivel internacional y que siempre dejan muy mal parada a Guatemala.
El profesor Jurado, de 60 años, baja estatura, corona de pelo largo tras una venerable calva, bigotito de canas y ojos diminutos, viene por segunda vez a Patzicía, población de 35 mil habitantes situada en el altiplano a hora y media de Ciudad de Guatemala. ¿Qué lo trae de vuelta? Después del SERCE, el profesor emprendió un estudio para entender por qué las zonas mayoritariamente indígenas o afrodescendientes del continente están a la zaga en materia educativa, especialmente en lectura y escritura. Su estudio incluyó varias escuelas colombianas, una ecuatoriana y la escuela María Raymunda Estrada. Su ética de investigador lo trae de vuelta a su terreno de estudio para entregar los resultados y comentarlos con los maestros y entender con ellos el mal desempeño de los alumnos evaluados en el SERCE.
La escuela María Raymunda Estrada, situada a unas cuadras del centro de Patzicía, recibe cada mañana unos 900 alumnos de primaria y preprimaria. La mayoría vienen del casco urbano de Patzicía, aunque muchos vienen de caseríos y aldeas más alejadas. Pero sean urbanos o rurales, casi todos son kaqchiqueles. ¿Y los niños ladinos del municipio? “Ellos van a los colegios privados”, contesta Ana María Vela Ruíz, directora de la escuela.
La escuela no es, ni mucho menos, una escuela indigente. Dispone de un terreno amplio en donde los niños pueden correr hasta extenuarse. Tiene 35 aulas dispuestas alrededor de dos patios. Luce limpia y bien pintada. Las paredes que circulan la escuela llevan mensajes motivadores de tipo: “Un deportista más un delincuente menos” o “Bienvenidos jóvenes protagonistas”; llevan el logo de una organización protestante estadounidense llamada Good Neighbors, lo que demuestra que el centro educativo recibe alguna ayuda extra además de lo que envía el Ministerio de Educación. Cada maestro tiene aproximadamente 30 alumnos y no hay necesidad de juntar varios grados en una misma clase como ocurre en las escuelas rurales.
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Los resultados de la escuela en las pruebas del SERCE se ubicaron dentro de la media de Guatemala, que junto a Ecuador, Nicaragua, Paraguay y República Dominicana, está en el grupo de los reprobados en lectura y matemáticas a nivel latinoamericano.
Guatemala tiene una de las menores tasas de alfabetización de la región. De los niños que empiezan la primaria, el 68 % termina el sexto grado, el 40 % el nivel básico, y solo el 24 % llega al diversificado.
El profesor Jurado habla del aprendizaje de la lectura, tema del cual es especialista. Distingue dos tipos: la lectura literal y la inferencial. La primera permite entender las palabras que forman un texto; con la segunda, se perciben los sentidos implícitos, los significados latentes, las intenciones del autor. Esta requiere un mayor grado de abstracción. “Una cosa es estar alfabetizado, y otra muy distinta es ser parte de la comunidad letrada, ser un ciudadano que lee críticamente y disfruta de la lectura”, dice.
El estudio de la Unesco, el SERCE, planteó cuatro categorías de lectores en la escuela primaria. El nivel 1 correspondía a la lectura literal, y los tres siguientes a diferentes capacidades de análisis de texto. Un lector de nivel 1 tiene todas sus capacidades mentales enfocadas en el aspecto mecánico de la lectura: descifrar las letras y buscar, uno a uno, el significado de las palabras. Para un lector de nivel tres o cuatro la lectura no constituye un esfuerzo. Su imaginación toma las riendas; las palabras aguijonean su inteligencia; el placer se convierte en el objetivo principal de la lectura.
A nivel nacional, los resultados del SERCE no fueron muy halagadores para Guatemala. El 34 % de los niños se ubicaron en el nivel uno y sólo 5 % en el nivel cuatro. Sólo República Dominicana presentó resultados peores. En Cuba, país con en el mejor desempeño de Latinoamérica, 51 % de los niños alcanzaron el nivel 4.
El test del SERCE consistía en una serie de textos ilustrados (artículos, cuentos, recetas de cocina, textos de tipo enciclopédico) acompañados de preguntas de tipo trivia para medir el grado de entendimiento de los niños.
¿Un ejemplo? Un texto que hablaba de serpientes: “(…) La mayoría de ellas son cortas de vista y algunas, incluso, ciegas. El sentido más refinado de estos reptiles es el olfato. Las serpientes sienten los olores con la lengua”. Una de las trivias pedía un equivalente de la palabra “refinado” en el texto, y las opciones eran: “desarrollado”, “elegante”, “mortal” y “astuto”. La respuesta correcta era la primera, “desarrollado”, pero las siguientes podían fácilmente atraer al lector. “Elegante” es uno de los sentidos habituales de “refinado”, mientras que “mortal” y “astuto” son adjetivos que se asocian a las serpientes. Por estas dificultades, la pregunta era de nivel tres. En la escuela de Patzicía, sólo tres de 24 alumnos, respondieron bien cuando Jurado realizó el test.
¿Qué se necesita para que un alumno deje de sufrir la lectura y empiece a disfrutarla? “¡Muchos textos!” explica Jurado. “Muchos textos de distintos géneros, poesía, cuento, crónica, periodismo, novela. Libros que sean atractivos para los niños. Los niños quisieran leer, les encanta leer, pero necesitan libros bonitos”, insiste el profesor ante los maestros de la escuela. Pero además, el maestro debe guiar a los alumnos en su lectura, hacerles preguntas, pedirles que formulen hipótesis y valoraciones. Sólo así el libro se convierte en algo vivo, en un diálogo entre su contenido y los conocimientos previos del joven lector.
La escuela María Raymunda Estrada sí tiene biblioteca. Así lo indica un letrero sobre la puerta de un pequeño salón. Pero es una biblioteca sin libros. Ni uno solo. Hay una estantería grande que podría servir de librera, pero a falta de libros, se le ha dado un mejor uso dividiéndola en casilleros para los maestros. Este es uno de los hallazgos del trabajo de Fabio Jurado: en las escuelas que presentan bajos resultados en lecturas, regularmente no hay bibliotecas ni acceso a libros, más allá de los libros de texto oficiales que no ayudan mucho en fomentar el gusto por la lectura.
La directora de la escuela lamenta la ausencia de libros, pero espera que pronto la escuela pueda tenerlos. No espera una verdadera biblioteca, porque no tiene cómo contratar personal que la atienda, pero sí una biblioteca de aula, que vaya rotando entre los distintos salones.
“La lectura ayuda a la formación del pensamiento, al desarrollo de la afectividad e imaginación y ayuda en la construcción de nuevos conocimientos”. Esto no lo dice Jurado, lo dice el Currículo Nacional Base, el documento oficial que rige la educación en Guatemala y que hace énfasis en la literatura como herramienta para generar habilidades. Excelentes lineamientos que sonarían mejor si fueran acompañados por libros.
Evaluar a niños con hambre
“Para interpretar mejor los resultados del test, tenemos que enfocarnos en los niños que tuvieron los peores resultados y los que tuvieron los mejores”, indica Fabio Jurado a los maestros, que quietos y callados escuchan en sus banquitos para niños. “La maestra Alicia nos puede ayudar con esto”. Alicia es una joven maestra que viste traje indígena de tonos marrones. Ella tenía a cargo la clase de 24 alumnos sobre la cual, Jurado realizó el test. Se levanta tímidamente, pero pasa al frente. Se queda en su lugar, en medio de la tercera fila.
—Veamos el caso de Selvin. Selvin sólo tuvo seis respuestas correctas de 22. Es el peor desempeño del grupo si dejamos de lado a la niña con síndrome de Down.
—¿Qué nos puedes decir de Selvin? —pregunta Jurado a la maestra.
—Selvin es un niño que tiene problemas de la vista y le cuesta leer —dice Alicia con cierta timidez— Viene de una familia de muy escasos recursos. Vive en una aldea alejada del caso urbano. Tiene a su papá y su mamá, pero ella es la que se esfuerza para que siga estudiando.
—Hablemos ahora de Irma. Irma solo tuvo siete respuestas correctas.
—Irma es una niña bastante mayor que los demás de su clase. Ella tiene que trabajar en el campo. Días viene y días no porque tiene que ayudar a su mamá a lavar.
—¿Y César, que también tuvo siete respuestas correctas?
—El problema que tiene César es que su papá se enfermó. Y entonces le toca a él ayudar a su mamá en la casa.
Guatemala tiene la mayor tasa de trabajo infantil de Latinoamérica. Las escuelas rurales suelen vaciarse de niños cuando es tiempo de siembra y de cosecha. Esto, obviamente, repercute en los resultados escolares. También repercuten situaciones familiares adversas: generalmente, los niños que viven con su padre y su madre rinden mejor que los hijos de familias fragmentadas.
Pero uno de los factores que explican en buena medida el mal desempeño de los niños en las pruebas internacionales es el hambre. Más de la mitad de los niños guatemaltecos padecen de desnutrición crónica. Bien notó el profesor Jurado que los alumnos de la escuela María Raymunda Estrada eran pequeños de estatura, uno de los indicadores más precisos de la mala alimentación. Los maestros saben que muchos niños llegan a la escuela sin haber desayunado. La refacción escolar apenas es un paliativo. En la escuela de Patzicía, como en todas las escuelas oficiales, se sirve a media mañana. Cada “refa” le cuesta al Estado de Guatemala Q1.11 (US$0,15), con lo cual, la directora puede brindar a los 900 niños de su escuela un vaso de leche con Corn Flakes, avena o Incaparina o un platito de plátanos cocidos. A veces, con la ayuda de Good Neighbors, puede servir un huevo duro o pan con jalea.
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La charla de Fabio Jurado da un giro: deja el tono académico y se vuelve más encendida. De pie frente a los maestros, hace gestos vivos para apoyar su discurso que es casi una arenga. “Hagamos de la escuela un dispositivo poderoso para el cambio. No esperemos que las respuestas vengan del Ministerio”, espeta el profesor colombiano para quien, a pesar de los problemas sociales y la desintegración familiar que afecta a los alumnos, la escuela puede ayudarlos a alcanzar un equilibrio emocional. Da ejemplos de maestros que, en condiciones adversas, lograron éxitos gracias a iniciativas originales, como el ecuatoriano que, al no tener libros para sus alumnos, los bajó de Internet, imprimió y emplasticó para gran alegría y provecho de los niños.
Los anima a trabajar con los alumnos según sus necesidades particulares. Toma el caso de Miguel, alumno destacado de la escuela que recibió el mejor punteo con 17 aciertos en 22 preguntas. Según dijo Alicia, Miguel es un niño que se esfuerza por que los demás entiendan las clases, y siempre está pendiente de las tareas de sus compañeros. “Hay niños que se vuelven monitores. Son los futuros líderes. Ustedes tienen que fortalecer ese rol para que continúen con el aprendizaje colaborativo”, exclama el profesor.
El colombiano se exalta haciendo el elogio del maestro. “El maestro debe tener una formación humanística potente, capacidad para entender la realidad del aula y la realidad del contexto en el que se mueve. El maestro es un intelectual que debe formarse de forma continua”. En Colombia, explica, la mayoría de los maestros de primaria tienen una licenciatura, y cada vez más se les incita a que prosigan con una maestría. Ciudades como Bogotá otorgan becas que cubren el 70 % del costo de los posgrados.
Jurado pone allí el dedo en una herida del sistema educativo guatemalteco que aún no sana. Hasta el año pasado, los maestros de primaria terminaban sus estudios a los 18 años con la carrera de magisterio. Los debates y polémicas alrededor de la reforma educativa recién aprobada, la cual exige a los maestros tres años de universidad, pusieron en evidencia su insuficiente formación.
Fabio Jurado termina su exposición. La directora toma la palabra. Es una mujer de voz suave, modales dulces, cerca de la jubilación. Agradece la charla y afirma que ha sido “como un zangoloteo”, pero que se siente cargada nuevamente de energías. Jurado pregunta si algún maestro tiene alguna duda o quiere hacer un comentario.
No. Ninguno levanta la mano, como si todos quisieran salir en cuanto antes del salón. Fabio Jurado entrega a los maestros su libro, y estos lo reciben en silencio. Recoge sus cosas y sale del aula con la sensación del deber cumplido, que era compartir el fruto de la investigación con los protagonistas, pero sin saber si algo del mensaje que traía ha calado en los maestros de la escuela María Raymunda Estrada.