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Vista de la cuenca del lago de Atitlán desde el basurero a cielo abierto del municipio de Sololá

Un megacolector para Atitlán: la disputa por las aguas negras

¿Qué tal si construimos un inmenso tubo que colecte todos los desagües de Atitlán y los lleve fuera de la cuenca?
Si Panajachel no perdona, San Pedro la Laguna menos. Este pueblo es el centro de la oposición al megacolector
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Un megacolector para Atitlán: la disputa por las aguas negras

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Un proyecto siembra la discordia en Atitlán. Se trata del megacolector: una red de tuberías que llevaría las aguas negras de la cuenca hacia la costa sur para evitar la contaminación del lago. Pero afronta desde ya la oposición de gran parte de la población, que prefiere buscar sus propias soluciones.

A inicios de noviembre del 2009 una nata viscosa, maloliente y verdosa empezó a extenderse por el lago de Atitlán hasta cubrir casi la mitad de su superficie. Nadie recordaba algo así. El hermoso lago, de aguas cristalinas, tomó de repente el aspecto de una fosa séptica rodeada de volcanes. Se trataba de un brote súbito de cianobacteria, un organismo que forma filamentos y coloniza las aguas ricas en nutrientes.

Saltaron las alarmas: algunas especies de cianobacteria secretan peligrosas toxinas. Las autoridades recomendaron no beber el agua del lago, ni bañarse, ni pescar. La vida quedó como en suspenso en los 13 pueblos del contorno lacustre. El emblema de la Guatemala turística parecía perdido para siempre.

Unos diez días después, como por arte de magia, la capa repugnante desapareció y las aguas recuperaron su transparencia. Poco a poco, los turistas regresaron a sus hoteles, los bañistas a sus playas, los pescadores a sus cayucos.

Pero la cianobacteria dejó secuelas duraderas: un conflicto por un proyecto para el tratamiento de esas aguas residuales se extiende por el lago y revela que los problemas sempiternos de Guatemala —la profunda desigualdad social, la desconfianza entre las comunidades indígenas, el gobierno y las élites económicas— amenazan la supervivencia digna de uno de los lugares más admirados del país.

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Al menos, el brote de 2009 tuvo como consecuencia algo positivo: Provocó un esfuerzo científico sin precedentes. Investigadores de universidades guatemaltecas y norteamericanas acudieron para medir todos los parámetros posibles y presentar un diagnóstico que permitiera buscar soluciones para el lago.

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Cuatro años más tarde, en 2013, se hizo público un informe que mostraba la dimensión de los problemas del lago. Si en la década de los 60 era posible ver una piedra hundida a 13 metros de profundidad, en 2009 la transparencia media ya no era más que de unos siete metros. El agua se estaba cargando de sedimentos y de nutrientes que permiten que las algas y la cianobacteria crezcan. Atitlán avanzaba por la misma senda que su hermano menor, el lago de Amatitlán, un lago de aguas verdosas y pastosas, receptáculo del 40% de los desagües de la capital.

Simone Dalmasso

Una de las causas identificadas para ese florecimiento fue el flujo de aguas negras sin tratamiento que llega al lago. Según la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca del Lago de Amatitlán y su Entorno (Amsclae), la institución encargada de protegerlo,  los 285 mil habitantes de la cuenca producen 300 litros por segundo de aguas residuales. De estas, solo el 28% recibe algún tipo de tratamiento. El resto, ya sea por descarga directa, a través de ríos o por las aguas subterráneas, termina en el lago e introduce bacterias fecales que se han convertido en un problema de salud pública: 100 mil personas de la cuenca utilizan el agua del lago para su consumo diario.

Desde entonces, nuevos resultados obtenidos por el Centro de Estudios de Atitlán de la Universidad del Valle, han mostrado que la erosión, los fertilizantes y, por encima de todo, la deposición de nutrientes desde la atmósfera, un fenómeno que requiere de más estudios antes de presentar conclusiones, contribuyen más que las aguas negras al proceso de degradación de la calidad del agua. Pero en el 2013, los desagües parecían el problema más urgente a tratar.

Un popoducto para Atitlán

De la efervescencia científica provocada por la cianobacteria surgió una idea sorprendente: ¿Qué tal si construimos un inmenso tubo que colecte todos los desagües de Atitlán y los lleve fuera de la cuenca? En la bocacosta, se pensó, había espacio de sobra para tratar las aguas negras. Este tubo, que algunos rebautizaron «el popoducto» o el «popoférico», permitiría centralizar el saneamiento en un solo lugar y liberaría a las 15 municipalidades de la cuenca de una tarea que nunca han logrado cumplir. 

En agosto de 2013, científicos de la Universidad de Nevada y de la Universidad de California en Davis organizaron un viaje con ambientalistas, ingenieros y empresarios guatemaltecos. Los llevaron a visitar el lago Tahoe, donde funcionaba un colector similar. Un grupo ambientalista regresó entusiasmado de aquella gira. ¡Un megacolector: esa era la solución a todos los males del lago más bello del mundo! Este grupo era la Asociación de Amigos del Lago de Atitlán.

Simone Dalmasso

La asociación fue creada por unos sesenta propietarios de chalets a las orillas del lago. Es decir, algunas de las familias más acaudaladas del país. Personas con contactos y amigos suficientes como para tener acceso directo a ministros y presidentes; como para convencer a las empresas más poderosas del país, CBC, Cervecería Centroamericana entre otras, para ser parte de sus donantes; como para imponer a sus representantes en cualquier institución, incluida la responsable del lago. Gente de poder. Gente que decide qué se hace y cómo.

Y a la vez, gente preocupada por el medio ambiente: desde su creación en 1990, la asociación se ha dedicado a reforestar la cuenca y a recolectar y reciclar basura. En 75 escuelas del departamento se utiliza un método de educación ambiental diseñado por la asociación. Con estos proyectos, los «chaleteros» se han granjeado el reconocimiento de las municipalidades de la zona.  

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Hoy, el presidente de Amigos del Lago es José Toriello, 35 años, con pelo largo y el aire bohemio de un músico de una banda de grunge. Toriello trabajó algún tiempo en turismo sostenible pero alcanzó el éxito invirtiendo en criptomonedas. Junto a él trabaja Eduardo Aguirre, gerente de la asociación, un arquitecto de 42 años con planta de jugador de equipo de futbol americano, o de vikingo de la serie Vikingos.

Ambos declaran su larga relación de amor con el lago de Atitlán: recuerdan su niñez y sus vacaciones en los chalets familiares, nadando en aguas puras como el cristal. Ambos hablan con el mismo entusiasmo, la misma fe, del colector que se ha vuelto la misión de su vida.

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El diseño del proyecto, explican, ha cambiado con los años. Al inicio, se imaginó un tubo que le daría la vuelta al lago. Hoy, se piensa más bien en una red subacuática de tubos hundidos a 20 o 30 metros de profundidad. Los tubos colectarán las aguas negras de cada poblado y las llevarían a San Lucas Tolimán, en la parte sur del lago. Allí las aguas negras serán enviadas hacia la bocacosta, quizás a la finca San Julián, propiedad de la Universidad de San Carlos, donde serán tratadas mediante lagunas de oxidación.

Lo que más entusiasma a Aguirre y Toriello es la sostenibilidad del proyecto. Los gastos de operación y parte de la inversión serán cubiertos, afirman, por varios subproductos: la caída abrupta de las aguas negras hacia las tierras bajas pondrá a girar las turbinas de tres pequeñas hidroeléctricas puestas en el camino de la tubería. En las lagunas de oxidación, se podrá recuperar y vender gas metano. Por último, las aguas tratadas y ricas en nutrientes podrán ser vendidas a las plantaciones del área. Como fuente de inspiración del proyecto, citan un informe de Naciones Unidas llamado Las aguas residuales: el recurso desaprovechado, que explica como valorizarlas para reducir los gastos de su tratamiento. 

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De algún modo, hay negocio, aunque su intención sea la sostenibilidad del proyecto. De ahí, sin duda, comienzan a nacer las suspicacias y problemas.

El proyecto es caro, admiten: requiere una inversión que evalúan en $215 millones, incluidos los drenajes que habrá que construir en cada población y un sistema general de agua potable. Pero más caro sería construir todas las plantas de tratamiento necesarias. Por ahora, además, ese tipo de instalaciones no ha ofrecido una solución eficiente, argumentan.

No son los únicos que lo creen. Según Luisa Cifuentes, directora ejecutiva de Amsclae, de las 11 plantas de tratamiento actualmente en funcionamiento en la cuenca, ninguna cumple con las normas de aguas residuales en vigor en Atitlán. Todas vierten al lago agua de mala calidad. Ninguna logra tratar la totalidad de las aguas residuales de las poblaciones donde están ubicadas. Las municipalidades, por falta de inversión, de voluntad o de capacidad técnica, no logran hacerlas funcionar a pleno rendimiento. Un caso extremo de esto puede verse en el embarcadero Tzanjuyú, en Panajachel, donde un desagüe maloliente desemboca directamente en el lago.

Cifuentes indica que para el 2020, el número de plantas de tratamiento llegará a 20 (incluida una que se encargará del desagüe mencionado). Con suerte, dice, estas nuevas obras permitirán tratar alrededor del 35% de las aguas residuales de la cuenca.

Muchos tampoco están convencidos de que el megacolector sea la mejor idea. Entre ellos se encuentra Alfonso Romero, investigador, ingeniero hidráulico y exdirector de Amsclae. Según Romero, un proyecto tan grande implica riesgos debido a la sismicidad de la zona. Critica que no haya planes de contingencia en caso de que se rompa la tubería. Asegura que faltan muchos estudios para que el megacolector pueda calificarse de proyecto de ingeniería y pueda evaluarse técnicamente.

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Eduardo Aguirre niega estas debilidades: asegura que tienen los planos detallados de la obra y que pueden compartirlos con todas las personas interesadas. Sostiene que el tubo, al ser subacuático y flexible, puede soportar cualquier sismo, y que la idea de un colector no tiene nada de novedoso: muchos lagos de Estados Unidos, Francia o Italia los han construido.

El problema que quita el sueño a los Amigos del Lago no está en la ingeniería, sino en cómo ha sido recibido el proyecto por gran parte de la población de la ribera.

Un megacolector en la Guatemala de los conflictos ambientales

A lo largo de los cuatro años del gobierno de Jimmy Morales, Amigos del Lago cultivó una relación de cercanía con Jafeth Cabrera, entonces vicepresidente. Pronto, Cabrera se convirtió en uno de los apóstoles del megacolector y puso a la vicepresidencia al servicio del proyecto.

En un acto público en Sololá en julio 2018, Cabrera expresó: «Estamos trabajando para conseguir fondos que nos permitan construir un acueducto para sacar las aguas residuales» de la cuenca.

«La construcción empezará en el 2020», expresaron poco después funcionarios de la vicepresidencia en una conferencia de prensa. Esto, gracias a un préstamo del Banco Centroamericano de Integración Económica.

En Atitlán, estos anuncios causaron conmoción. Una de las primeras organizaciones en manifestar su rechazo fue la Alianza Ajpop Tinamit Oxlajú, integrada por las autoridades indígenas y consejos de ancianos del departamento de Sololá. Una vez más, protestaron, se lanzaba un megaproyecto sin informar previamente a la población. Una vez más, se violaba el derecho a la consulta previa a los pueblos indígenas que constituyen el 96% de la población del departamento.

La vicepresidencia tuvo que recular. «Todo fue un malentendido», aseguró su secretario, Manuel España. Ningún proyecto había sido aprobado aún. Pero el conflicto estaba servido y las organizaciones sociales y las autoridades indígenas se pusieron en pie de lucha.

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Erik Chavajay, ambientalista de la ONG Vivamos Mejor, opina que el proyecto no es malo en sí, pero Amigos del Lago no supo entender la realidad del departamento.

—Quizás hubieran empezado por la viabilidad social —indica.

El que gente adinerada promoviera el proyecto alimentó el conflicto.

—Eso ha creado suspicacias en la población. La gente piensa: los ricos no te van a aceptar la caca. ¿Por qué ahora sí? ¿Qué interés tienen ellos? —explica Chavajay.

Los proyectos adjuntos, hidroeléctricas, gas, irrigación, acentuaron el rechazo. En el imaginario local, todo se aclaraba: los ricos querían llevarse las aguas negras para producir electricidad y regar plantaciones. El megacolector no era más que otro proyecto extractivo de la oligarquía y la idea de saneamiento ambiental, un burdo engaño.

—En Sololá, hablar de hidroeléctricas… eso está satanizado —recuerda Erik Chavajay.

Y así, los elementos que, para Toriello y Aguirre, daban solidez financiera al proyecto se convirtieron en argumentos para oponerse a él. Pronto, se regaron las versiones más extremas: «Van a sacar agua del lago con un tubo para regar cultivos de caña. Van a secar Atitlán. En México, construyeron un megacolector en un lago, y lo secaron».

Los desmentidos de Amigos del Lago, los cómics para explicar el proyecto, los cientos de horas de reunión con las autoridades, nada de eso surtió efecto frente a una narrativa tan poderosa, apuntalada por décadas de extractivismo en Guatemala. Toriello y Aguirre lo entienden:

—Sos una persona de Santiago Atitlán, voy a decir por poner un ejemplo, y la historia de Guatemala es la que es, y de repente te vienen con un cuento de que van a meter un tubo en el lago, y que va a generar electricidad y servir para riego, vas a asumir que es un hueveo… cualquiera que no conoce a la gente detrás del asunto, puede pensar eso fácilmente —analiza Toriello

—¡Lo pensaríamos nosotros! añade Aguirre. Si me vienen a decir esto y yo no sé nada, ah seguro, esto es Guatemala, se van a huevear el lago.

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Desde ya, el mega-desagüe se ha convertido en un frente más en la defensa del territorio. Uno más en esa larga lista: las minas Marlin, CGN y San Rafael, las palmeras de la franja transversal del norte, la cementera de San Juan Sacatepéquez, los ingenios azucareros, las hidroeléctricas, Trecsa… Nada han podido hacer los chaleteros del lago para evitarlo.

Para Andrés Iboy, quien fue alcalde de Sololá hasta enero 2020, «el 90% de la población no estaría de acuerdo con el proyecto. Mientras la población no quiera, nosotros no podemos proceder en nada.»

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Conscientes de la situación, Aguirre y Toriello parecen debatirse entre sentimientos opuestos.

Primero, la resignación: «Ya no vemos qué hacer. Creímos que habíamos hecho todo lo que teníamos que hacer, mostrándoles, explicándoles…», dice Aguirre. «Si nos dejan solos, pues vamos a decir «ya no». Tenemos otras tareas como sembrar árboles y capacitar niños que también son importantes. Si esto no cuaja, pues… ya estuvo, paramos y se acabó».

Luego, la frustración y la cólera: «No podemos dejar que prevalezca la estupidez. Ese es mi punto. Que la estupidez triunfe. Si queremos crear energía renovable, salvar el lago, dar agua limpia donde la gente toma agua con popó…  si eso no es posible, ¡a la gran puta!», se exclama Toriello.

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Y finalmente, a pesar de todo, mantienen una luz de esperanza puesta en el gobierno de Alejandro Giammattei, en los nuevos alcaldes, o, en el caso de Toriello, en un cambio cultural y generacional: «La juventud es como noche y día. Sean Kaqchikeles o Tzutujiles, entre ellos se llevan, se platican. Tienen más en común, desafortunadamente, a través de la cultura pop. El Real Madrid y el Barcelona los une más allá de que ‘mi identidad y la tuya’, ‘mi tata y tu tata’... Hay bastante menos divisionismo y bastante más identidad guatemalteca y apertura a la tecnología.»

Un paseo por la playa

Para llegar a la playa pública de Panajachel hay que cruzar un puente de fortuna sobre el río San Francisco, cuyas aguas sucias llegan al lago. Detrás de la boca del río hay tres cayucos al acecho. La materia orgánica que trae el arroyo atrae a los peces, y estos, a los pescadores.

A la sombra de unos grandes árboles, cerca de los puestos de comida, tres hombres conversan. Les pregunto qué piensan del megacolector. Pero no, no saben del proyecto. Un abuelo de Sololá que ha venido a bañarse con toda su prole, hijas, nietos y nietas, tampoco lo ha oído mencionar.

Un grupo de jóvenes descansa sobre un banco: dos chicas de un instituto de Panajachel y un chico que trabaja como cobrador. ¿Megacolector? No, tampoco les suena. El joven opina que si el proyecto es bueno para el lago, deberían divulgar la información. Y ahora que lo piensa, recuerda una conversación entre lancheros de San Pedro la Laguna. Decían que había que impedir que se robaran el agua del lago.

Sergio González, el anciano guardián de un astillero mínimo, sabe del proyecto y opina que «es muy interesante para proteger el lago».

El vendedor de pollo dorado y papas fritas prefiere no dar su nombre y cree saber el objetivo del megacolector: «dicen que un río de la costa se secó, y necesitan agua para regar caña». Lo sabe por gente de la alcaldía indígena de Sololá que vino a darles una charla a los vendedores. «Nos dijeron que si venía gente de esa empresa, que no estuviéramos de acuerdo porque si no, ya no va a haber lago. También dijeron que están sacando oro en Santa Lucía Utatlán». No hay minería metálica en el departamento.

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Otro que sabe del proyecto es el vendedor de granizadas, Juan Manuel. «Sólo así ponga, Juan Manuel.»

—Supuestamente, de lo que yo sé, es que se iban a llevar las aguas negras para las plantaciones de la costa —expresa.

Juan Manuel sabe que el lago está en mal estado. «Antes, iba por la playa y se miraban todas las piedrecitas del fondo. Ahora ya no.» Pero la contaminación, «no solo viene de Panajachel, sino también de los ríos, como el río San Francisco. Aunque hagan el megacolector, el lago va a seguir contaminándose por los ríos y los cultivos», explica.

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Unos días después, la doctora Mónica Orozco, investigadora de la Universidad del Valle, exdirectora del Centro de Estudios de Atitlán, me dirá exactamente lo mismo: uno de sus principales reparos al megacolector es que no resolverá la contaminación del lago. Las aguas negras podrán irse a la costa, pero los fertilizantes, los plaguicidas, los sedimentos y los desechos que aportan los ríos San Francisco y Quiscab, o que fluyen por las laderas del lago, seguirán llegando al lago. Para Orozco, para salvar el lago, se necesita un manejo integral de toda la cuenca y mejorar la calidad de vida de la gente en un departamento en donde el 80% de la población es pobre.

—¿Si empiezan a poner la tubería, siente que podría haber conflicto? —le pregunto al vendedor de granizadas. 

—¡Ah sí! —contesta sin dudar. —El pueblo se levanta. ¡Panajachel no perdona!

San Pedro busca una alternativa

Si Panajachel no perdona, San Pedro la Laguna menos. Este pueblo de la orilla del lago que creció hecho una maraña de callejuelas empinadas es el centro de la oposición al megacolector.

En la cancha de basquetbol, en el centro del pueblo, hay varias mantas que aluden al proyecto. Una dice, por encima de una foto del lago y sus tres volcanes, «El lago tiene valor, no precio. No al megacolector».

Los Comités Comunitarios de Desarrollo (Cocodes) de San Pedro lograron tejer una alianza anticolector que aglutina a las iglesias evangélicas y católica, a la asociación de lancheros, el Consejo de Ancianos y otras organizaciones locales. Tienen, además, el apoyo del alcalde Mauricio Méndez. En septiembre 2019 pusieron un amparo ante el la Corte de Constitucionalidad en contra de Amigos del Lago y de Jafeth Cabrera por irrespetar el derecho a la consulta.

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Salvador Quiacaín, 72 años, es el primer cargador del Consejo de Ancianos del municipio. En su larga carrera ha ocupado todos los cargos comunitarios y fue alcalde municipal por dos periodos. También trabajó en proyectos de Naciones Unidas y de varias agencias de cooperación. Viste una camisa gruesa de algodón, negra y bordada con pequeños rectángulos de todos los colores, un pantalón flojo que le llega a los tobillos, caites, faja a la cintura, sombrero y morral.

Antes de hablar del megacolector, describe el San Pedro de su juventud, antes del turismo y la contaminación. En aquel tiempo, las mujeres venían a buscar agua a la playa con sus cántaros.

—Antes de sacarla se santiguaban, le daban gracias a Dios o se hincaban y besaban el agua porque para ellas era vida. Ningún niño tenía derecho a jugar con ese agua porque era sagrada.

Luego llegaron los agroquímicos, el plástico, las letrinas, el agua entubada: símbolos del desarrollo que, es cierto, mejoraron las cosechas y facilitaron la vida de la gente, pero también rompieron el vínculo con el lago. «El descuido de los gobernantes y la pérdida de cultura ambiental nuestra», llevaron a la degradación del lago.

San Pedro la Laguna no tiene ni planta de tratamiento de aguas ni drenajes. La mayoría de los habitantes tienen letrinas que van a parar a pozos ciegos. A manera de filtro, muchos colocan en el fondo arena y piedras porosas. Eso ayuda: es mejor que los desagües directos de Panajachel. Pero las bacterias y los nutrientes acaban en el lago como lo han mostrado estudios de Amsclae. Quiacaín es consciente de esto, y sabe tienen que buscar una mejor solución.

Solución que no es el megacolector. Quiacaín conoce el proyecto. Ha hablado con Amigos del Lago. Al principio le pareció una idea interesante, dice, hasta que entendió que el agua no regresaría al lago y que esta serviría para regar caña y producir electricidad. Entendió que había grandes intereses empresariales detrás y que no era verdad que el colector fuera la solución a todo. Le molestó que el vicepresidente hablara de préstamos internacionales sin mencionar la consulta a los pueblos indígenas.

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Josué Chavajay, miembro de un Cocode de San Pedro, expresa otro motivo de rechazo: el miedo a la privatización del agua. «El agua se volvería, no un derecho, sino una mercancía.» El precedente de Energuate, la empresa eléctrica que envía facturas de 2 o 3,000  quetzales a usuarios pobres de zonas rurales, le hace temer una jugada similar.

Por su parte, Mauricio Méndez, el alcalde de San Pedro, considera que la topografía del pueblo hace imposible la construcción de los drenajes que requiere el megacolector. «Somos como una favela brasileña», indica. Construir drenajes de San Pedro, asegura, le costaría Q300 millones, que representan más de 20 años de presupuesto municipal. Amigos del Lago evalúa el costo a Q70 u Q80 millones, lo cual sigue siendo prohibitivo para la pequeña comuna de 10,000 habitantes. 

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Pero si San Pedro no quiere megacolector, ¿qué proponen los sampedranos?

«Esto no es como las consultas sobre minería, en las que decimos no, y es no y allí acaba. Aquí es “no” al megacolector, pero “sí” a una alternativa», expone Josué Chavajay. «Y eso nos ha hecho quebrarnos la cabeza.»

Tras asesorarse con diversos especialistas y empresas, los cocodes de San Pedro y sus aliados llegaron a esta idea: que cada casa, cada hotel, restaurante o negocio, cada edificio municipal tenga su propio biodigestor: un tanque lleno de bacterias capaces de degradar la materia orgánica. La misma tecnología que utiliza la mayoría de los chaleteros en sus residencias del lago.

De hecho, Eduardo Aguirre no rechaza la idea: «No sé cuánto cuesten los biodigestores. No es una mala idea si lo manejan bien y tienen donde evacuar los líquidos que rebalsan y los sólidos.»

En función de los recursos de cada familia, la municipalidad podría subvencionar estos equipos. «Todavía tenemos que fundamentar las cuestiones técnicas», indica Mauricio Méndez. El alcalde espera lanzar un plan piloto este año y cree que San Pedro podría convertirse en un modelo para todos los pueblos y aldeas del país que no pueden costearse una planta de tratamiento y una red de alcantarillados.

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La gestión de los desagües por parte de la propia comunidad se sumaría a lo que ya han logrado los sampedranos con su basura: este pueblo es uno de los pocos en Guatemala que clasifica sus desechos y se esfuerza por manejarlos de forma sostenible. San Pedro fue también el primer municipio del país en prohibir las bolsas plásticas y el duroport.

Para Josué Chavajay, el hecho de que cada familia sea responsable de sus aguas servidas es una herramienta pedagógica: «Nosotros creemos que la ciudadanía debe tener conciencia de lo que está produciendo y saber qué puede tirar o no tirar dentro de sus cloacas.» Su ambición es que nuevas tecnologías y conocimientos tradicionales se unan y abarquen otros ámbitos: conservación de bosques, de playas, agroecología, uso de jabones naturales… En resumen, la idea de los cocodes es renovar y revitalizar esa conciencia ambiental de la que hablaba Salvador Quiacaín.

Simone Dalmasso

De esta pugna por las aguas negras se desprenden dos modelos que son como dos proyectos de sociedad. El primero consiste en ceder toda la responsabilidad del agua potable y los desagües a una institución o a la empresa privada. El segundo pasa por una solución propia, local, que requiere del apoyo, la participación y la concientización de toda la comunidad.

Amigos del Lago sigue en su empeño: Aguirre y Toriello ya entablaron pláticas con el recién elegido presidente Alejandro Giammattei y los nuevos alcaldes de la cuenca. Esperan tener en unos tres años la aprobación del Congreso, el financiamiento y los permisos ambientales para empezar a colocar su tubería. Mientras tanto, los Cocodes de San Pedro, las autoridades ancestrales del departamento de Sololá se preparan para hacerles frente.

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