Guatemala es una eterna corrupción.
Stalling solo es el último nombre en una lista en la cual se pierden presidentes, vicepresidentes, miembros de juntas directivas, gerentes, administradores, secretarias, alcaldes, concejales, diputados, jueces, magistrados, directores, ministros, asesores, presidentes de colegios profesionales, fiscales, abogados litigantes y asesores, policías, militares, maestros, sindicatos, empleados de cualquier nivel (desde jefes de sección hasta conserjes), enfermeros y doctores, inspectores y notificadores, calificadores y choferes, vistas y auditores, prestanombres y pastores, etcétera.
Una larga lista en la cual se pierden cargos, funcionarios, hospitales, cuarteles, institutos, ministerios, empresas, Iglesias, partidos políticos, offshores, cheques, cuentas, transferencias, dictámenes favorables a dedo, nombramientos de incapaces, licitaciones, compras directas, eventos abiertos, carreteras abandonadas, puentes caídos, obras inacabadas o nunca iniciadas, helicópteros, aviones, etcétera.
Una larga lista de nombres de casos: plazas fantasmas del Congreso, Pisa, Negociantes de la Salud, Chinautla, La Línea, La Línea 2, Jisela Reinoso, Bufete de la Impunidad, Barquín y Chico Dólar, Registro de la Propiedad, RIC, Renap, IGSS, agüita milagrosa, etcétera.
Guatemala es un largo y eterno etcétera.
Pero ¿dónde empieza todo? Bueno, esa pregunta merece una tesis de grado para el doctorado de algún acucioso politólogo, sociólogo o antropólogo. Pero sí sabemos dónde podemos empezar a desmontar estos círculos del infierno: el sistema de justicia y, después, el sistema electoral y político.
En 2014, un importante movimiento de la sociedad civil señaló hasta la saciedad los vicios, los trapicheos y las componendas en la designación de los representantes de los colectivos que integran las comisiones de postulación y en la posterior elección de los candidatos a los cuales el pleno del Congreso elegiría. Se evidenciaron grupos de interés. Se hablaba de cantidades millonarias en campañas, en duras batallas entre los electores por ser designados. Al final, diversos grupos lograron colar a sus representantes en la comisiones y posteriormente a sus designados en listas que se enviaron al Congreso, donde estos mismos grupos tendían puentes a lo más distinguido de la fauna política y donde los Gudys, Crespos, Baldizones y demás caciques elegirían a los garantes del sistema corrupto.
Guatemala es una eterna elección.
Pero no pasó nada. El sistema se protegió a sí mismo. La Corte de Constitucionalidad, que es como Roma porque todos los caminos conducen a ella, estableció, después de un compás de espera esperanzador, que la flamante corte de justicia había sido elegida correctamente y por lo tanto podía tomar posesión. Antes de ello se celebró una audiencia en la cual los magistrados electos serían representados por el paladín de la anti-Cicig, el doctor Mario David García, que casualmente había estado involucrado en aquella conspiración llevada al cine, conocida como el caso Rosenberg.
Guatemala es un mediocre canal de cable en el que eternamente programan malas películas mexicanas serie B de los setenta.
Asumió la corte con Vladimir Aguilar, Douglas Charchal, Blanca Stalling y Silvia Cuchi Valdés en la nómina y con otros magistrados cuyos nombres ahora desconocemos, pero que seguro dentro de tres años habrán sido protagonistas de titulares de prensa y de memes en las redes sociales.
Y ahora estamos hablando de Blanca Stalling, la misma Blanca Stalling que fue fiscal especial del caso Panamá y subdirectora y directora del Instituto de la Defensa Pública Penal, la que movía al personal en diversas elecciones, la Stalling que colocó a su hijo en el IGSS de Juan de Dios Rodríguez, la Stalling esposa de militar, la Stalling que se mueve como pez en el agua en el sistema de favores y guiños cómplices. Ella es el sistema.
Guatemala es Blanca Stalling.
Más de este autor