Freedom fighters (luchadores por la libertad) es la narrativa de muchas películas estadounidenses de las décadas de 1970 y 1980, con Rambo y Chuck Norris como dos de sus protagonistas, que, siendo mercenarios del Ejército de Estados Unidos, lideran unidades militares o, en algunas películas, guerrillas que se revelan contra el poder comunista instalado en algún país tropical o bananero. Esos personajes creen, cual película de Batman, que pueden llegar a cualquier país e imponer sus valores y leyes.
Y es que el cine de la época de 1980 plantea que Estados Unidos puede llegar a cualquier país y entrar por las zonas costeras de este, en paracaídas o mediante infiltración de espías, sin respetar un mínimo de derecho internacional y sin observar ningún evento de respeto de la libre autodeterminación de cada pueblo. Lo interesante es que, en esas películas, el presidente o dirigente del país que ayudaba a que sucedieran esas invasiones o intervenciones siempre era pintado como alguien autoritario, manipulable, seducido por regalos o dádivas que lo enriquecían por sobre el pueblo, que se moría de hambre.
El país trampolín es una figura no extraña para Guatemala. Ya lo fuimos alguna vez cuando desde acá se preparó o apoyó el intento de invasión a Cuba por la bahía de Cochinos. Según algunos documentos, Ydígoras, presidente de Guatemala, decidió apoyar aquel plan a cambio de que Estados Unidos lo ayudara a recuperar Belice. También fuimos ya víctimas de esos países trampolines: República Dominicana, Honduras e incluso la Cuba de Batista y la Nicaragua de Somoza se prestaron a servir de medios para destruir la propuesta de la revolución de 1944.
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Aun así, teniendo experiencia e historia, seguimos siendo parte del Grupo de Lima. Es decir, en cuanto a política exterior, no somos coherentes en el respeto de la autodeterminación de los pueblos y, en todo caso, en no estar de acuerdo con lo que sucede en estos otros países, en establecer mecanismos democráticos que permitan externar nuestra postura sin violentar el derecho internacional, pero esencialmente sin incurrir en prácticas justificacionistas que lo único que ponen en riesgo son los propios derechos de las personas y, finalmente, nuestra propia historia de relaciones exteriores.
No me parece que Ecuador, en su coyuntura actual, esté distante de lo que dicen que sucede en Venezuela, es decir, del poder usado contra la gente. Eso es lo que se supone que se desprecia. Entonces, debemos ser coherentes por todos lados y por todos los puntos.
Para este momento, muchos estarán diciendo que defiendo a Venezuela y a Maduro, pero en ningún punto estoy llegando a eso. Estoy tratando de que salgamos de esa vida ficticia de que vamos a liberar a otros pueblos cuando el nuestro, el propio, es víctima de pobreza extrema, hambre y desigualdad social profunda. No necesitamos freedom fighters para otros países, ni tan siquiera un presidente que, por quedar bien con otros países, se ofrezca de trampolín.
Lejos de una posición ideológica, es importante una posición de sensatez interna, reflexiva sobre nuestra realidad y nuestras necesidades. Si bien debemos promover el bien común internacional, para este hay derecho internacional y construcción multilateral de relaciones internacionales por vía de las cuales podemos ventilar adecuadamente nuestras diferencias y señalar lo que consideremos oportuno sobre otros Estados y pueblos.
Vamos, presidente electo. Hay que recuperar las relaciones internacionales del Estado en clave de lo que disponen la Constitución y el derecho internacional. La tiene fácil. La vara está muy baja como para ponerse de libertador de otros países.
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