¡Qué semana! Otra ronda de calumnias en contra del Codeca, la total sigloveintiunización de Prensa Libre, las tortas de la paz de Tony Malouf y, especialmente, el desventurado tuit de la directora de Soy 502 ninguneando la importancia de la justicia transicional (rendición de cuentas y reparación por crímenes en contra de los derechos humanos en el marco de la guerra civil). Su tuit:
Tírenme las piedras q quieran [sic], pero yo considero insensato seguir cobrándonos las facturas de la guerra. Hay tanto problema nuevo y urgente.
Está claro que Dina Fernández no entiende de precedentes (los que se establecen y los que se dejan de establecer al ignorar crímenes de lesa humanidad) o de la necesidad de atender heridas abiertas para poder enfocarnos en «problemas nuevos». Es psicología elemental. Uno pensaría que personas con foro e influencia serían más sensatas. Las redes sociales demandan responsabilidad social.
Es contraintuitivo pensar que la reconciliación se logra olvidando genocidios. ¿No parece más efectivo confrontar la memoria abiertamente y pagar lo debido? Seguramente sería liberador para las víctimas, pero también para sus victimarios [1]. Y allí sí podríamos pasar a la fase de rapprochement.
No se trata de «facturas», sino de justicia y viabilización.
Y menos se logra la unidad nacional comiendo una torta (Tony, en serio). Cuando personas que ostentan el poder llaman a la unidad sin reflexión histórica, se refieren, implícitamente, a unidad entre indios y normales, entre parásitos y creadores de riqueza. Entre los de abajo y los de arriba.
¿Por qué no mejor escribir una historia en donde no haya arribas y abajos?
¿En donde la unidad no sea de mentiritas, sino que nazca de la concepción esencial de nosotros mismos y del otro? Cuando esto suceda, no habrá necesidad de hacer llamados. Entonces, la unidad será. Y será duradera e inquebrantable. Lo que hoy está separado por muros de envidia, miedo y desconfianza coexistirá en un nuevo espacio mancomunado de verdadera fraternidad y sororidad.
Pero esto hay que trabajarlo lentamente. Con recelo, desde su origen.
Que el presidente del Cacif vaya a comer tortas a la zona 1 no indica unidad, y creerlo es señal de una Guatemala mentirosa e ilusa, casi delirante. Especialmente un día después de que el mismo Antonio Malouf presentara denuncias penales contra campesinos que marchan por sus derechos. Un día después de que Juan Carlos Zapata, director de la Fundesa, iniciara una asquerosa campaña negra por Twitter, en colusión con Prensa Libre, sin pruebas ni lógica alguna. ¡Quién en su sano juicio se atrevería a utilizar la muerte de un bebé para hacer politiquería! El nene se nos fue, en verdad, por falta de acceso a buena nutrición y por ausencia de Estado social.
Para que haya reconciliación y unidad, algunos deben primero pedir perdón, devolver lo obtenido indebidamente y demostrar buena fe. No con tuits, sino con acciones políticas inequívocas.
Verán. La llave del cambio no reside en el oprimido. Si pretendemos evitar sangre (espero que sí), está en las manos de quienes ostentan el poder. Con nuestras grandes reservas de privilegio estamos llamados a empatizar con el pobre, el insano, el que alberga dolores históricos producto de una épica transgeneracional de explotación, sufrimiento, abandono y rechazo. Por el otro lado, el excluido no puede sino recurrir al choque para arrebatar sus derechos básicos de la mano del acaparador. ¿Qué harías vos?
Son los tomadores de decisiones —quienes tienen fácil acceso al capital infraestructural, financiero, social y político— los primeros obligados a acercarse a las víctimas de sus excesos en busca de verdadera reconciliación. Allí, el Codeca y compañía estarían obligados a perdonar y pacificar.
La lucha sería ya fútil porque habrá llegado una nueva era de verdadera re-unión y democracia participativa.
Afortunadamente, somos capaces de empatía. Y mucha. Somos capaces, en realidad, de amar incondicionalmente, de perdonar y de servir al otro sin agendas especiales.
Una de las frases más abusadas del idioma español es ¿hasta cuándo? Es menos complicado de lo que parece: hasta que nosotros, los poderosos y privilegiados, dejemos de proteger nuestro privilegio inmerecido. Entonces sí, en mesa redonda, podremos compartir todos juntos las tortillas de la paz.
Se me hace agua la boca.
[1] No puedo siquiera imaginar la inmensa carga psicológica de quien mató a niños inocentes en nombre de su guerra santa ni el dolor de quien un día ya no tenía a su ser amado, que se fue para siempre sin decir adiós, por un odio que no entendía.
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