Por su parte, una falacia ad moderatium es aquella expresión que apela vagamente al sentido común y al pragmatismo en sustitución del detalle y la profundidad de análisis sobre un hecho o fenómeno determinado. Cada vez que incurrimos en este tipo de falacia, usualmente de manera inconsciente, evitamos adoptar una postura ética frente a la realidad y encubrimos el estado de gravedad de los problemas sociales.
Les ofrezco un ejemplo.
Cuando se estaba llevando a cabo el último censo, escuché a muchos decir que «censar etnias solo abona a la polarización, pues todos somos guatemaltecos». Esta afirmación puede resultar atractiva, pero oculta la imperativa necesidad de tomar en cuenta la pertinencia cultural al momento de formular políticas públicas.
En su espacio de opinión del lunes en El Periódico, el periodista Harris Whitbeck desarrolla una tesis que creo que vale la pena poner sobre la mesa. Quiero, eso sí, empezar mencionando aquellos planteamientos con los que coincido con Harris. Primero: estoy de acuerdo con que en esta temporada de elecciones necesitamos embarcarnos en «un debate de altura sobre lo que nos rodea y sobre lo que tenemos que hacer para cambiar las cosas». También pienso que «las soluciones se deben encontrar partiendo de diferentes puntos de vista» y que «nadie es dueño de la verdad absoluta», pues «ninguna ideología ofrece todas las respuestas» a los problemas de convivencia social.
Hasta allí lo suscribo todo.
En lo que decididamente no estoy de acuerdo con él es en que las propuestas para construir una buena sociedad «no deben partir de las ideologías». Parece que el estimado periodista no ha logrado comprender —y de ahí su insistencia— que una ideología no es más que un régimen de pensamientos y valores más o menos organizados del que echamos mano para interpretar y explicar la realidad circundante y responder ante ella. ¿Cómo podemos orientar la acción humana sin una filosofía del deber ser? El mismo Whitbeck se identifica en su columna como «un empresario» que ayuda a «crear empleos directos e indirectos» en pro del desarrollo de las personas, con lo cual hace alarde involuntariamente de su ideología económica. También cree en «el turismo cultural y sostenible», con lo cual expresa una porción de su ideología política.
Portar ideología es bueno. Evidencia coherencia y aptitud.
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Por eso he dicho tantas veces que no es lo mismo considerarse de ideología, digamos, centrohumanista, socioempresarial o progresista —con los contenidos exactos que cada cual le asigne a su propia cosmovisión— que afirmar (falsamente) que no se tiene ideología y, peor aún, promover esa forma de pensar, en sí misma toda una ideología.
Así como la ideología conduce a la coherencia, el rechazo categórico de la ideología conduce a la improvisación y a las fabricaciones mágicas.
Yo he sido crítico con la idea esa de moderación-como-neutralidad-e-improvisación. Creo que está ganando demasiado terreno demasiado rápido y que allí radica su peligrosidad. También he dicho abiertamente lo que pienso del colectivo La Cantina, al que pertenece Harris Whitbeck, por considerar sus propuestas articuladas a la carrera, a partir de la pura intuición. Pero, vamos, amigos, lo hago con un arrojo edificante, intentando ser leal al espíritu humano que nos es común y sin perder de vista el propósito que nos supera a todos: contribuir a transformar la realidad para bien.
La mayoría de nosotros queremos lo mismo, aunque todavía no nos hayamos puesto de acuerdo en los pormenores. La distancia de criterios siempre presenta una bonita oportunidad para conversar. Es verdad que el eje convencional derecha-izquierda ya no alcanza, pues las posiciones ideológicas son hoy mas líquidas que nunca, pero dialogar con propiedad exige una cierta lucidez política bien fundamentada. A contrario sensu, podemos seguir caminando a ciegas, siendo muy espontáneos e intentando quedar bien con todos, pescando likes en los medios sociales y en la vida.
Pero así lograremos poco.
Mientras tanto, los problemas sociales seguirán aumentando a la espera de alguien que se atreva a abordarlos con claridad. Las ideologías no polarizan ni muerden, amigos. Decirlo sería reincidir en una falacia ad moderatium. Las ideologías habilitan.
Para superarlas es preciso abrazarlas.
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