Los ánimos están un poco desbalanceados. Hay euforia, proclamaciones, selfis y reguetón. Nuestras candidatas predilectas (o candidatos predilectos) empiezan a figurar en los medios con sus discursos y asambleas, y las redes sociales se llenan de congratulaciones y ataques. Nada fuera de lo normal, pero es importante recordar que, una vez que baje la excitación, como es natural, allí estaremos nosotros ante nuestros problemas, como siempre.
¿Sabremos entonces ser ciudadanos?
El peor enemigo de la corrupción no es un comisionado extranjero, una fiscal empoderada, una agenda geopolítica o, menos aún, un hashtag, sino un pueblo instruido y sin miedo, que se sabe soberano de sí mismo y que custodia celosamente el vínculo con sus representantes, cordón umbilical a través del cual les delega poder y les exige resultados. Lo anterior equivale a decir, si me lo permiten, que un pueblo despolitizado es el mejor amigo de la corrupción y de su propia esclavitud, pues en la política no hay vacíos. No es poca cosa.
Pero volvamos un poco. Decía que tenemos que saber ser ciudadanos permanentemente, en las buenas y en las malas, en la democracia y en la resistencia. Sin embargo —y aquí el meollo de todo el lío—, el sitio que le corresponde al ciudadano —en el sentido pleno de la palabra, es decir, un sujeto político consciente y activo— ha sido capturado por el consumismo. Y como consumidores en vez de ciudadanos nos encontramos pasivos, irreflexivos, despolitizados, desideologizados. Irrelevantes, al fin de cuentas, para la democracia. Como decía mi amigo el Gato Zepeda el otro día: tenemos voz, pero es una voz ignorante, y tenemos voto, pero es un voto manipulado y apático, no siempre ejercido. Creo que le pegó al corazón de nuestra profunda crisis democrática.
Es preciso, pues, repolitizarnos.
Si la mayoría de las personas, presumo, aspiramos a vivir en una democracia viva, es urgente que recuperemos nuestra dimensión política para que volvamos a ser ciudadanos. Y eso no viene solo. Requiere de formación bien deliberada. Sin embargo, nos vemos ante otro aprieto —y por eso nuestra desciudadanización es compleja, recóndita y trascendente—, y es que, por un lado, los partidos políticos no terminan de entender que están diseñados para funcionar como instituciones permanentes de derecho público. Se esperaría de ellos programas de formación ciudadana, cuando menos. Por el otro lado, la academia carece de ese espacio crítico vital que tanto se requiere para la floración del pensamiento crítico, lo cual quiere decir que acudir a la educación formal tampoco es ahora suficiente para ser buenos ciudadanos. Entonces, ¿adónde acudir? Creo que ha llegado el momento de tomar las riendas de nuestro propio destino sin pedir permisos. No es tiempo de esperar que caigan respuestas de un cielo en horas bajas.
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Ante todas estas circunstancias decidí lanzar este año la escuela cívica Naturaleza Política.
El pasado jueves 28 de febrero tuvimos nuestra primera actividad: un foro-debate sobre ideologías políticas en el cual seis panelistas de diversas corrientes filosóficas defendieron sus posturas y, desde sus diferencias, algunas veces marcadas, les dieron forma a ciertas ideas en un ambiente de buena fe [1]. Y el próximo sábado 16 de marzo le toca su turno a la sección de formación cívica, con la realización del primer módulo del taller de introducción a la política en año electoral.
Política, Estado, poder, ideología, democracia, economía, constitución, ciudadanía y virtud: estos son los contenidos, a grandes rasgos, de los módulos del primer curso-taller. Está diseñado para principiantes con el fin de equiparlos con las herramientas críticas y conceptuales suficientes que les permitan establecer su propia identidad política autónoma y reconquistar su rol cívico.
Esperamos que los talleres, publicaciones, cursos, clubes de lectura y debates que tenemos planeados en Naturaleza Política a partir de este año sirvan para algo, aunque sea para pasarla bien.
Mientras permanezcamos despolitizados, conformándonos con ser apenas un sujeto económico más, consumidores y no ciudadanos, otros van a seguir tomando tus decisiones por vos. A contrario sensu, en la medida en que reclamemos nuestra plena ciudadanía dotaremos a la democracia de su materia más prima de todas.
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[1] No puedo dejar de agradecer a Sophos, Gazeta y Antigua Viva por todo su apoyo incondicional.
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