La histórica rutina de injusticias, dramas y traiciones, amenaza con despojarnos de nuestra condición de ciudadanos, convirtiéndonos en seres sumisos, indiferentes, sin dignidad, en parásitos mustios de un sistema retorcido y malicioso, que se funda y perpetúa en la imagen del “amo” todopoderoso y salvador de infortunios, azuzador cuatrienal de necesidades y esperanzas.
No somos víctimas del infortunio, somos monstruos de individualismo. Hacedores y cómplices, por acción u omisión, de ...
La histórica rutina de injusticias, dramas y traiciones, amenaza con despojarnos de nuestra condición de ciudadanos, convirtiéndonos en seres sumisos, indiferentes, sin dignidad, en parásitos mustios de un sistema retorcido y malicioso, que se funda y perpetúa en la imagen del “amo” todopoderoso y salvador de infortunios, azuzador cuatrienal de necesidades y esperanzas.
No somos víctimas del infortunio, somos monstruos de individualismo. Hacedores y cómplices, por acción u omisión, de realidades que ahora despreciamos. Doblamos nuestra fe en cuatro pedazos y la depositamos en una urna que luego es incinerada en una fiesta Dionisíaca, organizada por el alegre vencedor y sus seguidores.
En mi anterior carta te hablaba del amor no como idea, mucho menos como obligación, tampoco con la simplicidad abusiva propia de los fast thinkers, sino como un llamado a ser “humanos”, a darle sentido práctico a nuestros conocimientos profesionales y científicos. Las personas no somos sólo razón, somos también emoción, sensación, intuición y eso es lo que nos hace grandes. Séneca decía: “De qué me sirve la geometría para dividir el campo si no sé compartirlo mi hermano”. De ahí que la sabiduría consista en la búsqueda del sano equilibrio entre esos vértices, y las virtudes humanas.
La política debe ser un ejercicio comprensible, sensible y cercano a los ciudadanos sin que ello signifique dejarse llevar por la despreciable vulgaridad del populismo, infalible preludio de traiciones. No creo que sea posible amar a la patria y sus más nobles propósitos sin conocimiento, convicción y compromiso. De la misma forma que es imposible amar a alguien sin estos tres elementos.
Espero que después de toda esta ruidosa algarabía y confusión, el ímpetu elocuente del silencio nos envuelva con su vigor creativo, de manera que ningún poder salvador descanse más en un solo hombre, sino en cada uno de aquellos que finalmente han decidido dejar de ser fuegos quietos para emprender la marcha hacia el mundo idealizado de Rousseau. Ese en el cual “nadie debería de ser tan pobre y necesitado como para venderse”.
Esta pobreza y necesidad, mi querido Ramón, trasciende hoy la escasez económica.
Un abrazo cálido desde este eterno verano caribeño,
Carmen
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