Esa mañana estaba lloviendo, y la salida de Santa Catarina Pinula por el lado de la colonia El Prado había colapsado. Fui por el camino de El Cambray, pero, cuando estaba en la parte más inclinada y peligrosa de la subida, uno de los carros de adelante se quedó y tuvimos que detenernos todos. Cuando logramos continuar, mi carro no subía. Las llantas empezaron a resbalarse, y el carro empezó a irse para atrás. Hice muchos intentos, pero no logré sacarlo. Cada vez se iba más para atrás, y empecé a entrar en pánico porque atrás lo que hay es barranco. Lo apagué, puse freno de mano y primera, abrí la ventana y empecé a pedir ayuda a quienes iban caminando.
«Ayúdenme, por favor. No puedo seguir subiendo y estoy asustada».
Una señora me ayudó a pedir ayuda, y entonces un chavo se acercó a mi ventana, sacó su billetera, me mostró su licencia y dijo: «Esta es mi identificación. Vivo aquí abajo. No tenga miedo. Si me permite subir al carro con usted, la ayudo a sacarlo».
No dudé. Le abrí la puerta y me pasé al asiento del copiloto. Empezó a mover ?el timón y acelerar. Y aunque ?el carro seguía yéndose para atrás, logró sacarlo y subimos.
Soy llorona y lloré cuando le di las gracias por haberme ayudado. Al terminar la subida ofrecí llevarlo a su trabajo. Me dijo que tenía un pequeño negocio en la 20 calle de la zona 10. Me contó que tenía un «carrito viejo» y que no le gustaba sacarlo entre semana ni a él ni a su esposa porque en esa subida se quedan carros y se accidentan. Me contó que vivía allí en El Cambray. Me contó que su negocio era nuevo y que había puesto allí una aceitera y un taller de reparación de podadoras, a la par de Pricesmart. Y allí lo dejé, le di las gracias desde ?el fondo del corazón y regresé un par de días después a su negocio a dejarle un regalo para agradecerle de nuevo.
Ayer temprano, cuando supe lo del derrumbe, pensé en él. A la hora del almuerzo fui a su negocio a buscarlo. Estaba cerrado. Pedí al cielo por él y su familia y deseé que estuviera ayudando, así como me había ayudado a mí. Hoy volví a ir. El negocio continúa cerrado, pero hay una moña negra pegada en la puerta. Nos detuvimos a preguntar en un taller que está al lado, y el señor de allí me dijo: «Fíjese que parece que él murió. Lograron sacar los cuerpos de su hijo de cinco años y de su bebé de meses, pero los cuerpos de él y su esposa no los han encontrado. Yo estoy con un dolor, pero no puedo irme porque tengo que trabajar».
Empecé a llorar desde que este señor comenzó a hablar. Y sigo llorando ahora.
Antes de irme le pregunté:
—¿Cómo se llamaba él?
—Fernando —me contestó.
Que el corazón de la tierra te abrace, Fernando, a ti y a tu familia. Serán ustedes los sonidos y las flores de esa tierra. Gracias, Fernando.
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