El libro se escribió sobre la marcha durante una investigación construida con los datos que Goldman iba recogiendo, por lo que fue redactada en medio de una viva indagación documental, como si fuera el diario de campo de un antropólogo. Y daba la sensación de que se iba hilvanando a un ritmo vital, dejando marcado en cada capítulo un lamento por no encontrar respuestas en torno a los verdaderos autores del asesinato.
El libro me cautivó por esa factura palpitante, al grado de que redacté un pequeño ensayo titulado Los apodos chapines. Literatura, retórica y semiótica. El apodo como significación de las características físicas del cuerpo. Lo presenté el 12 de agosto de 2009 en el VIII Congreso Internacional de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la Universidad Rafael Landívar. Meses después lo reedité con el nombre Ensayo semioliterario: los tres destinatarios según Eliseo Verón en la obra El arte del asesinato político, de Francisco Goldman. Este ya fue un ensayo mayor, el cual subí a las plataformas digitales Scribd y Academia.edu, donde obtuvo centenares de visitas.
Me sentí conmovido al ver la nueva obra en su formato videodocumental-reconstructivo, que a mi criterio logró captar la esencia del libro. Este también vino a sacudir a los sectores de poder en este país, que consideraban a Gerardi como un obispo rebelde. Sin embargo, por ser transmitido en HBO, estas élites retrógradas no pudieron hacer nada para impedir su difusión en Guatemala. Además, el productor ejecutivo fue George Clooney, conocido actor casado con Amal Ramzi Alam Uddin, prestigiosa abogada anglolibanesa dedicada a los derechos humanos y defensora de Julian Assange.
Días después de ver el documental leí la crítica de este de Mario Antonio Sandoval (Catalejo, Prensa Libre, 18 de diciembre), con la cual estoy en total desacuerdo. Primero, porque el título del libro de Goldman es un juego intertextual entre títulos al establecer un diálogo entre El arte de la guerra, escrito en China hace más de dos mil años (y atribuido a Sun Tzu), y la obra de dos periodistas: la española Maite Rico y el francés Bertrand de la Grange, corresponsales viajeros de El País y de Le Monde, respectivamente. Esta obra se titula ¿Quién mató al obispo? Autopsia de un crimen político (2005), libro del cual se sabe que fue comisionado por Álvaro Arzú.
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Estos dos prosistas pagados buscaron sembrar dudas sobre la autoría del asesinato. Rico y De la Grange desarrollaron varias hipótesis, pero en el fondo intentaban liberar de su culpa institucional al Ejército de Guatemala. Los autores quisieron instalar el foco sobre un supuesto grupo de militares miembros de Inteligencia que, según se sospechaba, estaban confrontados con Arzú: un argumento totalmente ficticio que no logró cuajar en la opinión pública.
Como segundo punto, el título del libro de Goldman puede parecer un contrasentido (calificar como arte tan execrable hecho), pero es posible encontrar un significado subyacente, como la ampliación del sentido de un retruécano. Incluso revela (entre líneas) una patética realidad: los autores intelectuales del asesinato son unos verdaderos artistas, pues las investigaciones para dar con los responsables continúan hasta el día de hoy y nadie sabe a ciencia cierta quiénes planificaron y ordenaron este hecho de sangre aunque todos tengamos claras sospechas.
Este seguramente es un subtexto: dar a conocer un acontecimiento o sentimiento sin decirlo abiertamente, sino en forma subrepticia. Desde el título se revela que los criminales enviaron un contundente mensaje de intimidación a quienes se atreven a descubrir las dolorosas verdades de la guerra interna. ¿Un arte de dimensiones maquiavélicas?
El título de cualquier obra artística busca usar códigos abiertos para intentar despertar interés en los espectadores, y el de este documental sobre la historia de Gerardi lo logra.
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