Bajo la sombra de unas láminas oxidadas por la brisa marina, una señora llegaba a vender comida desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde.
Un lugar paradisíaco. Arenas claras, horizonte celeste, olas reventando en el acantilado. Pequeños crustáceos dejando rastros caprichosos sobre el manto intacto de arena que queda tras el paso de una ola. Me recordaba las técnicas de Pollock. Action Painting o algo por el estilo. Así que los surfistas eran lo de menos, aunque después le tuve envidia a uno de ellos. Nos contó que pasaba medio año en el Pacífico centroamericano y el resto, subiendo y bajando las alturas de los Alpes.
Cuando llegamos, y luego de instalarnos en un hotel vacío, salimos a caminar. Preguntamos a unos chicos por algún lugar para pasar la noche. Llevaban instrumentos musicales así que seguro sabrán de fiesta, pensamos. Nos dieron las indicaciones para llegar a un centro cultural que funciona como bar. O viceversa. Aquel día estaba dedicado a la diversidad sexual y cualquier centro cultural que se precie, debe celebrarlo.
La celebración resultó siendo una fiesta verdaderamente diversa. Había personas de todo tipo y de todas las edades. Hubo actos de niños, adolescentes hicieron sus coreografías. Se presentó una cantautora bastante guerrera. Hubo consignas pero sobre todo, hubo fiesta y alegría. Y al final, música y baile. De todos y entre todos. Yo, con mi conservadurismo típico chapín, aquello me sorprendió.
A pesar de la Revolución Sandinista y teniendo poca información respecto al día a día en aquel país, es una pena que aún les sobreviva Ortega al frente de la nación. Y que trasciendan mucho más las noticias relacionadas con él. Que si se juntó con tal, que si hizo fraude, que si tal esto, que si tal lo otro. Que no lo niego, de eso es importante informar. Pero de lo demás, poco, muy poco. Aunque con estas cosas del internet, las noticias, los enfoques se empiezan a diversificar.
Recuerdo esa noche en Matagalpa y el par de días por sus calles, a raíz de una campaña de la que me llegan noticias por una publicación en Facebook. Seguro eso dice más de mí que de la verdadera oferta noticiosa de los medios. En fin. Tarjeta roja y pitos para los acosadores dice la campaña. Sonrío, pero también frunzo el ceño.
Alguna vez caminaba con una amiga por las calles de esta ciudad. Ella, harta de escuchar silbidos y piropos, dice: Al siguiente que diga algo le voy a cobrar un quetzal. Y lo hizo. Otra vez caminábamos por donde se encuentra una sede del ente estatal a cargo de las investigaciones criminales. Después de pasar frente a un empleado con chaleco y cámara al hombro, este le tomó una foto. Yo me di cuenta y se lo comenté cuando ya estábamos lejos. Ella quiso regresar a reclamarle. A mí me ganó la cobardía, esa que disfrazamos de precaución.
De vuelta a nuestro hotel vacío, nos topamos con un servicio religioso celebrado en plena calle. En el gimnasio municipal, justo enfrente, una velada boxística patrocinada por una marca de cerveza estaba a punto de concluir. Cánticos y gritos al cruzar de un lado al otro de la acera. El día que dejamos ese lugar había una marcha, pero no como las que organiza la Red de Mujeres de Matagalpa, responsable de la campaña de los pitos y tarjetas, esta era en apoyo al obispo de la iglesia católica del lugar. Por lo que entendí, trataban de destituirlo.
Nicaragua, Guatemala, como cualquier lugar de estos, hermoso, complejo y de grandes contrastes sin lugar a dudas. Aunque suelo creer que este tipo de campañas poco aportan, me alegro de los pitos y las tarjetas rojas que me llegan por las noticias en el internet. Sí, yo también tengo mis contrastes.
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